viernes, 13 de enero de 2012

Limpieza de sangre de Arturo Pérez Reverte

Debo decir que aunque Limpieza de sangre es inferior al primer libro, me emociono y disfruto con Las aventuras del capitán Alatriste. Con estas lecturas, la saga literaria creada por el señor Pérez Reverte se me antoja como el buen vino, que cuantas más catas llevas, más aprecias su contenido.


Cada uno de los libros de esta saga de Arturo Pérez Reverte está ambientado en un aspecto relevante del Siglo de Oro español, que el autor aprovecha insertando una trama de aventuras cuyo protagonista —un antihéroe con honor y remordimientos— es un sicario y viejo soldado retirado de los tercios de Flandes.

      En este segundo volumen, Limpieza de sangre, el tema principal es el del Santo Oficio, y en un segundo plano el asunto de la antigüedad y la limpieza de sangre... cristianos viejos y judaizantes. Vamos, el problema de los conversos. A la Inquisición española, pues, en aquellos siglos en los que el Imperio español era el más poderoso del orbe, con enemigos que atender en todas partes, y las obligaciones que contrajo la monarquía de los Austrias en España como adalid de la contrarreforma católica, no le faltaba faena.

En este magnífico fragmento, Pérez Reverte describe en qué consistió la famosa Inquisición española:

«Verdad es que el Santo Oficio, creado para velar por la ortodoxia de la fe, en España fue más riguroso que en Italia y Portugal, por ejemplo, y aún peor en las Indias Occidentales. Pero Inquisición hubo también en otros sitios. Y además, con su pretexto o sin él, tudescos, franceses e ingleses chamuscaron más heterodoxos, brujas y pobres desgraciados que los quemados en España; donde, merced a la puntosa burocracia de la monarquía austríaca, todos y cada uno de los chicharrones que hubo, muchos pero no tantos, figuran debidamente registrados con procesos, nombre y apellidos. Cosa de la que pueden presumir, por cierto, los gabachos del rey cristianísimo de Francia, los malditos herejes de más arriba o la Inglaterra siempre falsa, miserable y pirata; que cuando quemaban ellos lo hacían alegremente y a montón, sin orden ni concierto y según les venía en ganas o intereses, condenado hatajo de hipócritas. Además, en aquel tiempo la justicia seglar era tan cruel como la eclesiástica, y las gentes también lo eran, por incultura y por afición natural del vulgo a ver descuartizar al prójimo. De cualquier modo, la verdad es que a menudo la Inquisición fue un arma de gobierno en poder de reyes como nuestro cuarto Felipe, que dejó en sus manos el control de cristianos nuevos y judaizantes, la persecución de brujos, bígamos y sodomitas, e incluso la potestad de censurar libros y combatir el contrabando de armas y caballos, y el de la moneda y su falsificación. Esto, con el argumento de que contrabandistas y monederos falsos perjudicaban grandemente los intereses de la monarquía; y quien era enemigo de ésta, defensora de la fe, lo era también de Dios, en corto y por derecho».(p. 108-109).

      A modo de paréntesis, pues viene al caso, conviene precisar algunas cuestiones respecto de la Inquisición española. Será breve el apunte. El Santo Oficio ha de ser entendido como un fenómeno dentro de su contexto, como otros acontecimientos, personajes o instituciones históricas. En este sentido, la Inquisición española no puede contemplarse a la luz de nuestra era como un organismo represor que suprimió cualquier forma de libertad religiosa, pues ésta no existía en ningún país europeo. Dicho esto, y sin detenerme en que con su obsesión por la pureza de la fe unió a buena parte de la cristiandad, contuvo la peligrosísima expansión otomana. ¿A un precio demasiado elevado? Luego descubriremos, en palabras de Pérez Reverte, cómo funcionaba resumidamente ese engranaje dentro de la máquina de la sociedad española.

