miércoles, 5 de junio de 2019

Bibliomanía de Gustave Flaubert

Gustave Flaubert es uno de los grandes escritores franceses de todos los tiempos, pero se le conoce fundamentalmente por una de sus novelas, Madame Bobary. Muy pocos conocen, en efecto, el resto de su creación literaria; obras entre las que se cuentan interesantes novelas históricas como Salambó, de un detallismo asombroso, y relatos como el que ahora presento, Bibliomanía, de tono estrambótico y excesivo.

Bibliomanía es la plasmación de una obsesión, de una manía que tiene por objeto los libros. El protagonista de este extraordinario relato es un librero llamado Giacomo que vive absolutamente desvelado por los libros, que suscitan en él una fijación fanática, una especie de atracción irrefrenable o pasión frenética por estos objetos tan admirados y queridos por los aficionados y amantes de la literatura.

Para colmo, Giacomo apenas sabe leer. No ama la ciencia, sino su forma y su expresión: "amaba un libro porque era un libro, amaba su olor, su forma, su título". Tanto es así que, nos cuenta Flaubert, "guardaba todo su dinero, todos sus bienes, todas sus emociones para sus libros"... Y más aún: "había sido monje, y por ellos había abandonado a Dios; más tarde les sacrificó lo que es más querido por los hombres después de su Dios: el dinero; y después les dio lo que se ama más después del dinero: su alma".

Tal exceso, tal fiebre por unos simples objetos, por muy atractivos que sean, desemboca en un desenlace rocambolesco y feroz. El relato, sin duda alguna, es una narración divertidísima, que expone sin embargo los efectos secundarios de toda obsesión. Y es que el amor por los libros puede trastornar algunas mentes. Pero, qué duda cabe, también proporcionar una felicidad beatífica a sus secuaces. 

Como consecuencia de esa felicidad casi beatífica que proporcionan los libros, los aficionados sentimos verdadera pasión por ellos e incluso manía por adquirirlos. De ahí que tengamos, como es mi caso, libros que hemos adquirido pero aún no hemos leído. Y es que a veces con tenerlos basta. Ya que a los libros se les admira con sólo tenerlos a la vista. Y así, los que amamos los libros, les otorgamos una dignidad casi sacrílega, pues no es su fondo o contenido lo que de ellos en última instancia nos apasiona, sino el hecho en sí de ser libros, tan respetables casi como las personas, aunque su contenido sea unas veces laudable, otras desaconsejable y en ocasiones incluso, despreciable.

En definitiva, no soy menos consciente que Giacomo del inmenso poder que tienen los libros y de su carisma o magnetismo. Por eso existe algo parecido a un culto al libro, y por eso las profesiones relacionadas con éstos son las más hermosas que existen.



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