De Granada la Alhambra es su capricho: empíreo de España, nirvana de la humanidad. Faro de la historia y la religión, epicentro donde pugnaron la fe de los moros y parte de la cristiandad, la alfanje de Mahoma y el acero del Ejército Real, huerto donde plantado hay todo lo humano y gran parte de lo sobrenatural. Para Antonio Machado todas las ciudades tenían su encanto, «Granada el suyo y el de todas las demás». Realmente no es posible traducir en palabras los efluvios de este lugar, pues supera todas las expectativas que solemos arrastrar consigo en el fardel de los sueños cuando decidimos viajar. Simplemente te enamoras de ella. Y al instante todas las otras ciudades pierden su atractivo o su principal cualidad. ¿Por qué será?
Los poetas la han cortejado. Los escritores no han dado crédito a sus ojos. Los músicos han encontrado allí el arrullo del universo, el eco de las galaxias, la sinfonía de las noches preñadas de musas y voluptuosidad. Los turistas, también, claro está, vienen y van como péndulos humanos, admirados, como ríos que fluyen al mar, vivarachos, abriéndose paso hasta la leyenda convertida en lugar, en el cual el peso de la historia se ha disuelto en cada uno de sus átomos. Palabras tan nobles se han dicho de los rincones de Granada, y de la Alhambra en particular, que esta ciudad de Andalucía es del mundo seguramente la más piropeá.
En el Generalife, dijo uno de estos bardos enamorados de la ciudad, una flor vive prisionera de un amor. ¡Qué imagen tan bella! ¡Qué personificación tan hermosa! ¡Qué elevada oración! A otro le llamaron la atención las fuentes de Granada. «¿Habéis sentido / en la noche de estrellas perfumada / algo más doloroso que su triste gemido? (...) Algunas se despeñan con ecos de torrente / y entre las alamedas descienden rumorosas, / arrastrando en el vivo fulgor de su corriente, / en féretros de espumas, cadáveres de rosas». Por las aguas de Granada, decía también Lorca, «sólo reman suspiros».
Granada es poesía y es vergel, es la Nazaret de Cristo, añoranza bereber. Reposo y sigilo entre el fortín y la alcazaba, las sombras frescas y la sangre vertida, que nutre un suelo aliviado por el dulce placer, de sus callejones e iglesias, de sus ramblas y miradores, de sus casas encaladas de la parte más auténtica y de mayor fe. La Alhambra es un cuento épico mil veces leído, una pasión interminable, un capricho que hace temblar y sentirse vivo; rico al pobre, y cuerdo al más ido. «¡ay, mi Granada! / nada en ti parece cierto / pero todo es realidad».
Y no es hipérbole, doy fe, decir, como alguien declaró en su día, que los atardeceres más hermosos del mundo se gozan en Granada. Desde luego el mundo es inmenso, y ni tan siquiera Marco Polo podría ceñirlo por entero para comparar cuadros y lugares, por eso desde el mirador de San Nicolás se disfruta sin duda, si no del mejor, de uno de los más bellos ocasos que acontecen en el mundo.
En fin, Granada, sacrosanta ciudad: anhelo del islam, corona del catolicismo, perla de la cristiandad.