viernes, 7 de octubre de 2016

La épica batalla de Lepanto: Lecciones históricas

El 7 de octubre de 1571 aconteció la épica batalla de Lepanto. Miguel de Cervantes, que participó en ella a bordo de la nave Marquesa, la llamó, en el prólogo de la segunda parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, «la ocasión más alta que vieron los siglos». Hoy sabemos, a pesar de lo que digan sus detractores, que no exageraba.

La Cristiandad contuvo el aliento cuando en 1453 Constantinopla cayó en manos de los secuaces de Mahoma, siendo el fin del Imperio Romano de Oriente, también llamado Bizantino. Desde entonces el Imperio Otomano enlazó una victoria tras otra, aplastando a los diferentes pueblos cristianos que le salían al paso en su penetración por Europa. Un año antes de la batalla de Lepanto, el sultán Solimán I se había hecho con las tierras del norte de África, desde Egipto hasta Argel, amenazando así la navegación por el Mediterráneo. Se hizo evidente a los principales líderes cristianos que se avecinaba un nuevo asalto de la media luna al continente cristiano. Y esta vez se preveía más terrible que nunca. El Papa Pío V dio la voz de alarma, y trató de unir a los cristianos para defenderse de la agresión islámica. Consiguió la reunión de la Liga Santa.

Entre el Peloponeso y el Epiro, en el embudo de los golfos de Naupacto y de Patrás, tiene lugar la batalla naval de Lepanto. Se enfrentan los ejércitos cristiano y turco. Los musulmanes, al mando de Alí Pachá, acuden al encuentro con más de 300 buques y unos 120.000 hombres. Los cristianos, unidos en la Santa Liga, presentan cifras ligeramente inferiores. La Santa Liga, que está compuesta por el Reino de España, los Estados Pontificios, las Repúblicas de Venecia y Génova, el Ducado de Saboya y la Orden de Malta, es encabezada por el generalísimo don Juan de Austria, que arenga a sus tropas antes de la épica batalla: «Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone».

Don Juan da la señal de ataque enarbolando la bandera de la Santa Cruz y el Santo Rosario. Después se santigua. Los solados, por su parte, caen de rodillas, y se mantienen en esa posición rezando hasta que las flotas se aproximan. El viento, hasta entonces muy fuerte, se calma. El cielo se mantiene expectante.

A las 11 de la mañana del 7 de octubre de 1571 las escuadras inician el combate. Las primeras naves en cruzar hostilidades son las de Barbarigo y Sirocco. Los muertos, al poco de abrir fuego, ya son montones. Las naves capitanas dirigen a lo mejor de sus respectivos ejércitos, y el humo y el fuego hacen del mar un caldero en llamas. Una hora después, al mediodía, las naves turcas logran romper las líneas cristianas y avanzan por el centro en busca de La Real de don Juan de Austria. La artillería cristiana solo logra neutralizar en parte la arriesgada maniobra otomana. Las dos grandes naves acaban chocando. La nave Real de don Juan se iba a enfrentar a La Sultana de Alí Pachá. Es el momento más delicado de la batalla. En aquellos momentos se dirime la suerte de Occidente. La espada contra la alfanje, la cruz contra la media luna.

Entonces surge en escena Álvaro de Bazán, que, al frente de la escuadra de reserva, envía una oleada de infantería del tercio de refresco a la nave Sultana. Juan de Austria lanza su último ataque contra ésta y dirige el definitivo abordaje. El momento es crítico. En pocos minutos la galera de Alí Pachá es abordada por los tercios de Álvaro de Bazán, que arrasan, como un torbellino de fuego, la nave otomana. Alí Pachá cae fulminado por el disparo de un arcabucero, y la balanza se inclina para el bando cristiano.

Entre los cadáveres es reconocido el cuerpo del comandante de la flota turca. Su cabeza degollada es clavada en una pica a modo de estandarte, desmoralizando a las tropas musulmanas. En seguida los otomanos cedieron ante el empuje arrollador e imparable del ejército cristiano. La cruz ha ganado.

Ese día la victoria contra el turco fue aplastante. Los musulmanes sufrieron 30.000 bajas, y dos terceras partes de sus naves fueron capturadas. Las bajas aliadas rondaron los 7.500 hombres muertos y los 21.000 heridos, uno de ellos Miguel de Cervantes. Esta batalla sirvió para detener la expansión turca por el Mediterráneo. 



La Historia es inspiradora de grandes verdades, y una inmejorable maestra de la cual extraer lecciones fundamentales. ¿Cuáles son éstas en este caso? ¿Qué lecciones se pueden aprender de la épica batalla de Lepanto?

1ª Lepanto enseña lo que ya se sabía por aquel entonces, que el islam es una religión de naturaleza política que ambiciona dominar el mundo y no es compatible con otros estilos de vida. 

2ª El islam es un pueblo guerrero y expansivo que sólo ha sido detenido históricamente por medio de las armas. Por eso si Europa despierta, tendrá que derramar su propia sangre. Y si no lo hace, será musulmana.

3ª Lepanto enseña que sólo una sociedad que comparte una visión del mundo puede defenderse del islam, y puesto que toda sociedad humana debe fundarse en convicciones compartidas, cuando esta unidad se pierde, como acaece en Occidente en nuestros días, esa sociedad claudica y firma su sentencia de muerte. Las democracias son como el aguarrás: disolventes. Y ningún pueblo dividido puede sobrevivir a sus enemigos.

4ª Lepanto muestra que hay enemigos.

5ª En Lepanto la Cristiandad podría haber sido vencida militarmente, pero sólo pudo tener posibilidades de vencer por su determinación inquebrantable y por su clara conciencia de su identidad cristiana. Ser incapaces, como sucede hoy en el mundo occidental, de defender los principios fundacionales, conduce al desastre. Occidente padece una crisis identitaria. Más bien un cataclismo espiritual. Los occidentales no quieren ser cristianos; entonces serán a la fuerza siervos del islam.

6ª Una jerarquía eclesiástica que no da la voz de alarma, como sí hizo Pío V, y en vez de denunciar la islamización de Europa considera que los musulmanes enriquecen a las viejas naciones cristianas, es una jerarquía superflua y desleal. Las verdaderas autoridades, como prueba Lepanto, velan por quienes tienen las obligación de defender, y no al contrario.

7ª Lepanto ilustra, finalmente, que «si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles» (Salmo 126, 1). Constantino venció en Puente Milvio bajo el signo de la cruz. La Santa Liga también enarboló la cruz y el santo rosario. Cuando una civilización renuncia a sus convicciones, fenece, y al cabo es arrollada por otra más fuerte y segura de sí misma.




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