domingo, 18 de agosto de 2019

El Zar Saltán y otros cuentos populares rusos de Aleksandr Pushkin e Iván Bilibin

Cuando en el verano de 1831 Aleksandr Pushkin leyó en su casa de Tsarskoie Selo a Nikolai Gogol unos cuentos populares, éste afirmó, en una carta privada a un amigo, que el gran poeta nacional y padre de la literatura rusa le había leído unos cuentos tradicionales auténticamente rusos. Se refería, según creo yo, al elemento cristiano con el que fueron especiados por Pushkin estos cuentos, o dicho de otro modo, por el alma auténticamente rusa, que en el fondo es profundamente espiritual, incluso en los obstinados rusos como Pushkin que no profesaban credo alguno.

Para mi gusto, las narraciones populares que elaboró Pushkin sobre la base de la tradición oral de su país, e incluso de la tradición clásica, suponen lo más ameno y agraciado de su obra, por encima de sus más logradas obras originales, tales como La hija del capitán, Eugenio Oneguin o El jinete de bronce.

De los cuentos referidos, la fábula del Zar Saltán y de su hijo, el glorioso y poderoso caballero Príncipe Guidón Saltánovich, y de la bella princesa cisne —que así se llama el cuento completo—, es la más extensa y quizá también la fábula más atractiva del conjunto. Pero atractivos son todos los relatos escogidos en la magnífica edición de Reino de Cordelia: El novio, Fábula del pope y su siervo Baldá, Fábula del pescador y del pececillo de oro, Fábula de la princesa muerta y los siete caballeros, y Fábula del gallo de oro. Todos ellos encierran, además, una provechosa moraleja o lección final, advirtiendo a los fascinados lectores acerca de las nefastas consecuencias de la envidia y la avaricia, sobre todo.

Con todo, estos deleitosos y saludables cuentos, que ya he leído y releído en numerosas ocasiones, adquieren una categoría mayúscula cuando se leen acompañados por las portentosas ilustraciones del genio ruso Iván Bilibin. Dichas ilustraciones, que cabe tildar de maravillosas, y se inspiran en el art noveau y en el exótico grabado japonés, combinan un dibujo genial con un colorido deslumbrante, que las convierte, así pues, en complemento y adorno ideales de los amenos y agraciados cuentos populares rusos confeccionados por Aleksandr Pushkin.




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