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miércoles, 4 de marzo de 2015

Todo lo que hay de James Salter

James Salter está considerado, y con razón además, uno de los mitos vivientes de las letras norteamericanas. No publicaba una novela desde hace treinta años y la expectación, aunque entre medias nos haya deleitado con una colección de relatos geniales (La última noche), era casi insoportable para quienes adoran su estilo y su prosa deslumbrante, sutil y poética. Pues bien, puedo decir que la espera ha merecido la pena. Todo lo que hay es una novela fascinante. Un fresco precioso y evocador de la norteamérica de postguerra; una narración preciosa y elegante propia de un autor legendario y épico. Pero cuyo contenido tengo que criticar irremediablemente, pues lo que Salter entiende que es todo lo que hay en la vida, no es más que una visión profana de la existencia. Y de ahí el doloroso desengaño que contienen estas páginas, la ausencia de verdad que en el fondo reflejan las vidas de cuantos personajes describe en Todo lo que hay el longevo y magnífico escritor yanqui.


De no pocos quilates por tanto es esta narración pura que arranca con su protagonista enrolado en el ejército norteamericano. Philip Bowman, entonces un joven oficial que participa en la famosa batalla naval de Okinawa, pronto se abre paso en la vida de vuelta a casa en una modesta editorial con fama de publicar libros de notable calidad, tras pasar por la universidad y titularse en periodismo. Por diversas circunstancias, Bowman conoce por primera vez en la intimidad a una mujer más tarde de lo que suele ser habitual en los hombres de su época. Con la primera con la que consigue acostare, Vivian, una hermosa mujer de la que se queda prendado enseguida, contraerá matrimonio más adelante; en realidad al poco de conocerla. A partir de aquí se gesta un tipo de relato descarnado y magnético que refleja, de forma deslumbrante, sutil y precisa, el fracaso de las "relaciones sentimentales" que consideramos propias del mundo moderno. Y es que hoy más que nunca se absoutiza el poder que tiene ese otro del que nos enamoramos y que nos confiere al principio una inmensa felicidad; de tal manera que como Bowman, cuando el hombre actual se enamora, piensa que la convicción que le domina nunca se va a desmoronar. Porque cuando amas, como dice Salter, "imaginas el futuro de acuerdo con tus sueños" (p. 63).

Dudoso y fuerte sentimiento ha de ser el amor, me digo a mí mismo, mezclado con el erotismo más exacerbado y la sexualidad esclavizante, si además deja entrar en un sentimiento que se supone elevado el elemento corrosivo del dinero. Todo lo que hay describe con gran elegancia y verismo, ya lo he dicho antes, este drama del amor humano, este descalabro de las relaciones sentimentales, cada vez más superficiales, mezquinas, interesadas y desleales. Fracasos, como los de esta novela, que se van sucediendo uno tras otro, relaciones que brotan ardientes y mueren de forma súbita, comportamientos inexplicables, traiciones que claman al cielo, venganzas propias de miserables. Y así, esa cadena de adulterios que se van sucediendo, de relaciones que se rompen y otras que van naciendo —pero con las heridas abiertas de anteriores incursiones bélicas—, forma un nudo tal que pone los pelos de punta, y cuyas consecuencias solo alcanzamos a vislumbrar como la punta de un iceberg en forma de niños con padres separados, personas que nunca más confiarán totalmente en nadie, seres que solo buscan aprovecharse carnalmente de quien sea sin comprometerse... ¿No serán los frutos de toda esta arboleda una sociedad en la que no pueda reconocerse nada verdadero? Casi todo parece hoy en nosotros falso, posado, postizo. En definitiva, el panorama humano actual da la sensación de acusar una falta de autenticidad en todos sus órdenes.

Salter, así pues, recrea en Todo lo que hay un mundo deslumbrante, pero en cuyo subsuelo se revela vacío, frívolo, decepcionante, triste, artificioso y enloquecido, principalmente porque todos sus personajes (osea, nosotros), trazados con maestría en apenas unos detalles, se dejan llevar por la vorágine y se niegan a detener la inercia de un mundo que mueve a los hombres y mujeres a través de impulsos y deseos voluptuosos por los que la gran mayoría habrán de lamentarse. 

Sexo, mujeres, ciudades y viajes, libros, y algunos afectos menos superficiales ambientan una obra magistral que a pesar de todo no acaba de forma pesimista. Esto, parece querer decirnos Salter, es todo lo que hay, y lo aceptas o estás perdido. Si quieres formar parte del mundo, debes jugar con sus reglas. Así que si el mundo te hace malo, debes volverte un hijoputa y pisar sobre los cuerpos de tus enemigos rendidos como si del mismísimo Naram-Sin se tratase. Y así sucede con Bowman, un dañino Donjuán del que Salter parece sentirse orgulloso y al que no afea ninguna de sus "gestas"; aparte de que el narrador que interviene en esta novela parece hablar al margen de todo lo que en ella sucede, como si estuviese por encima de todo, o ya nada le quedara por conocer. En cualquier caso, más allá del seductor ambiente cosmopolita de la obra, que aprovecha el encanto de Nueva York, Londres, Venecia, París, Madrid, Granada y Sevilla, y del final "esperanzador" que propone el longevo autor norteamericano, que haya que resignarse a que el amor sea caduco, como si no fuéramos ya capaces de forjar nada elevado, me parece un miserable consuelo.

Pues si a este tipo de placeres prosaicos, ciertamente intensos pero en absoluto perdurables, se reduce todo lo que hay, "comamos y bebamos que mañana moriremos". Esta es obviamente una visión profana de la existencia humana. Así es desde luego cómo James Salter entiende la vida, y así lo ha plasmado en su testamento literario, pues muy posiblemente será su última gran novela. Pero a este tipo de placeres no se reduce todo. Ni mucho menos. Y él, con su incomparable delicadeza para perfilar la esencia de sus personajes, en los que palpita una necesidad más profunda que todo esto, lo sugiere; tal vez sin saberlo. Basta una frase de Salter para mostrar la verdadera profundidad y riqueza del corazón humano. Hablando éste de la madre de Bowman, Beatrice, dice que su hijo, al casarse con Vivian, "iba a entregar a otra persona todo el amor que ella le había dado" (p. 40). Reflexión con la suficiente hondura como para hablar en serio de la apertura del hombre al misterio que todo lo envuelve. 

Da la sensación, por tanto, que de ninguna manera lo que describe Salter en Todo lo que hay es todo lo que hay realmente en la vida del hombre. Y que ni siquiera él puede creérselo del todo. La insatisfacción que araña el corazón de los personajes de su novela, las decepciones que antes o después han ido sufriendo a lo largo del relato, hablan precisamente de la otra cara de la moneda de ese deseo insatisfecho que tanto malestar les produce: el deseo de plenitud, de pureza, de lealtad, de felicidad eterna.



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