A veces sucede que una sola obra eclipsa el resto de la creación literaria de un determinado autor, por muy extensa que sea ésta. Cuando esto sucede, suele ser porque la obra en cuestión ha merecido la aclamación popular y la de la crítica. Así sucedió con José María Sánchez-Silva (Madrid, 1911-2002), único escritor español en recibir el Premio Andersen, esto es, el Nobel de Literatura infantil, por su delicioso cuento Marcelino Pan y Vino.
La historia, deleitosa como pocas y extraordinariamente humana, narra las correrías de Marcelino, un pobre niño abandonado a las puertas de un convento y criado entre frailes franciscanos. El chico crece siendo la alegría del convento, y a veces también el pesar, porque aun siendo bueno como el pan, sus acciones no siempre lo son, y sus robos de fruta en la huerta o sus trastadas en la capilla y en la cocina, así como su afán explorador y su interés por los bichos, ocasionan buenos quebraderos de cabeza a los pobres frailes.
Y así trascurren los amables días entre los muros del edificio
santo hasta que Marcelino, curioseando en el altillo —lugar al que tiene
prohibido acercarse—, descubre la existencia de un misterioso hombre que habita
en el desván; un hombre altísimo, medio desnudo, con los brazos abiertos y la
cabeza vuelta hacia él. Al principio la presencia de este desconocido causa
terror a Marcelino, pero pronto el temor desaparece, estableciéndose entre
ambos una relación asombrosa que cambiará profundamente el corazón del niño y
despertando la admiración de los incrédulos hermanos, que, examinando los pasos
del chico, serán testigos excepcionales del final memorable de esta historia,
absolutamente tierna y maravillosa, quizá como ninguna otra.
Este cuento seráfico, aparecido en 1952, aumenta más si cabe su
valor al conocerse los paralelos entre Marcelino y el propio autor. José María
perdió a su madre muy joven, y de su padre —un periodista cercano al
anarquismo— apenas tuvo novedades. El autor, así pues, quedó huérfano de padre y madre sin haber cumplido aún los diez años, en un mundo violento conturbado
por revoluciones y asesinatos, sobreviviendo con los pedazos de pan que de
cuando en cuando le daban los soldados, y durmiendo a la intemperie o en
distintos soportales. Gracias a Dios, José María Sánchez-Silva salió adelante. Y
ya hecho un hombre, nos regaló esta joya de la literatura española,
aprovechando unas líneas que le dio su madre antes de morir, y que trataban de
un muchacho que hablaba con Jesús y compartía con él su merienda...
En resumen, Marcelino Pan y Vino es un prodigio de las letras españolas. Conocido más allá de nuestras fronteras al ser traducido a numerosos idiomas, y llevado también a la gran pantalla en varias ocasiones, no hay duda de que Sánchez-Silva movió al mundo, como dijera Gómez de la Serna, con la palanca de su pluma. Sin embargo, para la España actual no cuentan esos méritos; y, como las abominables madrastras de los cuentos, sigue empeñada en despreciar a sus mejores hijos y en tenerlos por malditos.
En resumen, Marcelino Pan y Vino es un prodigio de las letras españolas. Conocido más allá de nuestras fronteras al ser traducido a numerosos idiomas, y llevado también a la gran pantalla en varias ocasiones, no hay duda de que Sánchez-Silva movió al mundo, como dijera Gómez de la Serna, con la palanca de su pluma. Sin embargo, para la España actual no cuentan esos méritos; y, como las abominables madrastras de los cuentos, sigue empeñada en despreciar a sus mejores hijos y en tenerlos por malditos.
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