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martes, 29 de diciembre de 2020

En los brazos de Ester


Poco antes de las diez de la noche, asistí acompañado a la última misa de gozo celebrada en este irracional año 2020. Acudía con un nacimiento en mis manos, pues en la celebración se habrían de bendecir los niños Jesús que trajeran los feligreses. Este nacimiento, un lindo portal de Belén con las figuras indispensables (José, María y el Niño), ya había sido bendecido en anteriores ocasiones, pero no me resistía a llevarlo de nuevo conmigo al templo, como si creyese que las bendiciones pudiesen acumularse en los objetos y hacerlos más sagrados, y para poder ir dándole besos por el camino.

Al llegar a la altura a la que tenía pensado sentarme, me arrodillé ante el altar, dejando en el banco, acto seguido, nacimiento, sombrero y bufanda. Enseguida sonaron las panderetas y las guitarras, y dio comienzo la celebración, oficiada por el Vicario General, que había sido invitado por don Pedro para celebrar la sagrada eucaristía, en aquella víspera de Nochebuena.

Por mi parte, de inmediato me sumergí en la liturgia, mientras iban creciendo en mi interior sentimientos piadosos. Concentrado en los misterios de la Santa Misa y en cada una de sus partes, no reparé en que había entre nosotros una persona famosa. Pero mi mujer sí lo hizo, y llamó mi atención para contármelo: «Creo que ahí delante está Rozalén». Al lado de la chica misteriosa estaba, efectivamente, el padre de Rozalén, asiduo, como su madre, a la parroquia. La madre estaba en el coro, y teniendo en cuenta las fechas que eran, deduje que era muy probable que la famosa cantante fuera la misteriosa mujer que se sentaba apenas unos bancos delante de nosotros: «Sí parece ella», contesté».

De inmediato volví a concentrarme. Nunca me han atraído las personas que están en el candelero, y en esos momentos una de ellas no iba a ser objeto de mi interés. La ceremonia continuó, y la liturgia de la palabra dio paso a la liturgia eucarística. Ester, una deliciosa hermana de la Institución del Sagrado Corazón de Jesús, que se desvive por el Señor y colabora con la parroquia desde que yo formo parte de ella, asistía al vicario, que, antes de que pudiéramos darnos cuenta, había pronunciado las palabras que operaron la transustanciación. Entonces cayó al suelo el bolso de una señora, justo detrás de Rozalén, y la chica se volvió con discreción. A pesar de la mascarilla, su identidad se confirmó, y yo, solícito, se lo trasladé a mi mujer: «Es ella, sí».

Luego el vicario y Ester repartieron la comunión a los presentes. Yo permanecí sentado, igual que Rozalén. La chica tendría sus motivos para no tomar al Señor, como los tenía yo a su vez. Sea como fuere, dirigí mis pensamientos a Jesús y le agradecí todo su amor y la abundancia de bienes que he disfrutado gracias a Él desde mi nacimiento; después le pedí perdón por ser indigno de ese amor y de esos bienes; y, finalmente, le solicité la gracia de convertir mi vida totalmente a su causa y de serle fiel hasta la muerte. 

Finalmente, se produjo el acto más emocionante de la celebración. Al final de la misa se pasó a bendecir a los niños Jesús que los feligreses habían traído de sus casas. Y todos levantamos el nuestro ligeramente, cuando el coro entonaba un canto irresistible. En ese instante vi a Ester, cerca del altar, próxima a la puerta de la sacristía, con un niño Jesús de tamaño natural en sus brazos... Y al verla lloré. Lloré de asombro y devoción. Porque tras el nacimiento parroquial sostenía al niño, más bien lo acunaba, con una ternura angelical, con un amor incondicional y absoluto. Y aquello me conquistó, como habría conquistado tantas veces a Dios aquella monjica ignorada por el mundo.

Después de todo, el celebrante aseguró que podíamos irnos en paz. A continuar con nuestra misión. La celebración había sido bellísima, como lo serían las de Nochebuena y Navidad. Pero allí estaba la cantante famosa, y no podíamos irnos a dormir así como así. Así que dichoso y muy seguro de mí, le dije a mi mujer: «Anda, acércate con Iván y haceos una foto con Rozalén... Que yo me la voy a hacer con Ester».


5 comentarios:

  1. Es maravilloso cómo relatas lo que sucedió Luis. Qué delicadeza. Me hubiese gustado estar presente, escuchar ese coro maravilloso que aún lo recuerdo de navidades pasadas y haber presenciado ese momento de Ester sujetando al niño Jesús. No me extraña que te hubieras emocionado, yo leyéndote también lo he hecho. Ojalá y este 2021 nos traiga salud para todos y los malditos que han ocasionado esta pandemia tengan su merecido.

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  2. Muy bello. La verdadera paz de espíritu no la aportan las cosas visibles, porque éstas son mudables y no prevalecen.

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