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domingo, 6 de octubre de 2019

Joker, de madre Teresa de Calcuta a mesías de la plebe

No resulta ningún disparate afirmar que el cine es una forma de magia. La expresión "la magia del cine" hace referencia precisamente a la capacidad de este arte de ofrecer al espectador toda clase de fantasías por medio de sonido e imágenes fotográficas en movimiento. Hollywood, de hecho, significa varita mágica. Por eso la meca del cine reúne una cantidad desorbitada de magos, es decir, de brujos, cabalistas y satanes. Con Joker, su más reciente creación ocultista, estos magos de la industria cinematográfica han vuelto a invertir los roles de los personajes de sus historias, confundiendo a los buenos con los malos, pero esta vez de forma burda y descarada, haciendo de un peligroso criminal una especie de héroe.

De entrada, debo decir que a mí la cinta no me ha parecido ninguna obra maestra. Y además, no la vería de nuevo. Sin duda es efectiva, transmite lo que desea, obsequia al espectador con varias vistas de "Gotham City" que quitan el hipo, suena un hermoso violonchelo que enfatiza las vivencias del bufón protagonista y le otorgan gravedad, pero a fin de cuentas no me ha convencido, a pesar, como digo, de que algunos planos me han puesto la piel de gallina y su estilo retro le viene como anillo al dedo. Cuestión bien distinta es la magnífica interpretación de Joaquin Phoenix, que con su caracterización del Joker (triste, oscura y enfermiza) compite con el galardón de mejor intérprete del famoso enemigo de Batman con el mismo Heath Ledger; lo cual daría lugar a un interesantísimo debate-charla-coloquio con unos amigos, acompañada de una sabrosa carne maridada con algún interesante tinto. 

En resumen, lo que nos presentan los responsables de esta sórdida película es la evolución de Arthur Fleck hasta convertirse en Joker. Dicha evolución sin embargo resulta penosa, con altas dosis de patetismo y escenas inverosímiles para que sintamos empatía con el apenado protagonista; más parecido en sus orígenes a la madre Teresa de Calcuta que a cualquier bicho raro con predisposición a la sociopatía. 

Todos los tipos con los que se cruza el payaso son unos impresentables que acaban humillándolo (por cierto, todos son blanquitos), siendo evidente enseguida la tesis de los brujos de la meca del cine en esta película: en última instancia, la maldad del Joker se explica por la corrupción de su entorno, esto es, la depravación de la sociedad y la descomposición de su familia. Como si la corrupción ambiental hubiese provocado la enfermedad del villano y le hubiese empujado a ser el monstruo en el que más tarde se convertiría. ¿Pero no había para él otra salida, en lugar de la de hacer daño a otros? ¿Suicidarse tal vez? ¿Empezar una nueva vida lejos de la ciudad sin ley? Porque como decía el finado Paco Pérez Abellán, los verdaderos locos suelen hacerse daño a sí mismos, pero los locos a los que les da por hacer daño a otros, en realidad no son tales locos, sino unos hijos de perra. La cuestión de fondo en cualquier caso es si los opresores del payaso merecían la muerte. ¿Pero quién determina eso? ¿Uno mismo? Desde luego, este asunto sería otro interesante tema a tratar en la sobremesa.

