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jueves, 24 de septiembre de 2020

Fausto de Johann Wolfgang von Goethe

Fausto es la magnum opus del gran escritor alemán Goethe, que tardó en escribirla algo más de sesenta años. Naturalmente, en ella puso todo su empeño y dedicación, sirviéndose del ímpetu de la juventud y de la experiencia de la madurez. La lectura, simbólica, es ardua, complicada, y tiene por motivo central un pacto con el diablo.

La obra se publicó en dos partes, en 1808 y 1832 respectivamente, esto es, en el primer tercio del siglo XIX, un siglo nefasto para el cristianismo y el reino de Dios en la tierra. 

Es sabido que Fausto, el protagonista que transfiere su nombre a la obra, es un erudito ávido de conocimiento. Su vida ha sido un constante desvelo. Consagrado al estudio y la investigación, ha examinado rigurosamente las cuestiones de Dios, el mundo y lo que en él se mueve, el hombre y lo que en el interior de su corazón se agita. El mundo sensible ya no tiene misterios para él. Ha explorado los límites de la vida, y no se encuentra satisfecho. En realidad quiere comprender la totalidad de las cosas, «la naturaleza infinita». Pero todo aquello que trasciende al hombre sigue siendo para él un enigma.

En el fondo, Fausto quiere ser como Dios. Lo que desea por tanto, aunque sea inconscientemente, es ser él mismo la medida de todas las cosas. Y en consecuencia recurre al diablo, Mefistófeles, que promete guiarle hacia la iluminación definitiva. 

Sin embargo, poco a poco Fausto se va desengañando, sobre todo a partir de sus encuentros con Margarita. Esta figura femenina es fundamental en la tragedia, pues muestra al protagonista otra vía de acceso a esa naturaleza infinita que tanto ansía conocer, el amor, y sobre la que el propio Mefistófeles reconoce no tener ningún poder.

No en vano, «es en la emoción donde el hombre alcanza a intuir lo inconmensurable». Por eso las disquisiciones de Fausto pasan a un segundo plano cuando descubre el etéreo espíritu de Margarita, enamorándose de él.

En el desenlace, cuando Fausto ha recorrido totalmente el arco de su conversión, se aprecia por un lado de qué modo el diablo es burlado por la Providencia. Por otro, un Fausto renovado ーDoctor Marianus le llama Goetheー, pide a todos, con el corazón arrepentido, alzar los ojos al Salvador, demostrando hacia Dios eterno agradecimiento.

En realidad la magnum opus de Goethe es una parábola mística de carácter simbólico que narra el proceso de transformación de su personaje principal por medio del amor. Así pues, el amor cumple una función purificadora en Fausto, que se vuelve sencillo y capaz por consiguiente de captar las verdades que el Señor del cielo y de la tierra decidió esconder a los sabios y entendidos.

La parábola, cuya lectura como se dijo es complicada, contiene además proposiciones de enorme interés tanto en lo referente a la condición humana como en lo relativo al orden natural.

Por ejemplo, cerca del final Fausto reflexiona acerca del apetito humano, perpetuamente insatisfecho, pues como él mismo reconoce «no ha hecho otra cosa que tener deseos y realizarlos, para luego volver a desear»... Asimismo, y en relación con esto, el protagonista asume algo más penoso todavía, como es que el hombre sea incapaz de disfrutar de lo que posee: «nadie abraza firmemente lo deseado, pues siempre estúpidamente deseará otra cosa con más fuerza dejando de gozar de aquello a lo que se ha acostumbrado».

Por otro lado, el propio Mefistófeles se burla de los sabios y entendidos de este mundo, a los que por supuesto consigue arrastrar al infierno y a los que describe, con merecido sarcasmo, como gentes impedidas de una visión trascendente por pura vanagloria, que es una jactancia absurda sobre el propio valer del hombre. «Así se reconoce a los sabios 一dice Mefistófeles一. Cuando no palpáis algo, es que no está aquí. Lo que no podéis agarrar no existe. Lo que no podéis calcular creéis que no es verdadero. Lo que no podéis poner en la balanza no tiene peso para vosotros. Sólo creéis que vale lo que acuñáis».

Después de todo, Fausto ya no anhela un conocimiento desmedido que no salva ni colma de felicidad, sino un sueño totalmente adecuado a su condición de creatura: «vivir en una tierra libre con un pueblo libre». Es decir, Fausto ya sólo aspira a vivir en el Reino de los Cielos con la Iglesia Triunfante. Reconoce que sólo la palabra del Señor tiene autoridad y es fiable, verdadera. Y sólo la Verdad hace libres a los hombres. Libres del miedo, la desesperación, el error y la tragedia.

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