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martes, 17 de junio de 2014

El Poema de Gilgamesh o el primer cuento de la literatura universal

Es el cuento más antiguo que conocemos de la literatura universal. Se le conoce como El poema de Gilgamesh, y se trata de una fascinante aventura épica que dará inicio a una serie de clásicos que se remontan a nuestros días, a toda una cadena ingente de libros e historias que han poblado la imaginación de centenares de generaciones, y toda clase de bibliotecas, desde los modestos anaqueles de particulares a las funcionales bibliotecas modernas, pasando por las legendarias estanterías de las ciudades del mundo antiguo. Esta apasionante epopeya supone, sin embargo, algo único: Nos traslada, a través de un viaje iniciático en forma de aventura, a la más remota antigüedad, para que aprendamos de los mitos primitivos conservados en la memoria de las primeras civilizaciones de la humanidad; mitos cuyas enseñanzas son un espejo del corazón de los hombres y de cómo éstos se relacionaban con los dioses, o mejor, cómo entendían la divinidad. Pues nuestras inquietudes son las mismas que acosaban a los hombres de hace más de cuatro mil años.

La Epopeya de Gilgamesh es un relato conservado en 11 tablillas de arcilla (la duocécima al parecer es un añadido a la historia original) que fueron descubiertas en Oriente Medio en sucesivas excavaciones a partir de 1853. Gilgamesh fue un rey histórico que ha sido situado hacia 2650 antes de Cristo. Su reino, la legendaria ciudad de Uruk. Su figura, cuatro mil años después, todo un mito. Y la propia obra, una de las máximas joyas de la literatura universal. 

Este comentario al Poema de Gilgamesh constará de un resumen y de algunas glosas personales al relato hechas dentro del cuerpo del texto. Pues no me resisto a narrar, aunque sea a grandes rasgos, una historia tan formidable, irresistible y épica. Que, salvando las distancias, puede compararse con las obras homéricas. 

La tablilla primera describe brevemente cómo era la ciudad de Uruk por aquel entonces. Acto seguido señala quién está al frente de ésta, su héroe, el rey Gilgamesh, un hombre de extraordinario tamaño (más de 5 metros y medio de alto) y con dos tercios de su esencia de naturaleza divina. Tal vez por estas especiales condiciones que los dioses le habían otorgado, el rey se muestra a veces insolente y tiránico con sus siervos. No es extraño, por tanto, que éstos se quejen a Anu, el padre de los dioses, con la esperanza de que las deidades corrijan a Gilgamesh. Y así sucede. Anu, que ha escuchado los reproches de los hombres contra Gilgamesh se dirige a la creadora del rey, la diosa Aruru, para que amoneste al héroe y lo meta en cintura. La respuesta de la diosa no se hace esperar. 

La solución de Aruru, Enkidu. Un doble del rey fabricado por ella misma a partir de arcilla, al que sitúa en la estepa, es decir, lejos de la civilización y de las ciudades, y que en su estado salvaje se dedicará únicamente a proteger de los cazadores a todos los animales de la estepa. Precisamente el encuentro con uno de estos cazadores hace que Gilgamesh tenga noticia de tan particular personaje, y que en consecuencia decida conocerle. Para ello envía una hieródula a Enkidu, Shamkhat, con la intención de enamorar al misterioso hombre de la estepa. Lo que ocurre a continuación es que se cumplen exactamente los planes del rey. Enkidu copulará y convivirá durante un tiempo con la hermosa cortesana, y ésta le hará ver su lado humano, le hablará de Gilgamesh, le contará que frente a la vida salvaje se desarrolla muy cerca de su hábitat toda una civilización. Enkidu se muestra interesado y decide acompañar a la hermosa mujer a la ciudad. Allí se producirá el encuentro entre los dos héroes, y como estaba previsto por los dioses, una encarnizada batalla entre ellos. 

La segunda tablilla relata la llegada de Enkidu a la ciudad y cómo éste se adapta a la misma. Después describe el enfrentamiento entre éste y el rey Gilgamesh, una lucha de impresionantes dimensiones que se resuelve con la victoria de Enkidu, poniendo así en su sitio al feroz rey Gilgamesh y tras la cual nacerá una inquebrantable amistad entre ambos. 