Un tema más inquietante aún es la simbología de la cinta. Al final de Joker, el protagonista le dice a su nueva psiquiatra que no entendería (pillaría dice él) por qué se divierte haciendo lo que hace. Se refiere a los espectadores, en realidad, que no entienden de la misa la media. Decía al principio que Hollywood es un antro lleno de magos y satanistas, y en sus obras se reflejan todo tipo de símbolos y significados ocultos. Y en ésta de Joker, además, descarados. Por ejemplo, en las primeras escenas aparecen tres relojes de pared en tres estancias distintas que marcan exactamente la misma hora: las 11:11. Otro símbolo ocultista omnipresente en la película son las escaleras. Una y otra vez vemos al famoso payaso subir y bajar escaleras, ascendiendo y descendiendo, siendo la gran escalera próxima a su casa un elemento fundamental para entender la evolución del personaje. Si nos fijamos, la primera vez que se nos da a conocer esta larga escalinata, Arthur Fleck la recorre abatido, con una música estridente y perturbadora subrayando el esfuerzo necesario para terminar en lo más alto el recorrido. Por el contrario, una vez que Arthur ha decidido convertirse en el Joker y sale del cuchitril en el que vive para dirigirse al programa del Buenafuente yanki, desciende esos mismos escalones con inesperada alegría, mientras ejecuta una danza improvisada que a todas luces es un ritual encubierto, y los dos inspectores de policía (la ley y el orden) le observan atónitos desde arriba. El uso de la cámara, junto al de la música, es significativo en este caso. Planos picados y contrapicados subrayan el significado de dichas escenas. Un descenso significativo del payaso, mostrado con un plano picado, lo vemos cuando éste desciende las escaleras que separan las oficinas de su trabajo de la calle, una vez se ha despedido de sus compañeros. En este momento el Joker, que parece liberado, baja feliz las escaleras y dando una patada a la puerta, sale a la calle, habiéndose hecho la luz para él después del desplante a su jefe. Porque subir al cielo siempre resultará más costoso que descender a los infiernos. Se trata en definitiva de esforzarse o dejarse llevar.

La luz tras las puertas o ventanas es otro símbolo importante en esta película hecha por brujos para una audiencia inconsciente. Al final de la película vemos al Joker recorrer un pasillo inundado de luz. Es muy descarado el uso de la misma después de matar Arthur a su madre en el hospital. Tras asfixiarla con una almohada, Arthur se acerca a una ventana y, literalmente, ve la luz. Acaba de matar a Dios en su corazón. Su madre era su gran referente, su gran ídolo, y puesto que madre es sinónimo de Dios en la boca de los niños, al descubrir que ésta lo ha engañado y permitido que sufriera en el pasado, al matarla mata a Dios y se siente liberado. Ha probado del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Ahora, él mismo será la medida de sus actos.

En otro orden de cosas, ciertamente el Joker declara en el vomitivo programa televisivo al que es invitado por el Buenafuente de turno que no le interesa la política. A él tal vez no, pero a los creadores de esta obra desde luego que sí. No en vano, el Joker es presentado como el arquetipo humano por excelencia de la anarquía. Como un mesías de la plebe (los brazos en cruz son otro símbolo recurrente) que se enfrenta al sistema y odia a los ricos. Sin embargo, no son ricos los asquerosos niños que apalizan a Arthur en el prólogo de la cinta. Más allá de esto, ¿son todos los ricos iguales? ¿A qué ricos se refieren los responsables de esta sórdida e inmoral versión del bufón de Gotham City? ¿A ellos mismos? ¿Al millonario Bradley Cooper que produce la cinta? En fin, su agitadora y simplista reivindicación política recuerda a otras películas como La Purga y V de Vendetta. Películas todas ellas en las que anida el odio de clase y el deseo de una destrucción mutua de las mismas (hasta que sólo haya dos clases, por supuesto: la de los amos, y la de los goyim o sirvientes).

En conclusión, la tesis principal de esta manipuladora cinta no es tanto justificar la evolución inmoral del protagonista, víctima de una sociedad profundamente inmoral y envilecida (tesis mostrada en un plano evidente), como la de señalar que hacer el mal es una salida (la palabra "exit" es mostrada repetidamente) más atractiva, purificadora, satisfactoria y fácil que la de esforzarse por cumplir las normas, el código ético y las buenas costumbres (plano oculto); iniciándose para ello la persona en ese sendero del mal por medio de la sangre y del crimen.

Después de todo, el profesor Vicente Garrido ya advirtió en su exitoso libro El psicópata que estas películas violentas y manipuladoras son en buena medida responsables de las sociedades psicopáticas que estamos viendo cuajarse delante de nuestras narices. ¿Hay alguien que aún no entienda el porqué? 


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