NOTA: [Debido a los recientes acontecimientos, "la operación militar especial" puesta en marcha por Vladímir Putin, esta entrada está recibiendo cientos de visitas diarias. Debo advertir que es una reseña, y la reseña de un libro cuya autora siente una especial animadversión hacia Putin. Naturalmente, quien quiera informarse a conciencia debería saber que ha de acudir a más fuentes. Los trabajos que ha publicado el sacerdote argentino Alfredo Sáenz merecen mucho la pena, y permiten acercarse al presidente de la Federación Rusa de una manera más objetiva y equilibrada. Y para quien esté interesado, puede escribirme en los comentarios y le facilitaré una bibliografía como Dios manda].
El hombre sin rostro no es exactamente
una biografía, entre otras cosas porque el personaje que estudia este libro sigue
vivo y no pasa de los sesenta, sino más bien una crónica de su «sorprendente
ascenso» al poder. La figura que cito a La Cueva es Vladímir Putin, un
individuo oscuro y polémico que a los europeos nos pilla un poco a trasmano,
porque la gran Rusia es en sí misma un mundo aparte, un universo hermético con
creencias milenarias y una población hecha a una geografía y un clima muy
especiales. Hace tiempo que tenía pendiente acercarme a la figura de Putin,
pero ha sido ahora, tras algunas de sus recientes declaraciones denunciando la
persecución de los cristianos en el mundo árabe, cuando me he decidido a
enfrentarme con su figura. Y se trata en todo caso de una figura en absoluto mediocre.
Según la autora del volumen, Masha
Gessen, una reputada periodista con domicilio en Moscú, desde la llegada al
poder de Putin en 1999, la democracia rusa ha sido paulatinamente desmantelada
y, a través del control de los medios de comunicación y el «silenciamiento» de
la oposición, ha pasado a ser controlada totalmente por el ex espía ruso.
La periodista nos pinta en El hombre
sin rostro una figura verdaderamente siniestra. Putin es presentado aquí como
un hombre corrupto y liberticida con las manos manchadas de sangre. Al antiguo
agente del KGB se le responsabiliza en esta obra de haber convertido Rusia en
un estado represor. Se le señala como responsable de haber provocado guerras
como la de Chechenia; y se le acusa de haber aprobado incluso actos considerados como
terrorismo de estado (en Moscú, en el teatro Dubrokna, en Riazán, en Beslán,
etc.), en los que en muchos casos las víctimas fueron sus mismos compatriotas.
La lista de oprobios continúa. Por lo visto, la historia
de cómo Putin llegó al poder siendo un sencillo agente secreto, hasta conseguir
un poder casi absoluto y habiendo diseñado una estrategia para perpetuarse en
él, incluye una larga lista de opositores al régimen silenciados (exiliados a
la fuerza), perseguidos e incluso asesinados. Entre ellos se cuenta el famoso
agente Litvinenko, envenenado en Londres con Polonio 210 (el padre del fallecido ha negado que Putin sea responsable); caso sobre el que
existe un interesante documental y un libro de investigación magnífico de Eric
Frattini, El polonio y otras maneras de matar. Así asesinan los servicios de
inteligencia, que leí hace años con enorme deleite.
Pues bien, es justamente este llamativo rosario de
muertes extrañas que acompañan el ascenso de Putin al poder lo que hace reflexionar a la periodista rusa. Ya que si todas estas muertes, «por separado, parecen poco
probables, juntas resultan casi absurdas. La verdad sencilla y evidente es que
la Rusia de Putin es un país donde muchos rivales políticos y críticos
destacados son asesinados y que, al menos en algunos casos, las órdenes
provienen del despacho del presidente». Se puede decir más alto pero no más
claro. En cualquier caso, y al margen de que tenga razones suficientes para afirmar lo que aparece en este interesante libro, a la periodista no le falta coraje.
Por otro lado, también se acusa a
Putin, además de haber amordazado a la prensa nacional, de defender estados inicuos
y nada democráticos tales como Irán, Siria o Corea del Norte. Sin embargo, también es cierto que ningún país occidental se salva de semejantes tejemanejes, cada uno según sus intereses particulares. Basta con mirar por ejemplo a las grandes potencias occidentales: EE.UU, Francia, Reino Unido... o China y Japón, sin olvidarme de España, que carece de total relevancia pero participa también en turbias reuniones. Y sin mirar a Hispanoamérica, donde cada estado sobrevive como puede.
Finalmente, para terminar de
rematar al títere, Masha Gessen apunta a la enorme fortuna del líder ruso. Un patrimonio
que supera al parecer los 40 mil millones de dólares.
Todo ello lleva a la autora de este
libro, repleto de descalificaciones al líder ruso, a hablar del gobierno de Putin como el
«gobierno de los servicios secretos». Por eso los que disfrutan con los relatos de
inteligencia, con conspiraciones de alta política, con tramas de terrorismo de
Estado y sucias maquinaciones, quedarán satisfechos con El hombre sin rostro.
Difícil de evitar para Putin, así pues, con este retrato que le han dibujado, la condena pública y el desprecio general. Pero quién sabe, pues al
hilo de sus recientes declaraciones acerca de la Iglesia ortodoxa rusa y los
cristianos perseguidos en el mundo árabe, algunos ya no ven con tan malos ojos a este todopoderoso líder. Además, sus recientes leyes contra el matrimonio homosexual están arrancando la careta de muchos... Y no son pocos, por otro lado, los que dicen que está construyendo de nuevo una gran Rusia.
En fin, sólo Dios sabe qué le queda a Putin
por ofrecer, y sólo a Él le corresponderá ejercer el auténtico juicio particular
que le habrá de llegar cuando, como a cualquier campesino ruso sin su poder y fortuna, le llegue la muerte.
Título: El hombre sin rostro
Autor: Masha Gessen
Editorial: Debate
Otros: 2012, Barcelona, 320 páginas
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