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martes, 7 de abril de 2020

Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós (análisis de la obra)

Fortunata y Jacinta es la mejor novela de Benito Pérez Galdós, representando, de esta manera, el summum de su arte narrativo. La novela, cenit del costumbrismo español, está emparentada en cuanto al estilo (realista) con otras obras contemporáneas, como Los hermanos Karamazov de Dostoievski o Los Maia de Eça de Queirós, y en cuanto al tema (el adulterio) con otras cumbres de la narrativa del XIX como Madame Bobary, Ana Karenina y la propia Regenta, con la que rivaliza por el premio honorífico de ser la novela española más importante después del Quijote.

En este extenso relato de costumbres (la obra cuenta con más de mil páginas), Galdós va exponiendo la narración dilatada y copiosamente, sin prisa pero sin pausa, con mano maestra y un abanico de registros sorprendente. La historia está dividida en cuatro partes, y gira en torno a la vida íntima y social de dos mujeres casadas, Fortunata y Jacinta, a las que el autor destaca en el título, aunque comience la primera parte con el marido de Jacinta, Juanito Santa Cruz, y la segunda con Maximiliano Rubín, que concierta un "matrimonio imposible" con Fortunata, amante del primero, el guapo señorito, apodado el Delfín.

Alrededor de estos personajes centrales abunda una galería riquísima de tipos humanos, con Madrid como óptimo escenario, siendo la sociedad madrileña, a decir del narrador, "la más amena del mundo". Fortunata y Jacinta, así pues, es un perfecto muestrario de todas las clases sociales, pero sobre todo una conmovedora y alocada historia de amoríos, locura y celos, fecunda en ideas variopintas y temas que merece la pena ir descubriendo poco a poco.

TEMAS

En primer lugar, el tema de fondo que mayor peso tiene en la trama es el de la naturaleza del amor y sus efectos prácticos, que se plantea a partir de las tensiones surgidas entre las pasiones propiamente naturales y la conciencia moral de los personajes. La hipocresía entonces aflora inevitablemente, dejando a la vista del lector el corazón de las figuras, animadas con nervio genial por su creador omnisciente. Además, no faltan los que persuaden a los otros de la validez de sus percepciones y juicios, haciendo buena la sentencia de Lope de Vega, quien decía que "no hay nada más fácil que dar consejo, ni más difícil que saberlo tomar"; pues leemos en la obra que "muchas personas que no hacen más que disparates poseen esta perspicacia del consejo y de la dirección de los demás, y no dando pie con bola en los destinos propios, ven claro en los del prójimo".

Por otro lado, el tema político, siempre tan actual, no tiene apenas relevancia en el argumento de la obra, pero sirve de marco histórico (la Restauración de 1874) y aporta varias reflexiones valiosas. De entrada, Galdós nunca escondió los manejos en la sombra de la masonería y su influencia en la política nacional, pues era muy consciente de "la ayuda masónica que se prestan todos los partidos, desde el clerical al anarquista, lo mismo dándose una credencial vergonzante en tiempo de paces que otorgándose perdones e indultos en las guerras y revoluciones".

Asimismo, hace declamar a uno de sus personajes observaciones tan razonables como la de que no hay que confundir "las pandillas de politicastros con el verdadero país". Otros, por ejemplo, tienen muy claro que la política es una comedia, en la que "todo se vuelve habladurías y no hacer nada de provecho"; pues en realidad consiste en "saber a quién le toca mamar y a quién no".

La guerra también sale a relucir en las conversaciones de los personajes, que mantienen animadas tertulias en sus casas particulares o en los cafés ("en los que se oyen las cosas más necias y también las más sublimes"). Y hay también una conciencia clara en sus manifestaciones de que esta realidad endémica de la especie humana "seguirá jorobándonos mientras unos y otros mamen de ella".

Las disquisiciones de los personajes acerca de la naturaleza del amor, y del misterio mismo de la existencia, me parecen las más jugosas de cuantas pululan por la novela. Se leen en torno a este tema las sentencias más solemnes y sentidas: "¡Es difícil mandar al corazón!". "El amor salva todas las irregularidades". "Es condición precisa del amor la no duración". Etcétera. Y respecto a los misterios más elevados de la vida humana, sentenciará Maximiliano Rubín lo siguiente: "Padecer, amar y pecar... he ahí los tres infinitivos del verbo de nuestras existencia".

También la insobornable e intransigente realidad afecta enormemente, cómo no, a la trabazón de existencias y relaciones de los personajes; pues "las cosas son como son, no como deseamos que sean", produciendo unos efectos determinados en quienes estúpidamente se rebelan.

Este punto, por supuesto, tiene relación estrecha con la ingenuidad que padecen algunos personajes, a los cuales los sueños "suelen herir el corazón más que la realidad". La máxima expresión de esta inocencia la manifiesta Jacinta, de la cual Guillermina concluye con contundencia: "Ésta es un ángel, y los ángeles caen en la tontería de creer que el mundo es el cielo".

