viernes, 20 de junio de 2014

Platero y yo de Juan Ramón Jiménez

El libro más tierno y bello de cuantos he leído —en tanto supone una hermosa exaltación de la naturaleza, pero también un magnífico canto a la amistad, y una nostálgica mirada al pasado—, es obra de un español. Su nombre, Juan Ramón Jiménez (1881-1959). He salido al campo muchas veces con su obra maestra en la mochila. La naturaleza es un marco incomparable para leer Platero y yo, porque esta delicia literaria se desarrolla al aire libre, bajo el intenso sol del mediodía y los colores suaves de la tarde, mientras el narrador, un poeta, recorre los paisajes de su pueblo andaluz acompañado de su burro, el inolvidable Platero. Juan Ramón Jiménez presenta así al hombre en armonía con su entorno, a través de escenas líricas, como un fabuloso pintor impresionista, haciendo que sus palabras parezcan música y empapando el alma de cada lector de alegría y a veces de tristeza. 

Mi vieja edición de Bruguera me ha servido hasta hoy para leer en cada salida un puñado de páginas de esta preciosa obra. Era una edición para darle batalla, para someterla a cualquier caminata, pero posee escaso valor material y se ha ido marchitando con el tiempo y tanto trote. Sin embargo, con motivo del centenario de su publicación (Platero y yo fue editado por primera vez -edición menor- por Ediciones Lectura a finales de 1914) la Editorial Anaya ha publicado recientemente una edición exquisita de Platero y yo, y por si fuera poco, ilustrada. Los dibujos son maravillosos porque recrean perfectamente las aventuras del poeta y su borrico en los alrededores de Moguer (Huelva), pueblo natal de Juan Ramón Jiménez. La excelsa prosa lírica del escritor andaluz, premio Nobel en 1956, y los bonitos cuadros del ilustrador neozelandés, obligan a una definición dogmática: No leer Platero y yo y pretender serle fiel a la literatura es una contradicción; más aún: un pecado literario. 

Platero y yo es formalmente una serie de estampas de la vida de Moguer. Juan Ramón Jiménez dispone su fina ficción narrativa a partir de una serie de monólogos dirigidos a un interlocutor mudo (Platero). Emulando a don Quijote y Sancho, Platero y el poeta traban una relación íntima que no se gana con palabras sino con gestos. La compañía que se hacen mutuamente hombre y bestia, en su deambular solitario, los une íntimamente. De principio a fin, hasta la muerte del pobre animal, elogiada con unos pasajes sublimes del gran poeta español. 

En las docenas de capítulos que componen Platero y yo afloran como temas capitales el amor a los animales y, sobre todo, un sentimiento de ternura hacia los seres inocentes. Juan Ramón evoca constantemente su niñez, y en cuanto a la vida rural, el autor describe con su bella prosa poblada de metáforas los incidentes cotidianos y las faenas agrícolas, como si de un mundo idílico se tratara. Por supuesto, no faltan episodios dramáticos, pero el conjunto es tan luminoso y colorista que alegra el alma. Por eso la gran literatura es también un arte. 

De las páginas de este maravilloso libro me quedo con muchos momentos. Destacaré, sin embargo, uno de los fragmentos más bellos y tiernos que he leído nunca. Es un chorro de belleza que no puede ser descrito por el autor con menos palabras. Se trata del capítulo 12, y se titula La púa. Precisamente por expresiones humanas como ésta sabemos que el hombre está llamado a cimas muy altas:


Entrando en la dehesa de los caballos, Platero ha comenzado a cojear. Me he echado al suelo... 
—Pero, hombre, ¿qué te pasa? 
Platero ha dejado la mano derecha un poco levantada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi con el casco la arena ardiente del camino. 
Con una solicitud mayor, sin duda, que la del viejo Darbón, su médico, le he doblado la mano y le he mirado la ranilla roja. Una púa larga y verde de naranjo sano, está clavada en ella como un redondo puñalillo de esmeralda. 
Estremecido del dolor de Platero, he tirado de la púa, y me lo he llevado al pobre al arroyo de los lirios amarillos, para que el agua corriente le lama, con su larga lengua pura, la heridilla. 
Después hemos seguido hacia la mar blanca, yo delante, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda... 



No hay comentarios:

Publicar un comentario