miércoles, 4 de marzo de 2015

Historias y mitos para niños y mayores: Mortadelo y Filemón de Francisco Ibáñez

Amiguete, ¿me permites que te cuente una anécdota y así te hable de un libro con el que no podrás parar de reírte? No hace mucho se reía, por cierto, un conocido, compañero y a la vez profesor mío, de un comentario que le había hecho previamente un amigo suyo acerca de un libro que había leído y que al parecer le había hecho mucho bien. Mi compañero, como podrás imaginarte, esperaba que su amigo le fuera a nombrar un gran clásico de la literatura universal, o un denso y profundo trabajo de algún filósofo eminente. Sin embargo, aquel pobre hombre se refería a un libro de contenido muy distinto. Un tebeo español de enorme éxito, capaz de entretener al ser más aburrido de la tierra y con humor suficiente para suspender durante horas las preocupaciones que a todos nos acechan. Pues bien, este señor se refería a Mortadelo y Filemón, un clásico nacido de la imaginación de Francisco Ibáñez allá por el año de gracia de 1958. No es desde luego Mortadelo y Filemón una obra que nos hable sobre los misterios de la vida, ¿pero qué sería del hombre que no sonriera nunca?

Quizás, pequeño, no te haya descubierto después de todo nada nuevo. Tal vez ya conocieses las aventuras de Mortadelo y Filemón por el cine. Los personajes de Ibáñez han protagonizado varias películas en los últimos años, saltando así del cómic a la gran pantalla. Incluso se emitió hace tiempo una serie de televisión de dibujos animados. Pero el televisor no son las páginas de un tebeo. Una película dura dos horas. Los tebeos en cambio no parecen acabarse nunca. Hay ya cientos de números publicados, y eso son muchas aventuras, miles de risas y puñados de momentos inolvidables.

Pudiera ser sin embargo, aunque no lo creo, que no conocieras a Mortadelo y Filemón. Te diré entonces que son una pareja de agentes secretos, que en vez de cumplir sus misiones de forma discreta y con puntual eficacia, son un desastre que no acaban de salir de un lío para meterse en otro; poniendo de los nervios, como te podrás imaginar, al jefe de la Agencia, que siempre acaba de una u otra manera escarmentado por culpa de las torpezas de su simpáticos y antagónicos agentes. Agentes que pertenecen a la TIA, una organización ficticia inspirada en la Agencia Nacional de Inteligencia Norteamericana (CIA). Con el “Super” al frente de la misma, Ofelia como secretaria, y el profesor Bacterio al mando de los artilugios de la TIA, la Agencia tratará de detener a extraños delincuentes, “velará” por la seguridad de objetos muy valiosos, participará en acontecimientos políticos de gran envergadura, incluso intervendrá en olimpiadas.

Por supuesto, Mortadelo y Filemón no darán una a derechas. Meterán la pata en todo aquello que se les confíe, provocarán conflictos diplomáticos, catástrofes y calamidades que nos harán morirnos de la risa, pero su ingenuidad y esfuerzo por deshacer entuertos —que es por cierto lo que el gran don Quijote se proponía— los convierte en personajes entrañables y simpáticos de los que uno no querrá separarse fácilmente. Por fortuna hay multitud de historias, aventuras que nunca pasan de moda y que son infinitamente más inocentes y sanas que cuantos programas pueden verse actualmente en la televisión.

Déjame para acabar, amigo mío, que te confiese algo que me hace sentir bastante triste. Cuando yo tenía tu edad, mis únicas lecturas eran tebeos de este tipo. Con ellos mi imaginación bullía, y créeme si te digo que aguardaba con expectación la aparición del siguiente número de mis tebeos favoritos, que o bien aparecían a la semana, cada quince días, al mes o incluso con más tiempo de distancia. Pero yo esperaba con unas ganas que no te puedes imaginar el nuevo número que habría de llegar a las librerías, entonces quioscos o simples papelerías. El resto del tiempo lo pasaba en la calle; soñando sin darme cuenta con esos mundos de fantasía que veía en este tipo de libros. Y entonces la calle bullía también de niños, y de vida. En cambio hoy, amiguete, no veo apenas niños corriendo por las calles. Los coches han invadido todo en los pueblos y en las ciudades. Los lugares de recreo están fijados y de ahí nadie puede salirse. De cada cinco niños, cuatro están en sus casas con el ordenador, la consola o simplemente viendo la tele. Nadie quiere saber ya nada de cuentos, ni de tebeos, ni de libros, tengan o no dibujos con los que entretenerse. Y esto me pone muy triste.

Porque si no quiero pensar en qué se convierte el hombre que ha perdido la capacidad de reír, tampoco quiero imaginar en qué se convertirá el niño al que le resulta indiferente poder vibrar con una buena aventura.


*Texto publicado en un períodico escolar de Toledo.

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