Por último, objeto especial de la atención de Galdós son el clero y los religiosos, así como su ambiente, actividades y creencias; miradas siempre con lentes de aumento por el escritor canario. En Fortunata y Jacinta, Galdós se muestra crítico en exceso con este grupo social, y sólo parece salvar de la quema a la enorme figura de doña Guillermina, que sin embargo resulta antipática y por momentos latosa en grado superlativo, lo cual lleva a concluir que, así como con Maxi, con Guillermina, Galdós también ha cultivado la sátira.


PERSONAJES

Muchos de los personajes poseen ecos cervantinos. Todos tienen su momento de gloria en la historia, y más de uno consagra su vida a una idea; y aferrados a su idea, mueren hasta dos y tres personajes. Naturalmente, no estaría completo este análisis de la obra maestra de Galdós si no presentara al menos a media docena de ellos.

1) Juanito Santa Cruz

Juan procede de una familia acomodada (Don Bandomero y Barbarita, sus padres, han prosperado en el comercio), lo que le permite vivir ocioso. Guapo, bien vestido, inteligente, instruido, seductor, pero ajeno a la virtud del honor, pronto se convierte en un pillo, un hombre deshonesto, al que su más enconado enemigo, Maximiliano, tilda de "infame" y "ladrón de honras". Sus escarceos amorosos mantienen en vilo durante toda la trama a las dos protagonistas femeninas.

2) Maximiliano Rubín

Rubín es "raquítico, de naturaleza pobre y linfática, absolutamente privado de gracias personales". Pero enseguida descubrimos, al menos, que "no estaba vacía de aspiraciones altas el alma de aquel joven, tan desfavorecido por la Naturaleza, que física y moralmente parecía hecho de sobras". Ciertamente, Rubín es un hombre "que era todo espíritu", y resulta el personaje más quijotesco de la nómina de figuras madrileñas.

Las desgracias del chico tienen origen en su matrimonio imposible con Fortunata, de la cual se enamora. Dice el narrador que "desde que la conoció y sintió que el cielo se le metía en su alma, todo en él fue idealismo, nobleza y buenas acciones". Su tía, doña Lupe, "la de los pavos", trata de llevarlo por el buen camino; el buen camino, eso sí, que ella tiene forjado en su mente. Aunque hay que decir en su favor -si bien esto es discutible-, que suele aconsejar a su sobrino con buen juicio.

En última instancia, que su mujer sólo sienta lástima por él lo hará finalmente enloquecer de celos e ingresar en un manicomio.

3) Jacinta

De estatura media, con más gracia que belleza, Jacinta pasa por una mujer "mona". Su tez finísima y sus ojos despiden alegría y sentimiento, y acompañan a un rostro sumamente agradable. En la luna de miel con Santa Cruz, "toda la luz del cielo parecía que se colaba dentro del corazón de los esposos". Pero entretanto surgen los celos al descubrir ésta una aventura previa de Santa Cruz con Fortunata y, sobre todo, se termina obsesionando con ser madre sin conseguirlo. Cuando descubre que su marido "se la está pegando", se distancia de él y termina por zaherirle con su indiferencia.

4) Fortunata

Fortunata es en mi opinión el personaje más importante del relato, el de mayor interés dramático. Fortunata es una mujer bellísima del cuarto estado, que carece de fuerza moral pero tiene buen fondo. Vulgar y sin modales al principio, poco a poco se va refinando. Conoce en el camino a numerosos hombres, que la dejan uno tras otro en situaciones precarias y deshonrosas. Evaristo Feijoo se aprovecha de ella pero la mantiene; ella sin embargo nunca olvida a su primer amante, el Delfín, con el tiene devaneos en varias ocasiones, incluso estando ya casada por conveniencia con Maximiliano.

Fortunata, que desea ser honrada y feliz, acaba siendo llevada como una veleta por unos y otros. Al final, sin embargo, tiene un gesto heroico, que la redime a ojos del lector, al menos en términos literarios, cuando entrega a Jacinta, justo antes de morir, el segundo hijo que ha tenido con Santa Cruz. Entonces Galdós nos ofrece el pasaje más hermoso de la obra a partir de un pensamiento de Jacinta, que además de hermoso me parece absolutamente sublime: "Recordaba, sí, que la muerta había sido su mayor enemigo; pero las últimas etapas de la enemistad y el caso increíble de la herencia del Pituso envolvían, sin que la inteligencia pudiera desentrañar este enigma, una reconciliación. Con la muerte de por medio, la una en la vida visible y la otra en la invisible, bien podría ser que las dos mujeres se miraran de orilla a orilla, con intención y deseos de darse un abrazo".

5) Guillermina

Guillermina, llamada por unos "santa" y por otros "rata eclesiástica", es una religiosa con preocupaciones principalmente terrenales, poco devota, empeñada en construir un asilo a base de limosnas, que logra por medio de la persuasión, para niños huérfanos. Aunque hay que reconocer que algunos consejos que ofrece no carecen de sensatez, resulta antipática por entremetida y metijona.

6) Mauricio Isla

Por último, me gustaría destacar a Mauricio Isla, un anglófilo que siempre tiene para España denuestos, pero arroja sin embargo reflexiones divertidas y con bastante enjundia. En una de sus afrentas a la nación, asegurando que "han de pasar siglos antes que esta nación sea presentable", le espetan: "¡Váyase a Inglaterra!" Tiene una idea alta de civilización y su ideas acerca del valor del silencio me parecen brillantísimas y a tener en cuenta.


OTROS RASGOS: PAISAJE, ESTILO ORAL Y HUMOR GALDOSIANO

He descrito brevemente, aunque limitándome a un número reducido de personajes, el paisaje humano de la novela. Del paisaje ambiental, climático o paisajístico poco se puede añadir, porque la novela carece de descripciones de ese tipo. Y es una pena.

Las referencias ambientales, como digo, escasean, pero las que hay son deliciosas. Y no me resisto a citar una de ellas, del antepenúltimo capítulo de la cuarta parte, titulado "Vida nueva":

"Una mañana, al levantarse, vio que había caído durante la noche una gran nevada. El espectáculo que ofrecía la plaza era precioso; los techos, enteramente blancos; todas las líneas horizontales de la arquitectura y el herraje de los balcones, perfilados con purísimas líneas de nieve; los árboles, ostentando cuajarones que parecían de algodón, y el rey Felipe III, con pelliza de armiño y gorro de dormir". Por el rey Felipe III se entiende la estatua ecuestre del monarca erigida en el centro de la Plaza Mayor, corazón de esta obra cumbre del costumbrismo español.

Más bonita aún es esta otra cita del primer capítulo de la segunda parte: "Como a fines de diciembre son tan cortos los días, cuando salieron de la casa ya se echaba la noche encima. El frío era intenso, bajo un cielo bruñido, inmensamente desnudo y con estrellas tan desamparadas, que los estremecimientos de su luz parecían escalofríos".

Respecto a la manera de escribir de Pérez Galdós, sorprende sin duda su estilo oral, dialogado, capaz de adaptarse a mil voces distintas y dotarlas de personalidad propia.

Por otro lado, el humor también es otro rasgo característico del literato canario (pero afincado en Madrid casi toda su vida), que si bien se inclina al sarcasmo, a veces ofrece cuadros ternísimos. 

CONCLUSIONES

Fortunata y Jacinta es sobre todo una novela de ideas y afectos. Es un relato social conmovedor, que tiene muy presente lo indigno de la condición humana y sus flaquezas. Una de las voces de la novela, el farmacéutico Ballester, concluye que "en este pícaro mundo se llega hasta donde se puede, y el que, impulsado por el querer, va más allá del poder, cae y se estrella". Lo que de ser así no nos impide soñar e intentar superar nuestras propias barreras. Aunque lo que viene a decir este aserto es que conviene tener los pies en la tierra.

Con todo, la frase de mayor trascendencia de esta obra maestra, y esto es decir mucho, se encuentra muy cerca del desenlace, en el capítulo final, y surge de boca de doña Guillermina. Para ésta, "la complicación de causas trae la complicación de efectos, y por eso vemos en el mundo tantas cosas que nos parecen despropósitos y que nos hacen reír. Vea usted por qué yo profeso el principio de que no debemos reírnos de nada, y que todo lo que pasa, por el hecho de pasar, ya merece algo de respeto".

OPINIÓN PERSONAL

A pesar de ser una obra de más de mil páginas, Fortunata y Jacinta se lee con gusto y no es aburrida. Con esta novela, sin duda, Galdós demuestra ser uno de los narradores más extraordinarios de la literatura española. Tanto, que si cabe comparar a Cervantes y Shakespeare, también cabe hacerlo con Galdós y Dickens. Mereció el Premio Nobel y España nunca ha honrado como merece su memoria; mejor dicho, su obra, porque en asunto de ideas el pobre hombre fue dando tumbos, hasta abrazar en lo religioso un cristianismo disconforme. De hecho es en sus últimas obras donde más se deja sentir ese espiritualismo cuya fuente no es otra que el Evangelio.

Aun así, no es Benito Pérez Galdós un autor que me enamore. Reconozco que tiene detalles de enorme ternura con alguno de sus personajes, pero en general presenta realidades y cuadros demasiado vulgares, enfocándose en demasía en las miserias humanas, en sus mezquindades; en definitiva, en sus pecados. Sus descripciones, también a menudo, reparan en detalles superfluos, soeces y desagradables. Y esta ausencia de elevación, no sólo en su prosa, sino también en el carácter de sus personajes, para mi gusto le resta encanto a esta gran obra; por mucho que el gran novelista sea un genial escrutador de ambientes y penetre como nadie en la psique de sus figuras.

4 comentarios:

  1. ES su comentario sensacional y merece saberlo.

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  2. Es un lujo leerle don Luis. Mi marido y yo llevamos años leyéndole.

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  3. ¡Brillante y genial!

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  4. El mejor comentario que he leído sobre esta obra maestra. Mil gracias.

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