Para responder a esta
cuestión que planteo, empecemos en primer lugar aclarando los términos. Digamos
que ateo es el que niega la existencia de Dios; agnóstico el que considera que
no podemos acceder al conocimiento de Dios, o que él personalmente no tiene ni
idea de si existe o no; y panteísta el que afirma que todo el universo es
divino. Este grupo último de creencias es cada vez más popular entre algunas
personas, las cuales, rendidas a la espiritualidad de la Nueva Era, no les
cuesta por ejemplo ver a la propia Naturaleza como divina en sí misma. Dios es para
muchos ahora el medio ambiente. Un dios por supuesto mucho más laxo que el de
las religiones positivas, especialmente el Cristianismo, y que difícilmente reprobará
las acciones morales de quienes en él crean.
En cualquier caso, definidos
los conceptos básicos que componen la pregunta inicial, y viniendo de un artículo
anterior en el que tratábamos de responder a por qué cada vez hay menos
cristianos, hay que describir el proceso de gestación de las ideas que fomentan
en la actualidad precisamente lo contrario: la gestación de ateos, agnósticos
y panteístas. Lo que quiero hacer entender en el fondo es que la mentalidad
incrédula actual responde a la sumisión general del hombre moderno a todas las
ideas imperantes del mundo en el que vive. Se verá, por tanto, que el hombre
actual no desconfía de la existencia de Dios porque no le parezca razonable,
sino porque, sin llegar a examinar por sí mismo la cuestión de Dios, la sola posibilidad
de que Dios exista le molesta. En realidad, para vivir a nuestro aire, resulta
más cómodo suprimir a Dios. Y las ideas dominantes en el ambiente actual nos lo
ponen precisamente en bandeja.
Por tanto, ¿de dónde proceden
estas ideas dominantes que el hombre actual asume como propias, fruto en muchos
casos de pensar erradamente que éstas han rematado a las viejas por ser inválidas?
Hay que remontarse a los orígenes de la Ilustración anticristiana; retrocedamos,
pues, a la segunda mitad del siglo XVII.
Los años donde se produce el
vuelco de la mentalidad europea, el de una conciencia cristiana con fisuras
pero con una identidad indiscutible, a una crisis de identidad que terminará en
el cataclismo de la cosmovisión religiosa a la sazón vigente, son los treinta y
cinco últimos años del reinado del famoso Rey Sol (Luis XIV de Francia).
Hablamos del período comprendido entre 1680 y 1715. Esos años son cardinales
porque en ellos maduró el cambio de ideas del que resultó la Ilustración
anticristiana del siglo XVIII. ¿Cuáles son, pues, sus cimientos filosóficos,
sus ideas fundacionales? ¿De dónde proceden entonces las creencias del hombre
incrédulo actual?
I-En primer lugar, Descartes.
En palabras de don José Orlandis «el racionalismo cartesiano —que jugó un
papel primordial en la formación del pensamiento moderno— proclamaba como
principio del discurso humano la duda metódica y el rechazo de todo aquello que
no se impusiera con evidente claridad al supremo tribunal de la razón». Es decir,
todo lo que no fuera evidente en sí mismo debía ser puesto en duda. Pues bien,
como Dios no es evidente, o su realidad no es todo lo palpable y diáfana como
el hombre quisiera, se niega su existencia. Así de simple. Lo que con el correr
de los años alumbró la popular expresión: «yo solo creo en lo que veo». ¿El
lector conoce a alguien que haya dicho esto alguna vez? O mejor aún, ¿conoce a
alguien que no lo haya dicho? Se impone, por tanto, el hecho de que las
consecuencias de la duda metódica se extienden hasta hoy y que el hombre actual
en realidad es poco original en sus creencias.
Sin embargo, Descartes era
católico y, por chocante que resulte, excluyó de aquella duda metódica la verdad
religiosa, pues consideraba que el hombre tiene una certeza segura e inmediata
acerca de Dios. Ahí están sus grandes obras filosóficas, el Discurso del método
o las Meditaciones metafísicas. Precisamente en el primero, concretamente en la
cuarta parte (el discurso tiene seis), Descartes expone las pruebas de la
existencia de Dios y las del alma humana. En las Meditaciones metafísicas,
tercera y quinta, enseña las mismas. Me pregunto cuántas de las personas que
hayan leído esta disertación conocerán las obras de Descartes. Y también
cuántas se apropian de la duda metódica, pero desprecian la reserva que hace el
filósofo francés acerca de la existencia de Dios.
II-La respuesta aproximada la
conocemos todos. Y así pasó precisamente con los racionalistas franceses, que,
sin escrúpulos de ningún tipo, radicalizaron la postura cartesiana y negaron
totalmente la Revelación. El Cristianismo, como debería saber todo el mundo, es
una religión revelada, con un contenido de verdades de orden sobrenatural a las
que el creyente accede a través de la fe. Si se niega por tanto el carácter de
la Revelación, se aniquila el misterio, se suprimen las verdades religiosas y
se concluye en el escepticismo. Que fue lo que pasó.
La reacción a este
«descubrimiento» fue un despertar hedonista. Los libertinos hicieron de la
máxima: «Comamos y bebamos que mañana moriremos» (1 Cor 15, 32) su ideal de
vida, y ambicionaron únicamente los goces temporales, las delicias de la vida
presente. O lo que es lo mismo, la versión ilustrada del carpe diem. ¿Conoce el lector mentalidades semejantes en nuestros
días?
III-Rechazada la Revelación,
el siguiente paso es negar la autenticidad de la Sagrada Escritura, cauce
legítimo a partir del cual se transmitió la Revelación. A esa tarea de
demolición de la Biblia se entregó el filósofo Baruch Spinoza. Negó los
milagros y el orden sobrenatural, y los rebajó a la condición de leyenda y
supersticiones.
