jueves, 22 de julio de 2021

Arroz y tartana de Vicente Blasco Ibáñez | Reseña y comentario crítico



Vicente Blasco Ibáñez fue un escritor prolífico y un viajero infatigable que llegó a disfrutar de un notable prestigio internacional. Considerado una celebridad por sus paisanos de Valencia, su patria chica, se le despidió en olor de multitudes cuando sus restos mortales fueron trasladados de la Costa Azul francesa a la capital del Turia.


Al valenciano más universal se le recuerda particularmente por sus novelas, aunque sus libros de viajes (En el país del arte, Oriente y La vuelta al mundo de un novelista) resultan también especialmente interesantes. Respecto a sus ficciones, trató asuntos varios. Comenzó su carrera literaria cultivando el folletín sin mucho éxito, escribiendo después historias nativas de ambiente valenciano. Son éstas sus mejores obras, como han estipulado acertadamente la crítica especializada y el público profano. Más tarde evoluciona abordando la novela de tesis (La catedral es un ejemplo), la psicológica, destacando en este género Sangre y arena, y la novela de guerra, la aventurera y la histórica.


En cuanto a su estilo, Blasco Ibáñez es seguidor del realismo, a pesar de estar ya en desuso, cuajando interesantes cuadros de costumbres sazonados por un manifiesto tono reivindicativo. A menudo se le ha recriminado al escritor que su estilo es descuidado y sus historias superficiales y frívolas, centradas en chascarrillos y anécdotas vulgares, más propias del naturalismo. Pero son innegables sus dotes narrativas, que se hacen patentes a través de sus observaciones y descripciones realistas. 


Como ya he observado, sus títulos más destacados son aquellos en los que impera la atmósfera valenciana, y que son desarrollados entre 1894, año en que aparece Arroz y tartana, y 1902, fecha de publicación de Cañas y barro. Todos ellos son una crónica pormenorizada de las costumbres de la época en las comarcas levantinas, incluyendo un amplio abanico social, desde las gentes de la huerta y la albufera, hasta la burguesía mercantil y la aristocracia más tradicional. Pues bien, las novelas más importantes de trama y contexto valencianos son, por estricto orden cronológico, Arroz y tartana, La barraca, Entre naranjos y Cañas y barro.


La primera obra de este trébol de cuatro títulos es quizá la menos conocida. Con todo, en Arroz y tartana se encuentra el embrión de los dramas pasionales que vienen después, aunque también están presentes en este enredo los grandes vicios universales que tanto juego dan en la obra de Blasco Ibáñez: la envidia, la avaricia, la ira, la lujuria, etc. Brevemente, Arroz y tartana relata la ruina de la familia de Manuela Pajares, una antigua tendera valenciana obsesionada con las apariencias. La historia se desarrolla en Valencia, en la segunda mitad del siglo XIX, durante alguno de los gobiernos de Sagasta.

En concreto doña Manuela es el vórtice que atrae hacia sí y hace girar en torno suyo al resto de personajes. Casada en dos ocasiones, enviuda de sus dos maridos. Del primero, el aragonés Melchor Peña, al que no ama y mira siempre por encima del hombro, tiene a Juanito, que idolatra a su madre y además es, andando el tiempo, un hombre de provecho. Con el segundo, Rafael Pajares, un calavera que funde la fortuna amasada por Melchor trabajando con ahínco en la tienda de telas Las Tres Rosas, el negocio familiar, tiene a Rafaelito, un holgazán consentido que se convierte en el tiranuelo de la casa, y a Amparo y Conchita, dos niñas caprichosas a las que la madre busca en todo momento un buen partido y por las cuales la altiva señorona no repara en gastos.


Desde luego, doña Manuela es una mujer interesada, dominada por la vanidad y la soberbia, manirrota y obsesionada por aparentar una posición social que no se corresponde con la realidad económica. De joven había sido tendera, pero el caudal hecho por su primer marido le permite retirarse de Las Tres Rosas y vivir de las rentas, quedando su hijo Juanito, honrado y trabajador, como simple dependiente en la tienda. Para ella, la sociedad está dividida en dos castas: «los que van a pie y los que gastan en carruaje; los que tienen en su casa un patio con ancho portalón y los que entran por estrecha escalerilla o por oscura trastienda». Sin embargo, los capitales se van acabando y las deudas se acumulan, por lo que la interesada ricacha busca en el hijo honesto un aval, una firma con garantías, involucrando a Juanito en sus trampas, a fin de mantener lo que ella llama su rango. 


