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lunes, 18 de julio de 2016

Impresiones de la exposición El Bosco. El V Centenario



El viernes pasado tuve la oportunidad de ver la gran exposición El Bosco. El V Cententario. Meses atrás había dado una conferencia sobre el genial pintor holandés, y ahora ultimo un texto que he elaborado a partir de aquella charla. Recién llegado de Madrid, con apenas un día entre medias para valorar las cosas, he querido escribir algunas impresiones de lo que me pareció la principal muestra que se ha llevado a cabo en el mundo del genial pintor flamenco, con motivo de los quinientos años de su fallecimiento.

Debo decir en primer lugar que mis expectativas eran muy altas. No me guardaré sin embargo que no creía ciegamente en la exposición; por el motivo que fuera —de intuiciones estamos hechos—, abrigaba algunos tímidos recelos. Por desgracia, lo que vi en el Prado le dio la razón a estos.

La exposición del V Centenario del Bosco, pese a todo, es la reunión más importante que se ha dado nunca en la historia sobre la obra del maestro Jerónimo. No cabe duda. La calidad de la muestra fue insuperable, y mi valoración no puede afectar en modo alguno a la riqueza mostrada en ella. Otro orden de cosas es el que le restó a mi entender elevación a la muestra.

Por ejemplo que las obras estuviesen presentadas por temas. Tengo la impresión de que la mayoría de personas que pasaron por las salas en las que yo estuve la tarde del viernes 15 de julio no se percataron del orden que seguía la muestra. Las indicaciones, sucintas, que se daban en el tránsito de los espacios, o las que debían situar al público de cada sala, se encontraban incomprensiblemente separadas de la vista de la gente (arriba en exceso). Esta falta de integración, además, se acentuaba por el escaso contraste entre los letreros y los muros blancos del espacio. En consecuencia el público vio una exhibición de cuadros sin demasiada relación, y por eso fue picoteando entre obra y obra, a la caza de objetos muy atractivos pero independientes unos de otros. Lo cual me parece el mayor defecto de la exposición: no saber integrar el magnífico material con el que se contaba.

En mi opinión otro error de bulto fue la elección del color de las paredes: un blanco insulso que transmitía cierta sensación de pobreza. Parecía que los espacios estuviesen desangelados. Yo hubiese apostado por tonos oscuros para incrementar la potencia de las pinturas del Bosco. Me hubiera gustado ver un escenario vestido de azul marino, verde oliva, incluso ocre o granate. Un ocre tostado o un verde pastel hubiesen avivado infinitamente la exposición, y hubieran sido más vistosos y elegantes que el blanco por el que se apostó finalmente o cualquier otro tono más apagado. En el fondo lo que eché de menos fue una ambientación acorde con el personaje y su obra, de tintes apocalípticos o funestos. Y por eso no creo que ésta estuviese bien resuelta.

Tal vez la elección del blanco para los muros y tabiques, en última instancia, para el fondo de la muestra, se deba a que se preveía una gran cantidad de personas y no se deseaba crear una sensación claustrofóbica o condensada, dadas las dimensiones del espacio. Además, el piso, al ser oscuro, podría enfatizar la sensación de asfixia. La tarima ciertamente transmitía calidez, pero la luminosidad de estructuras y paredes devoraba cualquier posibilidad de sentirse obnubilado por los cuadros. Pero quién sabe si al final no ha sido un acierto sacrificar la ambientación para evitar el sofoco de los visitantes.

Desacertado asimismo fue la disposición de la muestra. Se optó por una presentación zigzagueante, que revelaba y a la vez escondía las obras. En mi opinión esta lógica de ruta impedía que pudiesen disfrutarse convenientemente las pinturas, al situar algunos cuadros destacados en sitios de paso. Incomprensible por ejemplo la ubicación de las Visiones del Más Allá, que fue imposible de ver pero que además obligaba al espectador a impedir la marcha del resto de personas, y forzaba a ser contemplada en una posición inverosímil, en diagonal, en medio del culebrear que llevaba a la sala siguiente, sala escondida tras otra contorsión del recorrido. 

En definitiva, dada la elección de la presentación o la disposición de la muestra, me pareció que ni siquiera las obras más golosas estaban bien destacadas. El Jardín de las Delicias, el Carro de Heno o la Tentación de San Antonio de Lisboa podrían haber gozado de espacios más exclusivos. Aún me emociono al recordar cómo en el año 2009 el Museo Arqueológico de Alicante exhibió el Discóbolo de Mirón en una inigualable atmósfera. No menor aprecio le concede el Louvre a la Venus de Milo, o el propio Museo del Prado a las Meninas de Velázquez. Si me apuran, y si no también, la sala de la Colección Permanente donde se exponen habitualmente las piezas maestras del Bosco, y las obras principales de Patinir o Pieter Brueghel, a pesar de ser un espacio rectangular sin tabiques de por medio me parece mejor presentada que todo el montaje temporal que le han dedicado en exclusiva al pintor flamenco. 

En mi crítica, por tanto, me fijo en el mal uso del espacio y de la luz (a partir de una iluminación más alta de lo que convendría y unos fondos demasiado claros).

Con todo, mi principal lamento se debe al exceso de público. Quizá este último detalle me haya llevado a cargar las tintas sobre la exposición del V Centenario del Bosco. Pues lo cierto es que las pinturas de este genial pintor son complejas, y el disfrute de las mismas exige cierto sosiego, al menos interior, y éste no era posible por el número de personas que entramos a eso de las 16.00 horas y la extrema delgadez de una ruta en serpentina. No obstante la ocasión merece la pena. Y puede, como decía, que solo la abundancia de árboles me haya impedido ver el bosque.

Pero qué gran diferencia sin embargo con la exposición del IV Centenario del Greco en Toledo, donde había aún mayor número de personas, pero la atmósfera y el escenario neutralizaban los remolinos humanos. Y qué diferencia también con la presente exposición temporal que ofrece el Museo Thyssen: Caravaggio y los pintores del norte, exposición de la que no esperaba nada y salí encantado. Por la calidad de las obras, pero también porque en el espacio con que cuenta el Thyssen para enseñar a su público sus exposiciones temporales, han conseguido la calidez y la atmósfera que yo he echado en falta en el Prado.

Espero poder comentar esto mismo con doña Pilar Silva (comisaria de la exposición) cuando allá por septiembre acuda a Albacete para hablarnos del Bosco.



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