lunes, 11 de marzo de 2013

Comentarios de cine: Looper de Rian Johnson


En octubre del año pasado (2012) se estrenó en España una película a la que no se hizo demasiado caso. El ruido que hicieron cintas como Lo imposible, Argo, El Hobbit, y más tarde las obras de Tarantino y Spielberg, opacó que Looper se diera a conocer. Este es un relato de ciencia ficción potente, violento y desesperado. No es una película con la que educar a los hijos, y no se puede recomendar más que para señalar dos cosas de las que es un ejemplo magnífico: una, que en todo lo que hacen los hombres siempre existe la preocupación por el amor, aunque de él sólo queden migajas; y dos, que un mundo como el de Looper, en el que en la derivada de la vida no está Dios, es una realidad sin salida, un mundo enfrentado, cuesta abajo, permanentemente desesperado.

     Looper se les llama, en este castillo de naipes levantado por Rian Johnson, a los asesinos a sueldo que se dedican, en un futuro próximo, a eliminar a diferentes personajes indicados por la mafia a la que pertenecen. Para llevar a cabo ese encargo, las víctimas son enviadas en un viaje en el tiempo para que el looper se deshaga de ellas en el pasado y así no estorben años después determinados intereses. Uno de los sicarios, Joe (Joseph Gordon-Levitt), se rebela contra la organización a la que pertenece cuando comprueba que uno de sus encargos consiste en eliminarse a sí mismo, a su yo del futuro (Bruce Willis). Entonces se desarrolla una lucha por la supervivencia porque cada ser humano tiene sus propias razones para vivir. 

     Partiendo de la base de que los viajes en el tiempo, y la teoría de los múltiples universos, me parece un disparate; y que cada persona es única y posee una dignidad sagrada, y por tanto es absurdo que cada uno de nosotros seamos a la vez otros en otros períodos de tiempo, no me puedo tomar demasiado en serio esta película. Sin embargo, Looper, como he dicho al principio, enseña algunas cosas. Casi todas lamentables.

     Por ejemplo. La sociedad en Looper ha dejado de confiar en sus vecinos. Apenas se enseña a los individuos de ese mundo al margen de los personajes principales, pero lo que nos muestran de ellos es que son seres violentos y están obsesionados con la seguridad y las armas. Y cada uno lucha por su cuenta, descarnadamente. 

      Tan opresivo es ese mundo que el joven Joe sólo tiene un sueño: retirarse a París, una bonita metáfora, pues allí considera él que habrá salido por fin de la jaula en la que se encuentra. Por eso ahorra todo cuanto gana para salir de su mundo cuanto antes. La vieja Europa está muerta, quizá sea ahora cuando se puede vivir verdaderamente en ella. Porque allí, nos pongamos como nos pongamos, no hay esperanza. Y para olvidar esa amarga realidad, la droga y las fulanas son parches para el alma.

     En este sentido, en relación con la droga que aparece en Looper, me hago eco de unas palabras de Benedicto XVI que sirven para comprender los motivos de consumirla: «Se ve que el hombre aspira a una alegría infinita, quisiera placer hasta el extremo, quisiera lo infinito. Pero donde no hay Dios, no se le concederá, no puede darse. Entonces, el hombre tiene que crear por sí mismo lo falso, el falso infinito». Por ejemplo la droga. Como todo, o casi todo, lo que ofrece el mundo agónico de Looper.

     Por otra parte, el personaje femenino que ayuda a Joe a cerrar su bucle, y con la que mantiene una amistad digamos moderna, está espantada de su mundo, un lugar que no quiere para su hijo pequeño. Ella, que se gana la vida vendiendo su cuerpo, ha visto durante mucho tiempo en los ojos de sus clientes un vacío tal que da miedo; y eso, confiesa a Joe, no es lo que desea para su hijo. Quedan, como vemos, restos de amor. Sin amor no habría ser humano, pues es, además, la frontera que nos separa de ser puras bestias entregadas a los apetitos y la codicia. Es natural lo que desea la madre. Como también lo es lo que siente Bruce Willis por su mujer, y por eso lucha hasta el final —aunque esa lucha conlleva tener que matar a otros— para no perderla.

     Los viajes en el tiempo son, aquí, una excusa para denunciar cómo el «progreso» se ha convertido en un monstruo que, de tanto crecer sin sentido y sin un horizonte trascendente, degenera en enemigo del propio género humano. Por eso no sorprende que cerrar el bucle, un eufemismo del suicidio, sea para muchos la única vía de escape. En este caso, sin embargo, el sacrificio personal nace del amor que brota del fondo de un corazón que comprende que no hay más salida que abdicar de esta vida.

     A Joe, en los compases finales de la lucha contra sí mismo, desesperado, le viene la luz de pronto, y comprende que su mundo viaja en una barca sin capitán ni destino y que todo acabará mal: «Entonces lo vi: una madre que moriría por su hijo, un hombre que mataría por su mujer, un niño que crecería solo y tendría un mal futuro». Así pues, reconoce que si cada uno tira para su lado y jamás asume que en esta vida todo lo hemos de perder, unos y otros, mientras se muerden y devoran, terminarán por destruir el mundo entero.

     En consecuencia, se sacrifica. Al final, Joe se abandona a un acto de amor. Da lo mejor de sí. Pues apenas podía ya dar nada digno que no fuera su propia vida para salvar otra.

    Así pues, Looper es antes que nada un mundo caído, sin esperanza. Ese amor que aún sienten los seres humanos que viven en ese mundo procede del Altísimo, pero parece que le han dado la espalda hace mucho, fiados en el progreso y el materialismo. Por eso, todo mundo alejado de Dios vive desesperado y no entiende nada. A sus infelices habitantes sólo les queda el suicidio, o la huida hacia delante, hasta morir o que los maten.





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