IV-Pronto los ingleses se
hicieron eco de estos postulados y sustituyeron la religión revelada por otra
de carácter natural, y nació el Deísmo, que se propagó desde Inglaterra, su
tierra natal, a Francia y Alemania. El Deísmo no niega a Dios, pero lo difumina
y aleja del hombre. Todos los creyentes actuales en alguna forma de divinidad
asociada con el universo en su totalidad o la propia Naturaleza, son hijos del
Deísmo inglés. Y sus ideas, como vemos, carecen de toda originalidad. El
Deísmo, de hecho, alumbró la Masonería, nacida por cierto en Inglaterra a
comienzos del siglo XVIII. Esta sociedad secreta, declarada enemiga de la
Iglesia, fue condenada por el Papa Clemente XII en 1738 al poco de nacer. Rápidamente
se descubrieron sus intenciones y su peligro. No hay más que echar un vistazo a
la Historia para reconocer su participación en los acontecimientos más
decisivos de los siglos venideros a favor de la propagación de las ideas ilustradas.
Hoy, es un hecho, sigue asaltando con furia las puertas de la Iglesia.
V-Muerto Luis XIV en 1715, el
odio acumulado contra la religión en todos esos años se desborda y prende en
pensadores como Voltaire, obsesionado con aplastar a la «infame» (Iglesia
católica) y erradicar el Cristianismo. La Ilustración, por tanto, nace a partir
de pensadores anticristianos, y sus ideas se reflejan en seguida en las
personas con poder, impregnando en consecuencia el ambiente francés. Su principal
actitud era de rechazo contra todo dogma, pues éstos, aseguraban, eran
manifestaciones de intolerancia y fanatismo. ¿Nos suena? Y aprovecharon la
oportuna tolerancia de los nacientes Estados Unidos (nación formada por una
constelación de credos y confesiones religiosas) para desacreditar el valor
absoluto y verdadero de la religión católica. Impusieron entonces, de forma
escandalosamente paradójica, un nuevo dogma. Los ilustrados acababan de incubar
el relativismo. ¿Conoce el lector a muchas personas que no crean que todo es
relativo?
VI-Por si fuera poco, la
Enciclopedia, un instrumento al servicio de la Ilustración, remató la faena,
divulgando las ideas ilustradas por toda Europa. Aunque al principio, como es
lógico, calaran más hondo en unos países que en otros. España e Italia
resistieron al principio la invasión del bacilo anticristiano. Su hostilidad al
Cristianismo se comprueba en la profundidad de sus acometidas. Pretendían la
incompatibilidad de la religión de Cristo con las ciencias experimentales,
cuando éstas habían sido alentadas en su inmensa mayoría por creyentes, y
aseguraban que la fe no cumplía con las exigencias de la razón. Rousseau
contribuyó a la popularización de este disparate, con su deísmo tibio y
acomplejado.
VII-Finalmente, Alemania
también fue contagiada por las ideas ilustradas, que venían gestándose como
hemos visto desde mediados del siglo XVII. Los alemanes, con Kant a la cabeza,
propugnaron un Cristianismo «razonable», una especie de religión a medida, sin
dogmas ni milagros. Es decir, lo que del catolicismo resultara irritante a la
ideología que estaba conquistando Europa, se descartaba sin ningún problema. Se
expurgaba, en dos palabras, lo que no gustaba. Por supuesto, se desnaturalizó
totalmente el Cristianismo. Y Kant realizó su particular contribución al
declive de la conciencia católica europea, que ya sangraba abundantemente, al
considerar la religión desde dos puntos de vista, el de la razón pura y el de la
razón práctica. Una aseguraba la certeza inconmovible de la existencia de Dios,
y la otra no. De locos. Sea como fuere, sus ideas influyeron de forma notable
en el pensamiento europeo del siglo XIX.
VIII-O lo que es lo mismo, en el siglo de
las revoluciones. El siglo en el que se impusieron definitivamente las ideas
anticristianas descritas anteriormente, manteniendo su hegemonía hasta el día
de hoy. La Revolución Francesa fue el siniestro experimento de todos estos
ilustrados. La era revolucionaria que se abriría en Francia, en 1789, conmovió
los cimientos políticos y religiosos de Europa y mostró su verdadero rostro
tratando de eliminar de la realidad humana toda huella cristiana.
Sólo hay que preguntarse,
para acabar, a cuántas personas conocemos cada uno de nosotros que se identifiquen
con las ideas expuestas, las ideas vigentes y dominantes de nuestra época. O resumiendo mucho la idea principal: Donde las ideas ilustradas y anticristianas han vencido, también ha crecido el número de ateos, agnósticos y panteístas; en cambio, cuando las ideas cristianas se han impuesto a aquéllas, han disminuido. Con independencia de la validez de unas y otras, pues aquí no se ha discutido eso, sí es significativo que en las épocas y lugares donde las ideas anticristianas progresan, los hombres y mujeres que viven bajo su paraguas, las secundan. ¿Pero han examinado en serio la cuestión de Dios, les parece realmente irracional su existencia? Pues lo que hay que resolver en último término es cómo de absurdas o razonables son cada una de estas dos cosmovisiones humanas: Cristianismo por un lado, o ateísmo, agnosticismo, y panteísmo o religiones varias, por otro. Ese es el dilema capital.
En la primera parte de las tres que componen Antítesis: La guerra entre Dios y el diablo, que saldrá en la segunda mitad de diciembre, expongo la cuestión de la existencia de Dios y cómo el hombre es capaz de acceder a Él a partir de su razón. Por lo que doy respuesta a este último interrogante. Estos dos artículos sólo tratan de acondicionar la lectura del citado libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario