Sobre el linaje de los Baskerville pesa una terrible maldición desde que Hugo Baskerville, un hombre violento y blasfemo, vendiera su alma al diablo, ebrio de vino y de pasión por una chica que huía desesperada de su lujuria a través de un páramo velado por la noche. Desde entonces varios miembros de la rancia familia sufren desgracias repentinas y sangrientas; el último de ellos Charles Baskerville. En consecuencia su gran amigo y médico personal, James Mortimer, acude al mejor detective del mundo, Sherlock Holmes, con la esperanza de que el heredero que está al caer, Henry Baskerville, no sufra la misma suerte que sus antepasados... Sin duda Arthur Conan Doyle cuajó en El sabueso de los Baskerville su mayor intriga, también su obra más hermosa, con descripciones de la naturaleza verdaderamente geniales.
En realidad el propio Holmes reconoce que éste es uno de los casos más complicados de su dilatado historial criminalístico. El matiz sobrenatural del asunto complica aún más las cosas, y podría sorprender que lo confiese sin pudor alguno: «Hasta ahora he limitado mis investigaciones a este mundo. De una forma muy modesta he combatido el mal, pero enfrentarme al mismo Padre del Mal sería, quizá, una tarea demasiado ambiciosa». Efectivamente, Holmes no es, no al menos en ese momento de su vida, un racionalista ciego que no aprecia aquellas «fuerzas que exceden el orden de la naturaleza». Él sin duda las tiene en cuenta. Y es consciente de que su investigación terminaría si lo sobrenatural estuviese detrás de la maldición de los Baskerville. No obstante Sherlock sabe que «los agentes del diablo pueden ser de carne y hueso». Por eso se centra en primer lugar en lo que es accesible a sus sentidos. Seguramente esta visión del mayor detective de todos los tiempos no es la que ha trascendido, pero lo cierto es que en modo alguno Holmes niega el plano sobrenatural de la realidad; como no lo hacía tampoco su creador, sir Arthur Conan Doyle, conocido espiritista.
En relación con lo anterior, la sensación de terror y sobrenaturalidad en la novela está más presente que en ninguna de sus otras obras. De hecho ésta es su creación más romántica. En este magnífico relato Conan Doyle recurre a la típica mansión, la ambientación invernal en un lugar separado de la civilización, el poder de la noche, la naturaleza amenazante... Se entiende fácilmente que Watson, que lleva casi todo el peso del relato, manifieste que reírse de algunas leyendas en Londres es una cosa, «y otra muy distinta es permanecer aquí, en medio de la oscuridad del páramo, y escuchar un aullido como ése».
El páramo es una especie de protagonista más en El sabueso de los Baskerville. Se trata de un paisaje rural, dulce y sencillo, cubierto por un barniz de melancolía, pero con una ciénaga mortal e inquietante en sus entrañas, y el peligro acechando tras cada árbol, en cualquier camino. Y si bien este interés por el marco natural no es habitual en la literatura de Conan Doyle, en cambio a mí me resulta infinitamente más sugestivo que los casos desarrollados por el famoso detective en la urbe londinense. Máxime cuando el ambiente rural es tratado con cierto lirismo.
Tal vez estos hechos, o esta forma distinta de Doyle de enfocar este relato, con esa sensibilidad evidente por la ambientación, su clara veta romántica o goticista, etcétera, me ha traído a la memoria el trabajo de un psicólogo británico, Rodger Garrick-Steele, que en el año 2000 sugería que El sabueso de los Baskerville era un plagio de Conan Doyle y que éste habría matado a su verdadero autor, Bertram Fletcher Robinson, amigo del escritor y verdadero artífice del relato, que se llamaría originalmente Una aventura en Dartmoor.
En fin, de secretos y misterios está plagada la historia de la literatura. Y de ambiciones ocultas y pecados inconfesables. Precisamente esta maravillosa intriga gira en torno a estas oscuras pasiones, en torno a la avidez infatigable del corazón humano, instigado, a pesar de los pesares, por fuerzas que exceden en mucho el orden de la naturaleza. De lo contrario no hay forma de explicar lo que hacemos. Ni siquiera de entender mínimamente algo.
Mi primera aproximación a esta obra fue a los 11 años en una película de tv interpretada por un Peter Cushing tan perfecto, que no se sabía si era Cushing haciendo de Holmes o Holmes haciendo de Cushing.
ResponderEliminarAdemás de meterme miedo en el cuerpo para un mes, me transmitió esa fascinación por los páramos británicos (¡ah! páramos de las Bronte) y la maravillosa lección de poder intuir lo sobrenatural en lo cotidiano. La explicación del final no borra la sensación de lo leído antes.
Leí el libro ya mayorcito, y al igual que Stevenson o los Grimm, me pareció una "narración pura" de esas que antes de dormirte te acuerdas de ellas.
Acabada de publicar por entregas en 1902, la defiendo como la primera obra maestra -cronológicamente- del siglo XX.
Haddock.
Haddock, qué decir. Ha hecho una síntesis personal magnífica de la impronta que dejó en usted "El sabueso de los Baskerville".
EliminarCoincido con usted en que es una pieza sobresaliente, y también en su calificativo: "narración pura". Lo es. Es una narración sana, una aventura clásica, para todos los públicos, y sin descuidar en absoluto la calidad literaria. Celebro por tanto que le gustara. Y que disfrutara tanto como un servidor de ese páramo fabuloso.