     Pero vuelvo a nuestro libro. Arturo Pérez Reverte, en relación con lo anterior, es un escritor de altura, que no sólo domina el lenguaje sino que también conoce la Historia —y lo más importante— sabe reflexionarla. Al menos eso se desprende de su documentada saga de Las aventuras del capitán Alatriste. Podríamos decir que entiende las dimensiones de los acontecimientos —en la medida de lo accesible para un mortal— y sus consecuencias. Sin embargo, la Leyenda Negra, aunque él la señala como infausta propaganda extranjera, influye en algunos puntos de su narración. O quizá sea la resignación de su protagonista, Diego Alatriste, lo que tiñe de pesimismo el relato.

      Éste no es un apunte gratuito. Sólo hay que atender a la forma en la que describe Pérez Reverte al pueblo madrileño del siglo XVII, al que ve, más allá de ciertos gestos o actitudes nobles, como malicioso y pícaro por naturaleza.

    Al hilo de esto, si Pérez Reverte reflexiona la historia del Siglo de Oro español con acierto, también es verdad que podemos disfrutar en esta saga literaria con reflexiones sobre la naturaleza del hombre de lo más sabrosas y edificantes:

«[…] aunque todos los hombres somos capaces de lo bueno y de lo malo, los peores siempre son aquellos que, cuando administran el mal, lo hacen amparándose en la autoridad de otros, en la subordinación o en el pretexto de las órdenes recibidas. Y si terribles son quienes dicen actuar en nombre de una autoridad, jerarquía o una patria, mucho peores son quienes se estiman justificados por cualquier dios».(p. 155).

     Y es que en aquella España «la cuestión ya no era ser buen católico y cristiano viejo, sino parecerlo. Y nada lo parecía más que delatar a quienes no lo eran; o a quienes uno sospechaba, por viejos rencores, celos, envidias, o querellas, que bien pudieran no serlo. Y entre el paisanaje, como era de esperar, llovían las denuncias, y el sé de buena tinta, y el cuentan que, igual que si cayese granizo. Así, cuando el dedo implacable del Santo Oficio apuntaba a algún infeliz, éste se veía abandonado en el acto de valedores, amigos y parientes. Y de ese modo acusaba el hijo al padre, la mujer al marido, y el preso necesitaba delatar a cómplices, o inventarlos, para escapar a la tortura y a la muerte».(p. 110).

     Por otra parte, si Limpieza de sangre refleja la presencia del Santo Oficio en la sociedad española y, en menor medida, el problema converso, el tema del relato es otro. Hemos definido el marco de la historia, pero no su contenido.

     En este segundo volumen de Las aventuras del capitán Alatriste, Íñigo se ve atrapado por las garras de la Inquisición por un encargo fallido del capitán Alatriste. A petición de su amigo Francisco de Quevedo, Diego Alatriste se ve comprometido a asaltar una iglesia, el Convento de las Adoratrices, para rescatar a una doncella, hija de don Vicente de la Cruz. Pero todo sale mal, y el trabajo resulta turbio. (Atención especial al capítulo cuatro, que es el mejor narrado y el más vertiginoso). Volverán, de hecho, los enemigos jurados de Diego Alatriste: el espadachín italiano Gualterio Malatesta, el inquisidor fray Emilio Bocanegra y el secretario real Luis de Alquézar.

     Con todo, Limpieza de sangre es inferior, como dije arriba, en todos los sentidos al primer libro (El capitán Alatriste), y pese a eso cuenta con pasajes muy inspirados. No obstante, al margen de las apariciones breves y fascinantes de Angélica de Alquézar, lo mejor de esta saga es el capitán Alatriste. Y con una pequeña dosis de su personalidad acabamos:

«Eso era lo desconcertante del capitán: podía mostrar respeto hacia un Dios que le era indiferente, batirse por una causa en la que no creía, emborracharse con un enemigo, o morir por un maestre de campo o un rey a los que despreciaba».(p. 62).

LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN ALATRSITE
  1. El capitán Alatriste
  2. Limpieza de sangre
  3. El sol de Breda
  4. El oro del rey
  5. El caballero del jubón amarillo
  6. Corsarios de Levante
  7. El puente de los asesinos

FICHA
Título: Limpieza de sangre
Autor: Arturo Pérez Reverte
Editorial: Alfaguara Editorial
Otros: Madrid, 2004, 264 páginas
Precio: 19,5 €

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