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viernes, 4 de marzo de 2016

El fantasma de Canterville de Oscar Wilde

El fantasma de Canterville, publicado por vez primera en 1887 por el entonces admirado Oscar Wilde, pasa comúnmente por una sencilla historia de fantasmas. Pronto se revela sin embargo la miga del relato, hasta el punto de que esta novelita fantástica y de intriga podría sugerirse perfectamente en las facultades de filosofía para su lectura. 

El fantasma de Canterville es ciertamente una historia de fantasmas, que tiene por protagonista de hecho a un fantasma, un fantasma aherrojado a un viejo castillo por haber cometido en él un crimen terrible. 300 años antes de los acontecimientos que se relatan en la más famosa novela de Oscar Wilde, el fantasma mató a su mujer en esa misma mansión, y sus cuñados se vengaron de él dejándolo morir de hambre en una habitación del castillo. Ahora llega una moderna familia norteamericana a la mansión, que compra la propiedad haciendo oídos sordos a las advertencias del legítimo propietario, lord Canterville. El ministro americano Hiram B. Otis cruza así pues el Atlántico junto con su mujer Lucrecia, y sus hijos Washington, Virginia, y dos revoltosos gemelos llamados por la familia Estrellas y Barras

Decía que este cuento pasa por una sencilla historia de fantasmas, por un relato clásico de este género romántico, sin embargo, Wilde lo que propone es una parodia del género de espectros. Por eso el fantasma en seguida aparece como la víctima de esa familia inmoral, que no se asusta en modo alguno de su presencia. Los terribles gemelos hacen de él incluso un juguete, un títere con el que entretenerse. Y el fantasma en consecuencia, de forma lamentable e indudablemente cómica, se lamenta de su mala fortuna y llora por las paredes su terrible desgracia: ya no es capaz ni de asustar a una estúpida familia. Pero esta veta irónica es sólo el envoltorio de la novela; bajo esas capas de humor hay una denuncia punzante, con la sociedad de su tiempo como diana.

Oswar Wilde trazó aquí en última instancia una crítica brutal a la sociedad de su tiempo, que es ya la nuestra pero de forma generalizada, la sociedad de la rebelión de las masas de la que hablaba el profesor Ortega en su obra de mayor enjundia. 

El escritor irlandés residió durante un tiempo en la gran nación del continente americano, quedó atónito, y lo expresó, bajo formas literarias, en este relato fantástico. Aquí la familia Otis representa la superficialidad y frivolidad actuales, la inmoralidad y el egoísmo reinantes. La señora Umney (ama de llaves del castillo que ha regido la casa durante más de 50 años) supone así el contrapunto de esta familia. El ama de llaves significa aquí el mundo antiguo, un mundo que contempla atónito la necedad e insensibilidad del mundo moderno. Ellos, la familia Otis, son retratos de nosotros mismos. El reproche más serio que se hace aquí a las generaciones contemporáneas, me parece a mí, es la incapacidad para ver más allá de la apariencia de las cosas, la insensatez de las mentalidades modernas, empeñadas en amputarles dimensiones al hombre y en suprimir de la realidad su plano sobrenatural.

Wilde describe de modo perfecto a mi juicio su visión de esta familia a partir de las palabras del mismo fantasma. El pasaje es una breve joya, mezcla de humor y embestida filosófica:
«Al día siguiente, el fantasma se sintió muy débil y cansado. Las terribles emociones de las cuatro últimas semanas empezaban a producir sus efectos. Tenía el sistema nervioso completamente alterado y le estremecía el más leve ruido. No salió de su cuarto en cinco días, y concluyó por renunciar a la mancha de sangra del suelo de la biblioteca. Ya que la familia Otis no quería verla, era indudable que no la merecía. Aquella gente se encontraba, indudablemente, en un plano inferior de vida materialista, y era incapaz de apreciar el valor simbólico de los fenómenos sensibles».
No precisan glosa estas palabras, pero no me resisto a subrayar la consideración de Wilde de la vida materialista como un plano inferior de la vida humana.

En fin, afortunadamente no todos en esa familia son como los cerdos, que fueron hechos curvos para vivir con su hocico pegado al suelo. En Virginia predomina la apertura a lo trascendente. Por eso es la única que se compadece del fantasma, que lo único que quiere es descansar en paz, después de haberse arrepentido de sus viejos crímenes. Es hermosa sin duda la conclusión de Oscar Wilde, que al final de su vida se convirtió al catolicismo, como atestigua su biógrafo Joseph Pearce. En el cierre de la obra, Virginia, que ha orado por el alma del fantasma, recibe como recompensa un cofre con joyas y monedas de oro. 

Ella sí fue capaz de ver en los fenómenos sensibles el símbolo o las realidades que implican. Y en consecuencia, y no por casualidad, ella fue la única en conjurar los males del legendario castillo.

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