No me extenderé más de lo debido sobre los capítulos que deseo comentar, Mister X mueve ficha y Alguien voló sobre el nido de ETA. Pero es evidente que Franco y los suyos han sido presentados ante la opinión pública española durante los últimos cuarenta años como los malos de la película, y dicha falsificación histórica, que ha alcanzado límites inauditos, ha calado en el inconsciente colectivo. Y cuando la Historia se olvida o prostituye, los errores y horrores del pasado se repiten, como estamos viendo ahora en España; con un país enfrentado, una casta política indigna, unos medios de comunicación infames, al borde de la destrucción de sus clases medias y una deuda impagable.
En cualquier caso, lo más relevante de estos capítulos centrales de El precio del trono es que Urbano revela que hay individuos que mueven los hilos del mundo, aunque no sin resistencias, como los señores del Club Bilderberg. Especialmente llamativos son los movimientos de Henry Kissinger los días previos al asesinato del presidente del Gobierno español, el almirante Luis Carrero Blanco. Urbano afirma que la CIA y el secretario de estado useño estuvieron detrás del atentado. Y concluye diciendo que «la desaparición del almirante removió dos obstáculos: en política interior, aceleró el tránsito a la democracia, y en política exterior volvió a situar a España como país cooptado de Estados Unidos. A ETA, el viraje exterior ni le importaba ni le convenía. Y el otro, el de la democracia, a lo largo de los años y derramando mucha sangre, demostró que no le interesaba». Desde luego, Carrero, que había sido el valedor del príncipe Juan Carlos, se oponía a prorrogar el contrato de las bases useñas en España, se oponía a la OTAN, estaba desarrollando su propia arma nuclear, había diseñado una política exterior alternativa, autónoma e independiente de USA y con acuerdos defensivos y económicos al margen de los norteamericanos. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan.
El futuro rey, por su parte, es situado en un segundo plano por la periodista a lo largo de este par de capítulos. Aunque se insiste en que estaba dispuesto a desechar los principios del Movimiento que había jurado, y a acoger bajo su corona a los herederos de quienes habían provocado la Guerra Civil española.
Finalmente, me parece significativo comentar un detalle que destaca Urbano respecto a la reacción de Franco al enterarse de la muerte de Carrero. Según relata la investigadora, Franco quedó «grogui», y el Gobierno informó al principio muy escuetamente, aturdido por el mazazo. Lo cual es lógico en un entorno humano. Señal de empatía, sin duda, de que sus compañeros sintieron la pérdida, no como ocurre en 2020 en España, con un gobierno de alimañas sin corazón y manifiestos trastornos psicopáticos. El contraste es insultante. Pero millones de españoles se han habituado a la mendacidad, a la hediondez de la propaganda izquierdosa, y ahora tenemos de representantes, gracias a nuestra idiotez y vileza, a seres que carecen de alma y de conciencia.
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