En la tercera de las tablilla que conforman el Poema de Gilgamesh, Enkidu, a pesar de ser un hombre civilizado, se lamenta de su actual condición y añora su anterior estado primitivo. ¿Es el reconocimiento por parte de Enkidu de que los hombres no son buenos y que cerca de ellos la felicidad de la que antaño gozaba se ve comprometida? ¿Está sobrevalorado por tanto vivir en comunidad? Lo sea o no, lo cierto que es que Gilgamesh hace desaparecer de la cabeza de su amigo su nostalgia por la estepa, seduciéndolo con importantes proyectos que llevarán a cabo juntos. Entre ellos vencer al terrible gigante Humbaba, un ser que vomitaba fuego y era el encargado de vigilar el frondoso Bosque de los Cedros, hogar de los dioses. Aquí se ve cómo empiezan a coquetear con ideas soberbias, cómo aspiran a una gloria que eclipse las propias hazañas de los dioses. Y esto les costará la desgracia. 

La cuarta tablilla narra una serie de sueño que Enkidu tiene antes de realizar las hazañas en el fantástico Bosque de los Cedros. Gilgamesh, al enterarse de los mismos por boca de su amigo, interpresa éstos de forma favorable. Con todo, invoca la protección del dios Shamash de cara al feroz combate con el terrible gigante. 

La quinta tablilla describe la feroz lucha entre los dos amigos y el terrible Humbaba. La escena es narrada de forma espectacular, y acaba con la decapitación del gigante, a quien da muerte Enkidu. La desaparición del monstruo entristece al Bosque de los Cedros, que emite sollozos, intuyendo también su final. Gilgamesh y Enkidu, en medio de la niebla y los plañidos del bosque, cortarán los cedros; el mayor de ellos, el más alto, tendrá por destino la puerta del templo de Enlil en Nippur. 

La sexta tablilla supone el inicio del fin de ambos amigos. Ishtar, la diosa del amor, queda prendada de Gilgamesh al observar a éste mientras se baña y después se atavía con sus ropajes reales. En consecuencia, la diosa se insinúa al rey de Uruk. Sin embargo, conociendo el bárbaro historial de Ishtar, Gilgamesh la rechaza. Y entonces el orgullo de la diosa queda malherido. La reacción de ésta, preparar la venganza. Ishtar acudirá a Anu, el padre de los dioses, y le exigirá una reparación por semejante desprecio. Según la diosa había que borrar de la tierra a los dos héroes, y para ello el padre de los dioses debía enviar al Toro Celeste para acabar con ellos. El Toro es enviado, pero, después de sembrar el terror en Uruk dando muerte a centenares de hombres, Enkidu y Gilgamesh despachan a la bestia. Sin embargo, una osadía de Enkidu le lleva a ofender de una forma imperdonable a la diosa Ishtar. Tras descuartizar a la fiera, lanza al rostro de la diosa un trozo de carne, al tiempo que la insulta. Un ultraje así, lógicamente, no podía quedar sin castigo. 

La séptima tablilla narra un nuevo sueño, pero esta vez terrible. En él Enkidu cobra conciencia del episodio sacrílego que había cometido arrojando al rostro de la diosa carne del Toro Celeste. Anu, enterado de los sucedido, resuelve la muerte del gran amigo de Gilgamesh, ya que era totalmente humano. Tras una penosa enfermedad, muere; no sin antes haberse quejado de su llegada al mundo civilizado, y de lamentarse por haber conocido a la mujer que lo atrajo a la civilización. Al final de la tablilla se detalla la entrada de Enkidu en la mansión de Irkalla, es decir, en los Infiernos. 

La octava tablilla ocupa por entero el llanto de Gilgamesh por la muerte de su amigo, y cómo honra su memoria. El tramo final de esta epopeya se torna existencial.

En este sentido la novena tablilla revela la inquietud de Gilgamesh por el significado de la muerte, experiencia hasta entonces ajena a su persona. Preocupado por este horrible descubrimiento, persigue con ahínco la forma de esquivarla; para ello se enrola en un viaje en busca de la inmortalidad, más allá de la ciudad, buscando en la naturaleza las respuestas a sus lacerantes dudas existenciales, comunes a las de todos los hombres. El éxodo de Gilgamesh resulta fascinante, y la aventura avanza hacia un clímax con potente moraleja final. 

