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sábado, 9 de enero de 2021

La Segunda República Española de Pío Moa

Durante las presentes fechas navideñas he tenido la oportunidad de leer varios libros. Uno de ellos ha sido el último ensayo de Pío Moa: La Segunda República Española. He complementado su lectura con la espléndida novela de Agustín de Foxá: Madrid, de corte a checa, que ofrece un cuadro muy vivo de aquel periodo histórico, y merece un comentario aparte. 

El estudio de Moa, apasionante y como siempre lúcido, es una historia de conjunto sobre la Segunda República Española, que más bien parece un relato novelesco en el que los propios protagonistas, intelectuales y políticos, cobran vida, clarificando definitivamente aquellos acontecimientos a través de sus palabras y actos. El historiador gallego, que ejerce en este libro de director de orquesta, haciendo entrar y salir a los instrumentistas, describe el nacimiento, la evolución y la destrucción posterior del régimen republicano (1931-1936), glosando las citas y arrojando luz sobre los gravísimos hechos tratados.

Dicho libro, a pesar de ser un compendio de tres obras previas del autor (Los orígenes de la guerra civil española, Los personajes de la república vistos por ellos mismos, y El derrumbe de la república y la guerra civil) es importante porque desmonta en un sólo volumen la edulcorada visión actual, compuesta por un cúmulo infinito de falsedades y tergiversaciones, sobre la Segunda República. Así pues, el propósito de Pío Moa con esta obra es acercar a la gran masa de lectores un relato ameno y fiel a los hechos, que permita clarificar aquel pasado siniestro, con la esperanza de que no se vuelva a repetir.

Pues bien, el autor ha dotado a la obra de cuatro partes. 

En la primera, Moa explica cómo llegó y se institucionalizó la Segunda República. Para llegar ésta, tuvo que caer la monarquía de Alfonso XIII. Episodio que aquí es explicado como «un asombroso autogolpe monárquico», al aceptar éstos la derrota con unos resultados (los de las elecciones municipales del 12 de abril) en los que habían obtenido muchos más concejales que sus rivales. En este sentido, los monárquicos invitaban a los republicanos a tomar la calle.

Moa destaca en el sexto capítulo, que es el decisivo de esta primera parte, que «el cambio de régimen no se hizo mediante una ordenada transmisión de poderes», pues la entrega del poder por parte del monarca «fue saludada como un logro revolucionario por parte de los republicanos. Pero el cambio había tenido muy poco de revolucionario. Más bien podría describirse como un golpe de Estado de los monárquicos contra su propio régimen o forma de Estado».

Esta tesis es sostenida por Moa en base a dos argumentos coadyuvantes: las «influencias» masónicas y la indignación de muchos monárquicos con el rey por su actitud hacia Primo de Rivera, cuyo gobierno había recibido un gran respaldo popular, logrado varios años de bonanza económica, y conseguido detener el terrorismo anarquista, el separatismo y la sangría de Marruecos.

En mi opinión, don Pío acierta en su diagnóstico al señalar estos dos factores como los decisivos de la caída de la monarquía de Alfonso XIII, pero la masonería y su papel en los últimos dos siglos representan un asunto delicado y conviene hacer una apostilla. 

Por un lado, el conde de Romanones, presidente del Consejo de Ministros en varias ocasiones, era masón, como certifica, citando a Juan Simeón Vidarte, Pío Moa, que, dicho sea de paso, cada vez va concediendo en sus trabajos sobre la historia reciente de España una mayor trascendencia a la acción masónica. Sin duda porque la realidad se impone y las huellas cada vez son más evidentes. Sin embargo, en este asunto coincido en mayor medida con don Alberto Bárcena, que en el segundo volumen de La pérdida de España, va un paso más allá y señala, además de influencias, órdenes directas emanadas de las logias, así como amenazas concretas. Como la que recibió el propio monarca antes de consagrar el país al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles el 30 de mayo de 1919, tal y como relata el padre Mateo Crowley. Fin de la acotación.

La segunda parte de La Segunda República Española describe el bienio izquierdista. Este periodo de dos años (1931-1933) se caracteriza por su carácter revolucionario, cristalizado en la inmediata quema de conventos, bibliotecas y centros educativos, y por la aprobación de una constitución rabiosamente anticatólica. Como indica muy bien Pío Moa, la nueva ley fundamental «reducía al clero a una ciudadanía de segunda y chocaba con los sentimientos de la mayoría de la población. Desde el primer momento se había desatado una propaganda ferozmente antirreligiosa mezclada con atentados e incendios que anunciaban la persecución exterminadora de la guerra civil».

