Millones de almas ignoran que las sociedades secretas, y especialmente las fraternidades esotéricas de corte luciferino como la masonería, juegan actualmente un papel determinante en la política de las diversas naciones, ejerciendo en consecuencia una gran influencia en las formas de vida de todos los habitantes de la tierra.
En los ensayos masónicos del masón Antonio Palomo-Lamarca, titulados Silentium Aureum, aparecidos allá por 2007, queda recogida toda una cosmovisión del mundo, en la que quedan perfectamente claras las intenciones de la secta globalista, con sentencias tan estremecedoras e intransigentes como la siguiente:
"Lo que propongo puede hacerse, y puede hacerse construyendo -para comenzar- Estados políticos exclusivamente masónicos, política masónica, educación masónica y sistemas sanitarios masónicos. Únicamente con un programa político masónico puede un país vivir en armonía y proporcionar a los masones aquello que necesitan".
Es decir, la idea es construir un mundo para cubrir las necesidades -cuales quiera que sean éstas-, de los miembros de la secta. Pero lo más interesante de esta sentencia, más allá de su fanatismo dogmático o su afán totalitario, sobre todo en los tiempos que corren, es su intención de crear asimismo "sistemas sanitarios masónicos". Es decir, para el control total de la población, la secta necesita extender también sus tentáculos a los sistemas de salud públicos y aun privados.
¿Y en qué se traduce esa pretensión? En la aplicación de medidas eugenésicas y genocidas, a través de un sistema sanitario basado exclusivamente en la poderosa industria farmacéutica, que mueve millones y millones de dólares y euros. De esta manera, se vuelve obligado desprestigiar, trabar e incluso prohibir la medicina tradicional o los métodos terapéuticos alternativos. Les interesamos enfermos. Y en número reducido.
De ahí su afán por la imposición de vacunas, en muchos casos innecesarias y fabricadas con componentes tóxicos; su afán por mantener teorías tan discutibles como la de la infección, etc. Pues bien, esta tiranía sanitaria masónica, comandada por la OMS, es a lo que médicos íntegros como el doctor Enrique Costa Vercher han llamado muy sabiamente la medicina de la bestia.
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