Gilgamesh se pone en marcha tratando de encontrar a Utanapishtim, un elegido por los dioses —había recibido al parecer la vida eterna— que vivía en un remoto país, después de haber sido rescatado de un devastador diluvio. Los pasos de Gilgamesh le llevan sin embargo a la mítica montaña Mashu, infranqueable para ningún mortal, y custodiada por los hombres-escorpiones. No obstante, éstos, al conocer la naturaleza semidivina de Gilgamesh, consienten su paso. Al final del camino el esforzado rey da con el jardín de Shamash, un maravilloso paraíso. 

En la décima tablilla encontramos a Gilgamesh a orillas de las Aguas de la Muerte, junto a la mansión de una camarera divina, Siduri. Ésta persuade a Gilgamesh de que no pierda el tiempo buscando el País de la Inmortalidad. Y sus palabras suponen la primera manifestación del carpe diem en la humanidad:


Gilgamesh, ¿por qué vagas de un lado para otro?
La Vida que persigues no la encontrarás jamás.
Cuando los dioses crearon la Humanidad,
asignaron la muerte para esa Humanidad,
pero ellos retuvieron entre sus manos la Vida.
En cuanto a ti, Gilgames, llena tu vientre,
vive alegre día y noche,
que tus vestidos sean inmaculados,
lávate la cabeza, báñate,
atiende al niño que te tome de la mano,
deleita a tu mujer, abrazada contra ti.
¡Tal es el destino de la Humanidad!

La undécima y última tablilla supone el último esfuerzo de Gilgamesh y su fracaso final. Siduri finalmente acaba cediendo a los ruegos del rey y le habla de Urshanabi, barquero de Utanapishtim, la única persona que lo puede guiar a través de las Aguas de la Muerte. Cuando Gilgamesh da con él, será la esposa de éste la que informe a Gilgamesh de que existe una planta milagrosa que proporciona la eterna juventud (no la inmortalidad). Gilgamesh dará con ella y la guardará para enseñársela a los ancianos de Uruk. Sin embargo, su euforia durará poco. Una serpiente, mientras éste se refresca en una fuente, le arrebata la planta mágica. La devora y muda de piel. Gilgamesh rompe en llanto y comprende el significado de su viaje: ni a él ni a ningún hombre le corresponde la inmortalidad, la muerte no puede esquivarse. Ahora todo le parece claro como un cristal. El Poema de Gilgamesh concluye de nuevo frente a las murallas de Uruk, con Gilgamesh mostrando orgulloso su ciudad al mítico Urshanabi. 

Queda, para la historia, un relato maravilloso con mil detalles sobre los que reflexionar. Sus diferentes episodios suscitan al menos las siguiente preguntas, inscritas en todo corazón humano: ¿Qué sentido tienen la vida y la muerte? ¿Por qué al hombre le cuesta tanto reconocer lo que le conviene? Y a partir de ellas, algunas conclusiones: El hombre sabe que ha de morir y que la vida ha de tener algún sentido. Los dioses no dejan sin castigo la ofensa hacia ellos, o por decirlo de otra manera, que los hombres lleven una vida irreverente. Todo hombre se pregunta por el sentido de la vida; no es por tanto una cuestión ajena a ningún hombre, con lo que supone ésto de signo acerca de la realidad de la trascendencia. Los hombres se ven impulsados constantemente a explorar sus propios límites. El ser humano no tiene bastante con las cosas de este mundo. Y al mismo tiempo, el hombre se siente apegado a este mundo, se afana por la gloria de este mundo y vive como si el mal que en él habita no fuera a afectarle nunca. Pero cuando finalmente le afecta se siente desnudo, vulnerable y dolido, y considera injusto el mal que sufre. Como una criatura que pide cuentas a su padre...


1 comentario:

  1. es un relato sumamente bello y humano... una de mis partes favoritas es cuando gilgamesh se lamenta "mi amigo enkidu ha muerto, yo tambien he de morir, lo velé siete días y siete noches hasta que salieron gusanos de su nariz, lo que le ha pasado a él me pasará a mi". es uno de los mejores libros que he leido en mi vida

    coincido coinsido lo clásico tiene una belleza única

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