Niceto Alcalá Zamora era por entonces el presidente de la República, y Manuel Azaña el jefe de Gobierno. Con ellos al frente de la nación, retoña el separatismo catalán y el sectarismo gubernamental acorrala progresivamente a las derechas. Fracasa el golpe de mano de Sanjurjo, que pretende cambiar un gobierno que «llevaba a la patria camino de la desmembración», dando nuevos bríos a las izquierdas, hasta que el anarquismo y, sobre todo, los crímenes de Casas Viejas, torpedean y hunden el gobierno azañista. 

A pesar de las expectativas, el balance del bienio es lamentable, pudiendo resumirse en la terrible y afortunada frase de Alejandro Lerroux, vieja gloria republicana, que define el bienio en tres palabras: «sangre, fango y lágrimas».

Para entonces, intelectuales que apostaron inicialmente por la república, como Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala, repudian el régimen. Para colmo de males, las elecciones de 1933, cuya «campaña electoral se desarrolló entre presiones, coacciones y violencias por parte de las izquierdas», reflejan una victoria aplastante de las derechas, mientras el PSOE y su prensa, radicalizados, aspiran a hacer saltar por los aires la «república burguesa», de la cual habían formado parte con cargos en el gobierno de Azaña.

En suma, don Pío concluye esta parte afirmando que «frente a las versiones de pura propaganda, no fueron las derechas ni los monárquicos quienes principalmente hostilizaron los gobiernos de Azaña; los desestabilizaron los anarquistas y luego los socialistas». Y Azaña, que veía sus días contados al frente del gobierno, se lamenta entonces de sus socios, creyendo ver en ellos la «encarnación de la necedad».

La tercera parte se centra en el bienio derechista (noviembre de 1933 - febrero de 1936), llamado negro por la propaganda vencida, y expone el proceso que conduce a la catástrofe. Moa justifica el vuelco electoral concediendo menos peso del que habitualmente se concede al voto femenino, y más a los resultados de las mismas políticas izquierdistas, de las cuales los españoles estaban hasta el gorro. Desde el advenimiento del régimen republicano, se había vulnerado la propiedad privada, anulado la enseñanza religiosa y expropiados o abandonados sus centros de enseñanza, habían bajado los ingresos per cápita, los parados se habían casi doblado, habían aumentado las desigualdades sociales y la miseria, el orden público se había deteriorado enormemente, etc. «Prácticamente todas las violencias habían tenido origen izquierdista. Añádanse las duras represiones, solo eficaces contra la derecha, la muy frecuente censura y suspensión de prensa, más numerosas huelgas violentas, varios movimientos insurreccionales y cuantiosos destrozos e incendios en edificios, sobre todo religiosos; casi todo ello causado por el extremismo de izquierda. No suena especialmente ilógico que muchos ciudadanos mostraran su hartazgo con su voto». Por consiguiente, la victoria de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933 respondía «más bien a la dura experiencia de aquellos años, comenzados con la euforia ilusa de unas promesas y esperanzas quiméricas».

Moa señala a continuación cómo Azaña, Alcalá Zamora y los republicanos de izquierda atacaron la propia legalidad republicana, y cómo el PSOE y la Esquerra pusieron en marcha una insurrección armada, que desembocó en el verdadero inicio de la guerra civil (octubre de 1934). Besteiro, uno de los líderes socialistas, había advertido a sus camaradas: «Vais a llegar al poder, si llegáis, empapados y tintos en sangre». Antes del nacimiento de Falange Española, constata Pío Moa, los socialistas ya predicaban la guerra civil, y cuando nació Falange, los jóvenes socialistas mataban impunemente para impedir la propaganda de sus contrarios.

Una de las reflexiones más valiosas del autor sobre los acontecimientos descritos es que los izquierdistas consideraban el régimen «propiedad exclusiva de la izquierda». En realidad, con gentes así es imposible la convivencia. Basta con fijarse en las izquierdas actuales. Cuando los globalistas y rojos oficiales, Sánchez e Iglesias, estaban en la oposición no hace tanto, consideraban una vergüenza que a primeros de año la luz subiera un 4,6 % y el gobierno de entonces no parase los pies a las compañías eléctricas; estando ellos en el gobierno a comienzos de 2021, la luz ha subido un 27 %, pero idéntico abuso ha dejado de ser una vergüenza. Psicológicamente, es muy difícil explicar este comportamiento, aunque Moa resuelve la incógnita, al señalar que «el valor moral de una política se medía por su eficacia para alcanzar o retener el poder». Una hipocresía tan refinada parece demoníaca, pues en la práctica reduce a cenizas los principios morales y las relaciones humanas, basadas en la confianza.

