En líneas generales, la figura de Juana de Arco es una gran desconocida. Sobre todo para los historiadores hispánicos, por ser una heroína francesa, y en mayor medida por la imposibilidad de explicar terrenalmente sus palabras y actos. Lo cierto y verdad es que Juana, una joven iletrada nacida en la remota aldea de Domrémy, provocó un giro de ciento ochenta grados en el rumbo de la devastadora Guerra de los Cien Años, haciendo posible, después de muchas décadas, que sus compatriotas echaran de sus tierras a las fuerzas de ocupación anglosajonas.
Casi tan extraordinario y humanamente inexplicable es que el padre de la literatura norteamericana, Mark Twain, que había escrito las Cartas de Satán y se mostraba como un azote anticristiano, novelara de manera magistral la asombrosa aventura de la Doncella de Orleáns, que no sólo encarnaba el amor a la patria, sino también el amor a Dios, y por tanto el abandono más absoluto a su voluntad insondable y sapientísima. De hecho, para el autor de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, su último libro, Juana de Arco, fue la culminación de su obra literaria, su libro más plenamente conseguido.
El contexto en el que Juana de Arco protagonizó sus hazañas militares es el de la Guerra de los Cien Años (1337-1453) y la crisis de la Cristiandad estallada a raíz del Cisma de Occidente (1378-1417). Por un lado, la división de obediencias dividió a su vez a los reinos cristianos, a pesar de que los pueblos se mantenían fieles a las tradiciones religiosas. Por otra parte, la situación de Francia era desesperada: más de la mitad de su territorio estaba en manos inglesas y borgoñonas. En la batalla de Crécy Inglaterra dejó postrada a Francia. «Pero la nación se recuperó y pudo continuar la lucha durante los años siguientes hasta que volvió a ser abatida por otro golpe devastador: Poitiers. Reunió nuevas energías y así emprendió sucesivas campañas, década tras década. Nuevas generaciones se sucedían, infancia, matrimonio y muerte, y la guerra continuaba... Sus hijos, a su vez, crecían y se casaban, morían... y la guerra continuaba... Los hijos de éstos volvían a ver cómo Francia era una y otra vez derrotada... esta vez con el increíble desastre de Agincourt... Pero la guerra continuaba, año tras año... y nuevas generaciones se sucedían...» En esos momentos tan delicados, en los que el rey francés estaba dispuesto a arrojar su corona y abandonar sus dominios, hizo su aparición en el escenario de la Historia la extraordinaria campesina que gozó de apelativos tales como «Hija de Dios», «Novia de la Victoria», «Salvadora de Francia» y «Paje de Cristo».
Pues bien, Mark Twain expone esta asombrosa biografía desde el punto de vista de Luis de Conte, paje de Juana y asistente y secretario del Gran Proceso, que fue compañero de juegos de la doncella y luchó a su lado en la terrible guerra de liberación. La narración se distribuye en tres partes, que suman 72 capítulos más una conclusión. La primera parte es una presentación de la niña y de su misión: arrojar de Francia a los ingleses y ceñir la corona sobre las sienes del delfín. La segunda desarrolla la serie de campañas y proezas bélicas de Juana y su ejército de héroes, siendo las más importantes el levantamiento del cerco de Orleáns, la victoria en la batalla de Patay y la coronación de Carlos VII en Reims. Por último, en la tercera parte se relata la traición y el juicio contra Juana de Arco ―perpetrados por unos compatriotas sin escrúpulos o acobardados, unos enemigos encarnizados y un tribunal inicuo―, y su condena a morir en la hoguera.
Para el narrador, así como para los jueces que rehabilitaron posteriormente su memoria y también para la Historia misma, Juana fue un ser extraordinario enviado por la Providencia para dar un vuelco a los acontecimientos históricos. Su misión le había sido encomendada a través de unas voces, por lo que Juana sólo podía ser una cosa: o bruja o santa. La hermosa descripción de Twain refleja lo que ha demostrado el conocimiento histórico y ya sabía el pueblo sencillo por medio de la tradición, esto es, el sublime interior de aquella maravillosa niña, nombrada por su rey General en Jefe de los Ejércitos de Francia, pues «cuando es Dios el que lucha, importa poco si la mano que empuña la espada es grande o pequeña».
Respecto a la muchachita rubia y de conducta limpia que pone en jaque a uno de los ejércitos más poderosos del momento, el tribunal eclesiástico que examina su misión en Poitiers dictamina que «Juana de Arco, llamada la Doncella, es una buena cristiana y buena católica. Que no se advierte nada contrario a la fe, ni en su persona ni en sus palabras, y que el Rey puede y debe aceptar el ofrecimiento que se le hace, pues rechazarlo sería ofender al Espíritu Santo y haría al Rey indigno de esta ayuda de Dios».
Por su parte, Luis de Conte se deshace en elogios hacia Juana y le prodiga no pocas manifestaciones de aprecio y admiración. De la doncella dice que «tenía el corazón más sencillo y grande que haya existido nunca». Que «su rostro dejaba traslucir una dulzura, serenidad y pureza que no eran más que el reflejo de su naturaleza espiritual interior». En definitiva, incapaz de alterar la verdad para salvar su vida, o en beneficio propio, pura como la nieve e incapaz de mentir y traicionar, para el narrador norteamericano no hay duda de que se trata de «la vida más noble que haya nacido jamás, salvo Una» [Cristo].
Naturalmente, dichas cualidades obran un efecto fascinador en las gentes. «Por todas partes se granjeaba amigos y defensores de su causa. Ni los nobles ni los plebeyos podían escuchar el acento de su voz y contemplar su rostro con indiferencia». Tanto es así que «los que escuchaban la voz de Juana y contemplaban su mirada, quedaban tan encantados que cambiaban su modo de actuar y de pensar».
Sin embargo, la aventura de Juana es también tragedia y pasión. Frente a su ilustre figura se sitúan enemigos como sir Talbot, el terror de los franceses, La Tremouille, intrigante consejero de un rey de carácter voluble y solapado, rodeado de una corte frívola, aduladora y sin conciencia, y sobre todo, Pierre Cauchon, el infame obispo que preside el inicuo tribunal que acaba condenando a muerte a la que será nombrada patrona de Francia.
A fin de cuentas, la última obra de Mark Twain es una novela fascinante. El padre de la narrativa norteamericana poseía el don de la narración, y en la referida biografía de Santa Juana de Arco seduce con un estilo pulcro y veraz, conquistando los corazones de sus lectores para la causa de la nada vulgar Doncella de Orleáns: encarnación del amor a la nación y del abandono a los designios de Dios.
En este sentido, Juana de Arco fue un instrumento de la Providencia para sellar la alianza entre el Trono y el Altar. Una alianza que duró más de tres siglos, hasta que los revolucionarios franceses, que aborrecían esa unión y todo lo que ella representaba, trataron de extirpar del pueblo francés el glorioso recuerdo de su patrona y aun la fe en su divino Redentor.
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