León Tolstói (1828-1910) es sin duda el nombre más destacado de las letras rusas. Sus grandes obras, al menos en cuanto a reconocimiento y número de páginas se refiere, Guerra y paz (1869) y Anna Karenina (1877) fueron precedidas por algunas obras de hermosa factura, entre las cuales se encuentra esta bellísima historia entre Serguéi y Masha titulada La felicidad conyugal.
Dividida en dos partes, esta sucinta novela narra el encuentro de dos almas destinadas a unirse en matrimonio y a vivir una vida dichosa el uno al lado del otro. Su amor será protegido al principio en un pueblecito remoto de la vieja Rusia, Pokróvskoe, inserto en un marco natural donde las flores, los árboles y los pajarillos remiten a una especie de paraíso terrenal en el cual la inocencia y la felicidad parecen conservarse.
A ella le parece claro en los inicios de su idilio que se vive para ser feliz, y que en el futuro habrá mucha felicidad para el matrimonio. De hecho, llegará a temer hasta aquello de lo que está constituida la realidad, que no es otra cosa que el cambio: "¿Me creerás que cuando oigo una campanilla, recibo una carta o simplemente me despierto, siento miedo? Miedo porque la vida sigue y algo puede cambiar, y nada puede ser mejor que lo que hoy tenemos". El, por su parte, que ha vivido más que Masha, y tiene un temperamento sosegado, sabe que lo que hace falta para la felicidad es una vida apacible, recogida en la lejanía de su provincia, haciendo el bien "a esas personas a las que es tan fácil hacer un bien al que no están acostumbradas". Para desgracia de ambos, los sueños acerca de cómo organizarían sus vidas en la aldea se hicieron realidad, pero de una manera totalmente distinta de como esperaban.
La vida en la aldea de pronto empieza a aburrir a Masha. Su juventud es en realidad el principal problema, unida a esa grave enfermedad espiritual que es el aburrimiento. No es capaz de vivir un amor maduro, porque aún no ha sido deslumbrada por las seducciones del mundo, ni desengañada por éstas. Su exceso de energía, por consiguiente, empieza a consumirla; y se trata de un exceso de energía que no encuentra su lugar en esa vida apacible. La tentación de cambiar de aires llega cuando Serguéi nota que Masha se apaga, y decide que deben trasladarse a la ciudad. A Serguéi no le agradará la idea, pero en vistas a la felicidad de su mujer, le abrirá sin saberlo las puertas a un mundo fascinante que será lo que los aleje definitivamente, o más concretamente, lo que mate la pasión que los unía, la confianza ciega que los trababa, el candor que ardía en sus almas y los mantenía al margen del gran teatro del mundo.
"La idea de que podría librarme de aquella tristeza —dirá Masha— con sólo trasladarme a la ciudad me ocurría una y otra vez; pero al mismo tiempo, que por mí se alejara de todo lo que quería me hacía sentir avergonzada y mal. Pero el tiempo transcurría, la nieve encalaba con una capa cada vez más alta las paredes de la casa, y nosotros seguíamos estando siempre solos, y siempre el uno frente al otro; y sin embargo, allá, en algún lugar, en medio del brillo y del bullicio, multitud de gente experimentaba inquietudes, sufrimientos y alegrías sin pensar en nosotros ni en nuestra existencia, que poco a poco iba extinguiéndose".
Una vez en la ciudad, Serguéi y Masha participarán en todo tipo de eventos culturales. Y como es natural, la belleza de la muchacha pronto avivará ilusiones en otras personas, e ilusiones no siempre inocentes. Masha confesará de hecho que una mujer de mundo, ya entrada en años, solía decirle cosas tan halagadoras que la cabeza le daba vueltas. Entonces Serguéi, reconociendo el peligro, intentará que su matrimonio no naufrague, y en consecuencia, discutirá con Masha, haciéndole ver que su presencia en esas fiestas les está haciendo daño: "La vida social no es el mayor de los males. Lo que es feo y malo son los deseos irrealizables que esa vida mundana despierta". Este tremendo comentario es en mi opinión la clave de esta hermosísima historia.
Los temores de Serguéi por lo tanto son justificados. Vislumbra la desgracia, pero antes de aceptarla, estalla, y responde a su mujer con una de las frases más auténticas de la obra, que no carece de ellas: "¡Esto no nos va, Masha, ni a ti ni a mí! Déjaselo a otros; esas falsas relaciones pueden acabar con nuestras verdaderas relaciones, y yo aún tengo esperanzas de que las verdaderas vuelvan".
Y la verdad es que al final lo que queda entre ellos no es otra cosa que amor. Quizá el verdadero amor. Un amor más profundo y menos idílico, ciertamente. Un amor menos infantil y pernicioso. Un amor manchado por el mundo, pero lavado por el desengaño del mundo mismo. El único amor al que en esta vida puede aspirarse. Y no obstante un amor, por desgracia, que hoy no motiva a nadie. Hoy convence únicamente el encadenamiento de amantes, la sucesión de momentos superficiales pero excitantes, y por tanto fugaces. Hoy el amor se entiende como una carrera incesante en busca de ulteriores placeres, a fin de hallar una felicidad imposible en los momentos caducos, cuando la felicidad es un estado del alma, no un instante que pasará o una persona que nos produce cierto goce.
Las cosas son lo que son, reconoció Tolstoi, y reconoce cualquier persona sana, como Serguéi y Masha, sin ir más lejos. Enloquecer por lo que es imposible conseguir, dará lugar invariablemente a una frustración constante. Pero aún hay algo peor que eso: Vivir sin querer amar, el dominio de la indiferencia sobre los corazones humanos.
Ahora bien, el anhelo de plenitud siempre vive, como llama perenne, dentro de todo hombre. Sólo los que ven más allá del barro que ensucia sus ojos, reconocen que esa sed apunta a una fuente que no se halla en el mundo presente. Ese anhelo lo siente Serguéi en lo más profundo de sus entrañas, contemplando en este caso la hermosa, y también misteriosa, naturaleza que encuentra en su regreso a la aldea, y que siempre ha estado allí, esperándole, para que a través de ella se remonte a esa fuente que le devuelva la felicidad que añoraban, que restaure la armonía de su relación conyugal:
"Si estoy triste es precisamente por toda esta armonía que hay frente a mí. En mí todo es incoherente, incompleto, siempre quiero algo; en cambio, aquí todo es maravilloso, tan apacible... ¿Acaso a ti no te embarga una cierta nostalgia de disfrutar de la naturaleza, como si quisieras algo imposible y lamentaras algo pasado?".
También dijo Tolstoi:
ResponderEliminar"Quien ha conocido sólo a su mujer y la ha amado, sabe más de mujeres que el que ha conocido mil"
Haddock.