En segundo lugar, la guerra civil española comienza en octubre de 1934, y no en julio de 1936, como pretende la propaganda progresista. Y hay que atribuir al escritor gallego el mérito de haber expuesto de forma inequívoca esta realidad. 

«La guerra civil declarada por el PSOE y el separatismo catalán solo se mantuvo durante dos semanas, pero sus daños fueron muy graves: casi 1.400 muertos y 3.000 heridos, según el balance oficial». Todo ello al margen de los daños materiales y políticos. Además, no hubo punición para los autores del golpe de Estado y la propaganda de izquierdas calaba gradualmente en amplias masas fanatizadas. No en vano, el antifascismo «constituía el nervio de la agitación y propaganda socialistas, con el objetivo evidente de soliviantar a las masas y forzarlas a moverse contra un fantasma. El objetivo era destruir la república «burguesa» e instalar una «dictadura proletaria», es decir, del propio PSOE».

Finalmente, don Pío subraya el documentado fraude electoral de febrero de 1936 perpetrado por los izquierdistas, agrupados a la sazón en el Frente Popular, para los cuales «la democracia consistía en que mandaran ellos, dijeran lo que dijeran los votantes». En suma, concluye el autor:

Resulta difícil, en rigor imposible, considerar democráticas unas elecciones convocadas por la precipitación de eludir implicaciones penales; y en las que uno de los bandos se jactaba de la reciente insurrección armada y guerra civil parcial, amenazaba de muerte al bando contrario y declaraba su intención de no respetar unos resultados adversos, incluso de volver a la guerra civil. Valorarlas como comicios normales, democráticos o legítimos implica una concepción harto extravagante de lo que pueda ser normal en democracia. Pero así las presentan muchos historiadores «progresistas».

En consecuencia, dicho fraude electoral liquida definitivamente la legalidad republicana y abre paso a un nuevo régimen revolucionario que precipita la inevitable guerra civil.

La cuarta parte de La Segunda República Española está dedicada a los aspectos culturales y económicos de la república, así como a las fuerzas y dinámicas que intervinieron en ella. Son casi veinte jugosas e ilustrativas páginas, que refutan la visión edulcorada de aquel régimen penoso.

En otro puñado de páginas, finalmente, Pío Moa muestra el destino, muy significativo, de los principales actores de aquella época. Después ofrece unos interesantes comentarios bibliográficos sobre algunas obras concretas del periodo referido y, como colofón, propone varias conclusiones generales.

Dicho esto, mi valoración sobre La Segunda República Española es muy positiva. Me parece un ensayo brillante y meditado, y su contenido esclarecedor y por ende definitivo. Además, se agradece mucho el estilo ameno del autor, y su tono sobrio, que reviste de seriedad a la obra. 

En las 399 páginas de dicho estudio, en definitiva, quedan retratados sus verdaderos protagonistas, y distribuidas las culpas según sus palabras y actos. Asimismo, se establece con claridad que en política, efectivamente, las palabras y los hechos suelen diferir considerablemente. Además, se demuestra la conjura masónica y otras influencias externas, a partir de los Congresos de la Segunda Internacional y los del Partido Comunista Soviético. Y también se concretan las enormes responsabilidades que recaen sobre los gobernantes que dirigen las naciones y que en ocasiones las suelen llevar a la ruina. Pero sobre todo, queda absolutamente desmontada la versión hoy predominante sobre la Segunda República, que concibe aquel régimen «como un gran impulso histórico progresista, liberador y cultural, frustrado por una agresiva, intolerante y oscurantista oligarquía reaccionaria de financieros, terratenientes, obispos y generales, que para defender sus privilegios desataron la guerra civil. Según esta versión, la quema de iglesias y bibliotecas, los atentados, las insurrecciones, los asesinatos, las destrucción y el saqueo del patrimonio histórico y artístico, el fraude y violencia electoral, el terror, la destrucción de la legalidad, el genocidio religioso... serían solo manifestaciones de fuerzas de progreso, o en todo caso asuntos menores, superficiales, como mucho errores parciales que no desmentirían un significado histórico de progreso».

Lo dicho, un cúmulo infinito de falsedades y tergiversaciones que Pío Moa rebate en esta excelente obra de divulgación histórica.

Post scriptum: Felicito también a la editorial, La esfera de los libros, por la portada escogida y por haber conseguido poner a la venta un libro que huele muy bien, cosa que agradezco mucho en los libros físicos que pasan mucho tiempo en mis manos, ante mis ojos y mi nariz.

1 comentario:

  1. Una excelente reseña. Conocer la verdad es el único medio de ser libres. Leeré este libro de Moa, como leo cada cosa que escribes. Que por cierto siempre me parece una maravilla.

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