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miércoles, 27 de julio de 2022

¡Vivir! de Yu Hua | Reseña y comentario crítico

Un libro es un tesoro cuando encierra dentro de sí una historia y unos personajes memorables. Y como en la profundidad de las montañas y los mares, en el vasto mundo de la literatura también hay perlas y piedras preciosas exquisitas en su clase. Pues bien, ¡Vivir! es una de esas raras maravillas cuyo descubrimiento es un lujo.

El argumento gira en torno a Fugui y su familia. Su mujer Jiazhen, su hija Fengxia, su hijo Youqing, su nieto Kugen y su yerno Erxi. Proveniente de una laboriosa familia de terratenientes, un día Fugui gasta toda la fortuna familiar en prostíbulos y apuestas. Cuando de anciano cuenta su vida a un trotamundos, reconoce con profundo pesar que «de joven era un cabronazo hijo de puta». Y aunque Fugui, arrepentido, poco a poco se convierte en otro hombre, al llevar en el pecado la penitencia, paga las consecuencias de sus actos con una vida de gran dureza y sacrificio. Y como las desgracias nunca vienen solas, como si verdaderamente un mal llamase a otro, de repente Fugui es enrolado a la fuerza, separándose de su madre, esposa e hijos, viviendo durante dos años y en primera persona los horrores de la guerra fratricida y después, tras su vuelta a casa, las privaciones y mandatos del brutal Partido Comunista Chino, que dieron lugar a una hambruna nunca vista hasta entonces y a una represión feroz y espeluznante. En consecuencia, bajo dicho régimen inhumano llegan los peores golpes para Fugui, y sin embargo, a pesar de todo, ¡Vivir!, que es la historia de Fugui y los suyos, es un canto a la vida por encima de las contrariedades o amarguras que en ocasiones aparecen a la vez o una tras otra.

Y al ser un canto a la vida necesariamente tiene que serlo a la familia. Para una sociedad tradicional impregnada de confucianismo, como la sometida por Mao, la familia era el último pilar natural para sobrellevar los infortunios y las rigurosas circunstancias que la terrible dictadura imponía. Por eso la familia, en esta novela, posee un valor supremo.

En la guerra el protagonista se repite a sí mismo que tiene que vivir para volver con su madre, su mujer y sus hijos. Y aunque Fugui cree que da igual vivir en su pueblo o en cualquier otra parte, con tal de estar con ellos, su madre le recuerda que en torno a su hogar está la tumba de su padre, dando a entender que es importante vivir cerca del lugar de sepultura de los ancestros, los cuales son, aun muertos, parte de la familia. En cualquier caso, según su mujer, la adorable y abnegada Jiazhen, mientras la familia está unida, poco importa la buena suerte.

Pero las circunstancias políticas aprietan. Y las descripciones de Yu Hua encogen el ánimo. «Llevábamos un mes sin tomar grano, y lo que hubiera comestible en el campo ya prácticamente se había acabado. Ese año, si hubieras ofrecido un cuenco de arroz a cambio de una vida, habrías encontrado a gente interesada». Con todo, su madre le «decía que cuando uno vive contento no teme ni a la pobreza». De ahí que los pobrecitos, no sólo se conformen, sino que se alegren con muy poco: «En ese momento, una bolsa de arroz era el manjar más preciado de la tierra. En casa, llevábamos un mes sin probarlo. ¡Qué contentos nos pusimos! Tanto, que no se puede explicar». Fugui se refiere al arroz que, sin saberlo él, Jiazhen ha conseguido tras mendigar.

Las terribles circunstancias se reflejan a través de la hambruna producida por la reforma agraria. Se imponen cuotas de producción por familia y se conceden puntos de trabajo. Y también por medio de la represión política, hasta el extremo de preferirse el suicidio, como le ocurre a Chungshen, un amigo de Fugui al que éste trata de persuadir con unas palabras entrañables: «Todos los muertos quieren seguir vivos, así que tú, que estás vivo y coleando, no tienes que morirte. Tu vida te la dieron tus padres (...) Si no la quieres, antes deberías pedirles permiso a ellos». Pero «por larga que tenga uno la vida que le ha tocado, si se empeña en morirse, no hay manera de que la viva entera».

Con todo, el mayor dolor es provocado por la pérdida de los seres queridos. Esas faltas irreparables motivan reflexiones sobre el valor de la vida y la muerte. Descritas con extrema frialdad, aunque a través de escenas conmovedoras, las muertes acontecidas en la novela, estremecen y provocan el llanto. Interrogado por su joven nieto, Fugui tiene que salir al paso y explicarle al pequeño qué es la muerte: «Esa noche, arropados los dos con el edredón, le expliqué lo que era la muerte. Le dije que, cuando alguien moría, había que enterrarlo, y que los vivos ya no volvían a verlo nunca más». Las explicaciones se las da al mismo hombrecito que al nacer ya sabía diferenciar llantos, y que se pone como loco de contento por una simple hoz que le encarga su abuelo para que pueda acompañarlo al campo y segar con él las espigas maduras.

De hecho es su abuelo el que comparte una reflexión sobre la vida de ambos, que ofrece alguna claves para explicar su felicidad, un estado interior que tiene que ver más con la sencillez de vida, con la redención por medio del trabajo y con el goce de los dones que Dios ha puesto al alcance del hombre por medio de su creación, que con la acumulación de experiencias, el disfrute de placeres o el seguimiento de modas y opiniones ajenas: «La vida que llevábamos entonces era dura, desde luego, y cansada, pero estábamos contentos. Con Kugen a mi lado, yo vivía mucho más animado. Viéndolo cada día más grande, yo, como abuelo, también estaba cada día más tranquilo. Al atardecer, nos sentábamos los dos en el quicio de la puerta a mirar cómo se ponía el sol, brillando rojo, rojo, sobre los campos, a escuchar las llamadas a casa de los del pueblo, y las dos gallinas que teníamos iban y venían delante de nosotros. Kugen y yo nos queríamos mucho y, cuando estábamos los dos allí sentados, siempre teníamos miles de cosas que decirnos». Así es la vida apacible del campo que Fugui admira, y que tanto ha de parecerse a la vida contemplativa que se le promete en el Cielo a los cristianos.

Como quiera que sea, el autor de esta grandiosa novela, de una humanidad y ternura infinitas, es capaz de describir el dolor más profundo con infinidad de expresiones diferentes. Su protagonista, a fin de cuentas, cree que ha llevado una vida tranquila, y se le ha pasado rápido. Desde luego, su padre se equivocó al contar con él para traer honor a sus antepasados. Sin duda porque nuestro destino particular es un misterio para nosotros mismos y para los demás. Fugui sin embargo cree que la vida es trabajo, y que hay que llevarla como venga, insinuando que no hay más vida que ésta, o al menos que esta vida, se viva de la manera que sea, es única e irrepetible. 

En resumen, aunque éste no sea un comentario inspirado ni digno de este libro, con personajes adorables que llegan al alma y dejan en ella un imborrable recuerdo, ¡Vivir! es un drama con el que uno se siente profundamente conmovido y con el que es difícil no verter lágrimas de compasión, y sentir una pena y una rabia infinitas. En definitiva, lo que quiero decir es que es imposible no conmoverse ante esta obra maestra y ante el misterio de la vida, que el autor de esta magnífica historia, Yu Hua, expone aquí en todo su esplendor y crudeza.


1 comentario:

  1. Como se aprecia en la presente reseña, a mi juicio este libro se merece la máxima calificación, porque es una auténtica maravilla.

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