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viernes, 31 de julio de 2015

España, Patrimonio de lo Sagrado: Gijón (Universidad Laboral)


Dicen de Gijón los naturales que Dios hizo la playa de San Lorenzo y el resto es obra de Jovellanos. Razones no les faltan para decirlo. Quieren poner así en lo alto la figura de su hijo predilecto, que ciertamente miró por su ciudad natal. Sin embargo, me interesa más la alusión a Dios —aunque parezca pintoresca— porque habla en favor de la profunda verdad del dicho bíblico de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Por eso es justo reconocer que el monumento que más admiración despierta de la ciudad de Gijón es la antigua Universidad Laboral, un conjunto arquitectónico de primer orden que precisamente por haber sido erigido por el régimen franquista es valorado por cuestiones que nada tienen que ver con criterios estrictamente artísticos.


He tenido la oportunidad de ver con mis propios ojos cómo las guías turísticas, que son siempre un mundo aparte, muestran una visión oficialista, acorde con la corriente vigente y por tanto antifranquista, de un lugar maravilloso que por cierto les da de comer. Con cuidado de no entrar en fechas proscritas y delicadas para los sensibles demócratas españoles, la guía que me tocó de la Laboral no fue capaz de reconocer las virtudes de un conjunto arquitectónico asombroso, tal vez para no tener que conceder ningún mérito a sus responsables, y se limitó a describir los diferentes edificios y a contar anécdotas para tener al personal entretenido. Habló de las innegables influencias de Italia en la Laboral, y también del mundo clásico. No se refirió en ningún momento a algo que a todas luces era evidente para alguien con cierta cultura en historia del arte: La Universidad Laboral es también un homenaje al magnífico Monasterio de El Escorial, al que por cierto dobla en dimensiones.


Sea como fuere, el ministro Girón de Velasco ya tuvo un detalle enorme con la ciudad de Gijón tras el accidente minero que dio pie a la construcción de la Laboral, levantando este magno complejo educativo. También por lo que supuso a nivel económico y social. Pero es que además los valores estéticos de la Universidad Laboral de Gijón son innegables, y se imponen como una ducha de agua fría cuando se está pasando un calor sofocante. Pues frente a la fealdad reinante en las bellas artes, un edificio de semejante belleza, construido sobre la tradición más segura, sigue despertando hoy una admiración difícil de disimular.

Hoy los edificios, como puso de manifiesto Michel de Foucault en Vigilar y Castigar, son diseñados siguiendo el patrón de las cárceles, y en las plazas de las principales ciudades de España se pueden encontrar aberraciones que no merece la pena recordar. Sin embargo, tanto para la Universidad Laboral de Gijón como para la Basílica del Valle de los Caídos, a pesar de su incontestable belleza, siempre habrá algún reparo.


Los abretumbas españoles, esos que andan todo el día tratando de ganar en el terrero de la cultura la guerra que perdieron en el campo de batalla (sus abuelos, claro), desprecian estos rincones realmente hermosos, aunque muchos de ellos incluso los visiten con disimilada envidia. Los más canallas en cambio defenderán su voladura, seguramente llevando puesta la camiseta del asesino Che Guevara y elevando un puño que sólo ha traído desgracias.

Yo deseaba desde hace tiempo ver esta fantástica construcción para poder decir con conocimiento de causa si era o no el mejor edificio español construido en el siglo XX. En mi opinión el Valle sigue en primer lugar, me sobrecoge más, aunque la Laboral está a la misma altura que la bella Basílica. Lamentablemente no es posible referirse únicamente al arte porque todo en la vida va de la mano, así que conviene saber que el Valle está siendo dejado de la mano de Dios, y que en la Laboral se desacralizó la Iglesia para convertirla en sala de exposiciones, sacando así de la Universidad la religión, cuando es precisamente la Universidad una institución medieval creada por la propia Iglesia. Ver para creer. Los que se proclaman hoy antifranquistas después de haber muerto Franco, y denuncian con espuma en la boca no sé qué dictadura terrible —cuando en realidad Franco salvó a España de la revolución comunista—, invocan ahora con resolución la dictadura del Santo Laicado.


Este linaje, tan cegado por el odio que ya no le cabe ningún ápice de decencia moral, fue descrito en términos durísimos por los mismos que en origen defendieron sus causas. Baste la voz autorizada de Gregorio Marañón para identificar a los que siempre tienen algún reparo para obras tan extraordinarias (por el talento que rezuman y su técnica hoy tan abandonada) como la Universidad Laboral de Gijón o el Valle de los Caídos. Son los mismos que siguen hoy con el puño en alto:

«¡Qué gentes! Todo en ellos es latrocinio, locura, estupidez. Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales y aún no habremos acabado. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado? Y aún es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos».

Pues eso, en vez de engalanar nuestras obras señeras, las entregamos al ostracismo. O nos avergonzamos de ellas si hemos de enseñarlas a los turistas. O les restamos sus valores intrínsecos. O disfrazamos su historia. O directamente la pervertimos. Propio de un pueblo inculto que, como anunció Oseas, por falta de conocimiento está cavando su propia tumba.



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