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lunes, 13 de julio de 2015

Artículos de Mariano José de Larra

Dijo de él don Benito Pérez Galdós que tenía más talento que pesaba. Mariano José de Larra nació en Madrid en 1809, y en sus apenas 28 años de vida (se suicida en 1837 de un pistoletazo) le dio aire a la pluma con especial genio. Su producción literaria, sobre todo en cuanto a los artículos de prensa se refiere, es ingente, y dio lugar a páginas de brillo excepcional, que desgraciadamente casi nadie recuerda en la España de la LOGSE y la educación vía televisión digital terrestre.

Sin llegar a los 20 años Larra escribía sin ayuda de nadie El duende satírico del día, un periódico que no resistió un año, el de 1828. No se desanimó el joven madrileño porque poco después fundó El pobrecito hablador. Sus innegables condiciones le permitieron colaborar en seguida en las mejores publicaciones de la época, llegando a inmortalizar el seudónimo de Fígaro. A su muerte el escritor sería considerado maestro de periodistas y adalid del romanticismo literario.

Cultivó la poesía, el teatro (Macías) y la novela de carácter histórico (El Doncel de don Enrique el Doliente), pero en ninguno de estos géneros brilló como lo hizo en sus Artículos periodísticos. Su novela histórica fue rescatada del olvido hace unos cuantos años cuando la entonces prometida del Príncipe Felipe, Leticia Ortiz, le regaló una edición lujosa de esta obra de Larra a su futuro marido y actual Felipe VI. Pero pronto volvió a ser engullida por el olvido. Justamente, en mi opinión, porque la obra es de principio a fin un ladrillo.

En sus artículos, en cambio, Larra desplegó todas sus artes. Elogiado y temido, algunos lo consideraron el Juvenal español, y muchos otros reconocieron en él similitudes con un genio de otro tiempo: Quevedo. Por un lado, bien es verdad que su prosa es mordaz, y la ironía y el humor calan cada una de sus páginas. Por otro, con Quevedo guarda parecido Larra en el carácter: polémico y veleidoso. De hecho Larra desconcertó a sus contemporáneos. Aún hoy su personalidad sigue siendo un enigma. Los rasgos psicológicos que poseemos de él nos hablan de un joven orgulloso de su talento pero débil para aguantar las críticas, de gran capacidad de análisis y reflexión pero excesivamente pasional, pesimista y misógino, suspicaz y acosado frecuentemente por ideas negativas, momentos de desasosiego y decepción. Su visión de la sociedad era pésima, y del amor conservó una opinión muy negativa, como fuente de sufrimiento y desilusión. Los fracasos políticos y sentimentales lo llevaron a la tumba. No hay un acuerdo entre los especialista si fueron ambos los detonantes de su suicidio o prevaleció uno sobre el otro. Lo cierto es que al dejarle su amante, Dolores Armijo, sacó su pistola y se voló los sesos. Madrid recibió la noticia como un hachazo en el hígado. El genio madrileño, el crítico literario que no había dejado títere con cabeza y denunciado la corrupción y decadencia de la España de su tiempo, se había quitado de en medio.


Los de costumbres son quizá sus artículos más interesantes. La mirada crítica de Larra se posa aquí sobre la realidad de su tiempo y salen a relucir miserias como la falta de educación, la hipocresía, la vanidad y otros muchos vicios habituales. El humor y la ironía que derrocha en cada uno de ellos no pueden encubrir sin embargo un fondo de amargura y tremenda desolación. Larra es consciente de los problemas de su país. Y su personalidad demasiado grave le pasará factura. Pero antes de eso habrá dejado lecciones como Casarse pronto y mal, El castellano viejo, Vuelva usted mañana, No lo creo o Un reo de muerte.

En Casarse pronto y mal Larra denuncia la falta de educación y madurez en los novios para enfrentarse al matrimonio. La vigencia de artículos como éste revelan un escritor dotado con ciertos dones proféticos, y no es extraño que en una España tan paleta fuera tan escasamente comprendido. Este artículo desde luego es en sí mismo una pieza maestra.

El castellano viejo es otro cuento. De una ironía salvaje y un humor desmesurado, Larra critica aquí la hipocresía que se respira en determinadas reuniones sociales. Y él, que no adora precisamente a la gente, arranca el artículo de esta maravillosa manera: «Ya en mi edad pocas veces gusto de alterar el orden que en mi manera de vivir tengo hace tiempo establecido, y fundo esta repugnancia en que no he abandonado mis lares ni un solo día para quebrantar mi sistema, sin que haya sucedido el arrepentimiento más sincero al desvanecimiento de mis engañadas esperanzas. Un resto, con todo eso, del antiguo ceremonial que en su trato tenían adoptado nuestros padres, me obliga a aceptar a veces ciertos convites a que parecería el negarse grosería, o por lo menos ridícula afectación de delicadeza».

Vuelva usted mañana es otra joya en la que el humor recorre de arriba abajo un relato que en realidad no sabe uno si es para reír o llorar. Larra carga las tintas aquí contra la ineficaz burocracia, contra la inutilidad de algunos servidores públicos que parecen incapaces de resolver el más nimio problema. En No lo creo, en cambio, Larra se revuelve mordaz contra los los titiriteros de turno, actores contemporáneos suyos que desean una crítica benevolente cuando Larra se muestra simplemente imparcial en sus juicios. El peloteo, como vemos, es un mal que viene de lejos en España. Quizá por eso los ministros de educación no tienen hoy en día lo que hay que tener para poner en su sitio al submundo de la cultura española, que tan pronto enseña los dientes tiene al ministro de turno extendiendo el cheque de las subvenciones públicas. Si Larra levantara la cabeza, se lo volvían a llevar los demonios.

El último artículo que destacaré será Un reo de muerte. La razón es muy sencilla. La tristeza que Larra siente al observar cuanto le rodea, y que habla de un ser de otra pasta, con una mirada diferente: «triste cosa es contemplar en la escena la coqueta, el avaro, el ambicioso, la celosa, la virtud caída y vilipendiada, las intrigas incesantes, el crimen entronizado a veces y triunfante; pero al salir de una tragedia para entrar en la sociedad puede uno exclamar al menos: "Aquello es falso; es pura invención; es un cuento forjado para divertirnos"; en el mundo es todo lo contrario; la imaginación más acalorada no llegará nunca a abarcar la fealdad de la realidad».

El 15 de febrero de 1837, dos días después de haberse volado la sien frente a un espejo en su propia casa, se celebró en Madrid un multitudinario entierro. En el mismo, un joven José Zorrilla, que en seguida le cogerá el testigo, leyó una emocionada elegía. ¡Bien se lo merecía el escritor madrileño!:


Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana:
vano remedio del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.

http://lacuevadeloslibros.blogspot.com.es/p/indice-de-libros-comentados.html


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