De entrada, a Watson le sorprende que su amigo no ande detrás de alguna historia terrible que le guíe «a la solución de algún misterio y al castigo de algún delito». Por el contrario, el objeto de su atención es un incidente caprichoso, un caso «absolutamente trivial» que pone en relación un sombrerucho desastrado y un ganso de Navidad.
Enseguida el formidable detective hace gala de sus facultades razonadoras, deduciendo más que cualquier otro hombre a partir del ganso y el sombrero raído. Al final se descubre que dentro del dichoso ganso había sido escondido el carbunclo azul de la condesa de Morcar, un extraordinario rubí azul de doce quilates de carbón cristalizado sobre «cuyo valor solo se pueden hacer conjeturas», sustraído a la aristócrata del hotel Cosmopolitan de Londres.
El ladrón resulta ser finalmente el propio jefe de servicio del hotel, James Ryder, un hombre que se ve tentado por la codicia y al ser descubierto por Holmes, lamenta profundamente su acción y se arrepiente, rogándole al detective que no lo entregue a la justicia:
¡Por amor de Dios, tenga compasión —chillaba—. ¡Piense en mi padre! ¡En mi madre! Esto les rompería el corazón. Jamás hice nada malo antes, y no lo volveré a hacer. ¡Lo juro! ¡Lo juro sobre la Biblia! ¡No me lleve a los tribunales! ¡Por amor de Cristo, no lo haga!
La conclusión de Holmes, después de invitar a Ryder a marcharse, es admirable, y tan satisfactoria como inesperada: «Supongo que estoy indultando a un delincuente, pero también es posible que esté salvando un alma. Este tipo no volverá a descarriarse. Está demasiado asustado. Métalo en la cárcel y lo convertirá en carne de presidio para el resto de su vida. Además, estamos en época de perdonar. La casualidad ha puesto en nuestro camino un problema de lo más curioso y extravagante, y su solución es recompensa suficiente».
Naturalmente, este Sherlock Holmes nos agrada mucho, y se parece mucho más al Padre Brown de Chesterton; sacerdote que en todos sus casos ve almas a las que salvar, y considera cualquier encuentro, fortuito o no, una ocasión para llevarlas al cielo.
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