lunes, 16 de julio de 2018

La hispanibundia de Mauricio Wiesenthal

He tardado dos meses en leer y comentar el último libro de Mauricio Wiesenthal: La hispanibundia. Lo cual significa que me he tomado mi tiempo para asimilarlo, puesto que no es un libro del que se pueda debatir a la ligera, a pesar de su prosa florida y su estilo ligero. El asunto del libro es el temperamento español, por eso el autor pretende describir aquí un retrato familiar, mostrando cómo se formó en la historia, en la literatura y en la leyenda el carácter que distinguió a los naturales de esta nación.


De entrada, resulta extraño que al poco de ver la luz en las librerías españolas ya hubieran aparecido varias reseñas de la obra. Todas ellas laudatorias. Sin embargo, después de haber sopesado el trabajo de don Mauricio, no puedo coincidir con los encendidos elogios que mereció este libro. Su calidad literaria es innegable, y el asunto tratado es de gran calibre, pero al analizarlo seriamente, la obra se revela carente de equilibrio, recreándose el autor en exceso en las penumbras, o pretendidas penumbras, de la historia de España.

De hecho, el mismo título del libro revela un sesgo negativo, pues este neologismo, inventado por don Mauricio, alude a una especie de «locura española» (p. 25), o de «energía vibrante que produce el español al vivir» (p. 16). Precisamente, el reflejo de semejante actividad se traduciría, según el autor, en un determinado humor, en una idea excesiva del honor, en el desprecio de la muerte, en la envida, la corrupción, la injusticia, los pícaros, el abandono de nuestros héroes, etc. El retrato es mucho más completo, pero no merece la pena extenderse.

Además, encuentro contradicciones en el autor, al defender por un lado la ilustración que debió llegar a España a través de los «filósofos» franceses, y censurar, por otro, el mundo moderno. Con razón dice Wiesenthal que el odio secular entre derechas e izquierdas no es precisamente español, «sino que se importó del pensamiento jacobino y marxista» (p. 303). También se observa una tremenda contradicción entre los deseos de don Mauricio de una España multicultural, compuesta por cristianos, musulmanes y judíos, y su afirmación de que la identidad de los españoles es cristiana y europea (p. 294). Quedar bien con todo el mundo no es posible, ni tampoco poner una vela a Dios y otra al Diablo. Pero Wiesenthal lo intenta, por si acaso.

Quiero pensar que el pensamiento del autor ha evolucionado, y que simplemente algunos de los capítulos, que fueron escritos hace años, no están bien cosidos.

En definitiva, «la cultura española defendió, en sus mejores tiempos, el gesto y la gesta frente a las teorías racionalistas; probablemente porque nuestra civilización se «gestó» en la lucha entre pueblos y religiones muy diferentes. De igual forma que los iberos fueron inquietantes defensores de la muerte —sobre todo cuando se les amenazaba con la esclavitud—, el cristianismo nos trajo la esperanza de ver la vida como un camino de salvación. En esa fe construimos nuestra identidad, renovando mil veces nuestros votos en la Reconquista, en las guerras europeas de Carlos V y en las discusiones teológicas de Trento. Desde ese momento, el español repudió todo pensamiento que no viniese bien engastado en la vida. Fuimos grandes narradores de aventuras y magníficos cronistas» (p. 257).

Por eso «al quedar expropiado de su tradición cristiana, alienado en un pensamiento racionalista que le era extraño, el español moderno abandonó sus hábitos laboriosos y se dejó encandilar por las utopías. Habíamos sido en nuestra Edad Media un pueblo de gestas, y llegamos hasta el punto de convertirlas en libros de caballerías. Pero, desde que perdimos nuestros mitos y caímos en el dislate de imitar a nuestros vecinos y seguir sus modas, sufrimos terribles penalidades al enfrentarnos con la realidad. Y lo peor es que Europa, que necesitaba nuestras fuerzas, sufrió la falta de ese aporte vital» (258-259).

En fin, La hispanibundia es una obra que refresca y abona en parte el erial cultural español, pero que no va tan a la contra como pretende su autor, y que contiene además innumerables afirmaciones discutibles y aun peligrosas para aquellos inocentes lectores incapaces de analizar las cosas, por carecer de criterios válidos y permanentes, con un mínimo de seriedad.

Obra, en consecuencia, de la que se pueden salvar algunos buenos aportes, y que debería ser leída por aquellos españoles interesados en su historia. Pues aunque los planes de enseñanza en las últimas décadas hayan hecho olvidar que el amor a la patria es una virtud, en el corazón de todo hombre sensato rige un principio que dice que es de bien nacido ser agradecido. Y, obviamente, no se puede amar lo que no se conoce.


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