Entonces entra en escena un personaje arrollador, don Juan, hermano de doña Manuela y tío y protector del muchacho, que a pesar de ser descrito como un terrible avaro, representa la voz más juiciosa de todo el elenco de personajes. 


En primer lugar, don Juan reprende a Manuela, amenazando a su hermana con dejarla hundirse en la miseria. Después a su sobrino, que al ser un buenazo se ve obligado a sostener el boato de la familia. A éste precisamente le advierte gravemente su tío: «Tu madre está loca (...) Si esto sigue más tiempo, todos iréis a pedir limosna. ¡Ah, qué cabeza!... ¡Parece imposible que sea mi hermana! Para ella lo principal es aparentar, y del mañana que se acuerde el diablo. Lo que yo digo: «arroz y tartana»... y trampa adelante». Aquí de hecho aparece la expresión que da título a la novela y que ilumina el contenido de la obra. Pues la misma significa que algunos van en tartana, esto es, en coche tirado por caballos, para que se les vea, mientras en casa comen arroz, que originalmente, sobre todo la paella, es una receta de origen humilde propio de las clases más pobres que se habían establecido en La Albufera, donde se cultivaba el arroz. El sentido es acorde con los hechos narrados, aunque la familia Pajares, mientras puede, también consume las mejores viandas del mercado. Por eso cuando el caballo enferma y muere, y la situación económica es crítica, se desencadenan los acontecimientos, se toman decisiones fatales, caen las vendas de los ojos, llega la deshonra a la familia y con ella la tragedia y la ruina.


Por otro lado, el narrador se manifiesta especialmente alzando la voz contra los negocios bursátiles y llamando la atención contra los pretendidos filántropos. En particular, a Juanito y al actual dueño de Las Tres Rosas, Antonio Cuadros, operar en Bolsa, confiados en el pillo Ramón Morte, les cuesta los ahorros y la vida. Para el narrador, como decía, «ese lucro resultaba criminal, ya que lo que él ganaba otros lo perdían», siendo por tanto estas transacciones de compra y venta de valores «rapiñas legales que merecen un grillete».


Como se ve, en Arroz y tartana predominan dos temas. El primero es el afán por aparentar. El segundo, que está relacionado con el anterior, la gestión del dinero propio, oponiéndose dos modelos o actitudes: por un lado, el de las personas que viven por encima de sus posibilidades, y son devoradas por la ambición de prosperar espectacularmente; por otro, el modelo realista y moderado, encarnado en varios comerciantes honrados y laboriosos, como don Eugenio, fundador de Las Tres Rosas, y el propio hermano de doña Manuela, que apuestan por una vida tranquila asentada en el orden, la sobriedad y la economía.


Sea como fuere, no son los únicos temas de la obra, pero sí los más determinantes. También se trata el amor, que será el gran protagonista en obras posteriores, como Entre naranjos. En Arroz y tartana, en efecto, se aborda este sentimiento con el enamoramiento de Juanito, el cual es transformado, o más bien aturdido, al enamorarse de Tonica.


Finalmente, y a modo de conclusión, debo decir que ni los asuntos propios de esta obra ni su prosa están pasados de moda. Más bien al contrario, pues la novela resulta especialmente interesante y actual. En otro orden de cosas, Arroz y tartana encaja más en la corriente naturalista, que refleja la parte más cruda y desagradable de la realidad, sin prescindir de escenas dramáticas y situaciones paródicas. Sin duda al gran escritor valenciano se le puede reprochar lo que a otros literatos contemporáneos suyos, más enfocados en las miserias que en las grandezas de sus personajes. Con todo, la historia de la familia de doña Manuela y sus allegados transcurre a lo largo de un año, y Blasco Ibáñez compagina sus peripecias con descripciones de su Valencia natal y de las fiestas, bullicios y tradiciones populares (la Navidad, el carnaval, las fiestas de San José y las fallas, la Semana Santa, el día del Corpus, la feria de julio, los toros, la pólvora, las bandas de música, etc.), y lo hace con un tono respetuoso y una actitud neutral, aunque en ocasiones enseña la patita e insinúa filiaciones que en otras obras posteriores revela más abiertamente. 


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Texto original publicado en El caballero de los libros.




Casa Museo de Blasco Ibáñez

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