A lo largo de los años he podido comprobar como entre mis alumnos la Segunda Guerra Mundial posee una poderosa fuerza cautivadora. Desde luego, la misteriosa sugestión que ejerce en las almas contemporáneas la mayor conflagración conocida por la humanidad se debe a una variada gama de razones. Al carisma innegable de los protagonistas se suma el hecho de que la contienda fue la más mortífera y devastadora de la historia. También conviene tener en cuenta la magnitud y extensión de la lucha, su intensidad y el antagonismo radical de las fuerzas en disputa. Y en modo alguno se debería minusvalorar la desmedida propaganda con la que los vencedores, llamados a sí mismos aliados, han venido persuadiendo a las masas nacidas bajo el nuevo orden posbélico, surgido tras las rendiciones incondicionales de Japón y Alemania.