Para mi gusto, las narraciones populares que elaboró Pushkin sobre la base de la tradición oral de su país, e incluso de la tradición clásica, suponen lo más ameno y agraciado de su obra, por encima de sus más logradas obras originales, tales como La hija del capitán, Eugenio Oneguin o El jinete de bronce.
De los cuentos referidos, la fábula del Zar Saltán y de su hijo, el glorioso y poderoso caballero Príncipe Guidón Saltánovich, y de la bella princesa cisne —que así se llama el cuento completo—, es la más extensa y quizá también la fábula más atractiva del conjunto. Pero atractivos son todos los relatos escogidos en la magnífica edición de Reino de Cordelia: El novio, Fábula del pope y su siervo Baldá, Fábula del pescador y del pececillo de oro, Fábula de la princesa muerta y los siete caballeros, y Fábula del gallo de oro. Todos ellos encierran, además, una provechosa moraleja o lección final, advirtiendo a los fascinados lectores acerca de las nefastas consecuencias de la envidia y la avaricia, sobre todo.
Con todo, estos deleitosos y saludables cuentos, que ya he leído y releído en numerosas ocasiones, adquieren una categoría mayúscula cuando se leen acompañados por las portentosas ilustraciones del genio ruso Iván Bilibin. Dichas ilustraciones, que cabe tildar de maravillosas, y se inspiran en el art noveau y en el exótico grabado japonés, combinan un dibujo genial con un colorido deslumbrante, que las convierte, así pues, en complemento y adorno ideales de los amenos y agraciados cuentos populares rusos confeccionados por Aleksandr Pushkin.
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