domingo, 24 de agosto de 2014

Prometeo encadenado de Esquilo. El mito sobre el desgarro entre el apego a la materia y la llamada del espíritu

Aparte de la maldición de la casa de Atreo, tratada por Esquilo en La Orestíada, su tragedia más enjundiosa es Prometeo encadenado. Relata el conocido mito del titán Prometeo que, tras robar el fuego de los dioses y entregárselo a los humanos, es condenado por Zeus a un suplicio espeluznante. Después de encadenarlo de por vida, el padre de los dioses envía un águila para que devore el hígado del titán diariamente. 


El mito de Prometeo es interpretado en esta antigua tragedia por el más primitivo de los dramaturgos clásicos del que poseemos alguna obra, Esquilo. En realidad, Prometeo encadenado formaba parte de una trilogía, pero las otras dos obras (Prometeo liberado y Prometeo portador del fuego) se han perdido.


En el comienzo de la tragedia, la Fuerza y la Violencia personificadas conducen al titán encadenado, seguidas por Hefesto, el dios del fuego y de la forja, hasta una región montañosa e indómita donde, según la voluntad de Zeus, ha de ser sujetado por tiempo indefinido. La obra, en buena medida, es un monólogo del protagonista, que considera injusta su condena y presume de ser el salvador del género humano: «Yo fui el atrevido que libró a los mortales de ser aniquilados y bajar al Hades». 


De entrada, Prometeo encarna el espíritu de rebeldía. Y por eso representa a Lucifer, el ángel caído. Uno y otro pretenden la desgracia del hombre, aunque prediquen lo contrario. Uno les da el fuego con el que dominar la materia y el medio ambiente, haciéndoles sentir autosuficientes; el otro les invita a elegir falsamente y a vivir como si fueran dioses. El erudito Paul Diel, en El simbolismo en la mitología griega, destaca las consecuencias y los paralelismos.


Por un lado, “la analogía entre el sentido del mito de Prometeo y el sentido del Génesis es tan completa, que en ambos mitos, la caída simbolizada en un caso por el robo del fuego y en el otro por la manzana prohibida, el castigo correspondiente y purificador que padecen todas las criaturas de Prometeo y todos los descendientes de Adán es casi idéntico: el espíritu envía el castigo a los mortales pervertidos en forma de una lluvia que extermina toda vida y que por su virtud purificadora, limpia la tierra y la fecunda nuevamente. (El agua, símbolo de la purificación, apaga el fuego robado, la exaltación imaginativa que, al no estar controlada ni domesticada, amenaza destruir la tierra entera.)” Por otro lado, señala Diel que los hombres, “guiados por la vanidad del intelecto en estado de rebeldía (...) se creen parecidos a los dioses; y olvidándose del espíritu, se trivializan. En la medida en que la luz del espíritu y el calor del alma se apaguen, nada quedará sino el afán trivial de querer beneficiarse en la tierra de los bienes materiales. Por otra parte,  la actividad ingeniosa del intelecto se revela como insuficientemente previsora cuando el espíritu ya no la guía. El intelecto retrógrado, junto con la manipulación insensata de los deseos, conduce hacia la exaltación imaginativa y su ceguera afectiva. La perversión de los sentimientos que de ello resulta empujará a los hombres a discutir entre sí sobre los bienes materiales, y hará que reine la destrucción, en vez de la comodidad buscada”.


Dejando ya de lado las pasadas honduras, la causa de la condena de Prometeo es la soberbia, como le recuerda cada uno de los personajes que ante él desfilan, lamentándose de su desdicha. La soberbia, o también orgullo inmoderado conocido por los contemporáneos de Esquilo como hybris, es el mayor pecado que puede cometerse. El propio Océano, tan viejo como él, se lo recuerda: «penas de esa clase suelen ser el fruto de una lengua en exceso altanera. Nunca, hasta la fecha, has sido humilde»... Prometeo. 


Por el mito sabemos que Heracles, un humano divinizado, libera finalmente a Prometeo y mata al águila que le roe las entrañas todos los días. Lo cual indica que el espíritu de rebeldía ha desaparecido y que han irrumpido en la conciencia del titán los remordimientos y la lucidez; viendo con claridad que la negación de los propios límites y el envanecimiento son actitudes propias de necios, y los necios se ganan a pulso el desprecio de los dioses y su propia ruina.



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