miércoles, 23 de abril de 2014

La Divina Comedia de Dante Alighieri III: Paraíso


La tercera y última parte de la Divina Comedia consiste en la descripción del Paraíso que Dante se forja en su imaginación. El último tramo del camino existencial que el poeta florentino ha de hacer para llevar su alma hasta la morada celestial después de haber sufrido los círculos infernales y la exigente pendiente del Purgatorio. Se trata del cántico más alejado de la sensibilidad contemporánea, y también el más intelectual de los tres, por estar repleto de símbolos y alegorías medievales. Tal vez por eso la belleza que rebosan abundantes pasajes de la misma sea la más difícil de percibir. Quizá, si la lectura es acompañada con el movimiento correspondiente al Paraíso que el virtuoso compositor húngaro Franz Liszt le dedica a la obra del genio florentino, los nueve cielos del Paraíso cobren una atmósfera mística representados en nuestra imaginación. Y puede que con las emociones que nos suscite la música, sin haber llegado a los detalles de la Divina Comedia, nuestra experiencia dantesca esté bien rematada.

Entre las alegorías a las que hacía referencia arriba, la más importante de todas es la que comprende a Virgilio y Beatriz. Virgilio es la razón, y por eso se queda a las puertas. Para que la mente se eleve hacia el conocimiento de Dios, la razón sola no basta, es necesario el concurso de la teología, es decir, de la fe; en este caso encarnada en Beatriz. Por eso Virgilio ya no guía al poeta y, como decía, se queda a las puertas.

El Paraíso dantesco se reparte, como es sabido, en nueve cielo o esferas. Hasta el octavo Dante va topándose, como en sus otros viajes con Virgilio, con las almas que están en cada uno de ellos. Las jerarquías celestiales se han ido formando según su mayor o menor apego a las virtudes cardinales (prudencia, templanza, fortaleza y justicia). De tal manera que los buenos gobernantes, los sabios, o las parejas de amantes pero fieles a Dios en primer lugar, ocupan los diferentes espacios inmateriales que forman el Paraíso. El poeta ha dejado atrás los sufrimientos y el miedo. 

Ahora es conducido por su amada Beatriz, y por momentos por san Bernardo de Claraval. Una vez traspasado el octavo cielo (estrellas fijas) y el noveno (Primer Móvil), Dante entra en el Empíreo, la morada de Dios, y contempla por fin su gloria. Apenas, reconoce, tiene palabras para describir las llamas que abrasan su corazón. Delante de él, una enorme rosa, símbolo del amor divino, inunda todo su ser con su sola presencia. En realidad la gigantesca rosa es el propio Paraíso, y cada uno de sus pétalos los diferentes cielos. Con la visión de la Virgen María Dante se deshace en elogios y solicita gracia para expresar semejante hermosura: «Oh suma luz que estás tan elevada sobre el mortal concepto, da a mi mente algo de lo que diste a mi mirada y haz a la lengua mía tan potente que una chispa tan sólo de tu gloria pueda dejar a la futura gente». 

La Trinidad Santísima son los últimos tres círculos. En su contemplación Dante, ya rebasado y en constante éxtasis, es capaz aún de narrar la grandeza divina con su «corto verbo»: «Oh eterna luz que en ti sola te inflamas, sola te enciendes, y por ti entendida y entendedora, te complaces y amas». 

En el broche final de esta cima literaria, como guinda a su colosal y prodigiosa obra, Dante expresa con claridad que el destino del hombre es peregrinar hasta la casa Paterna, hasta el Dios altísimo. Este es en el fondo el propósito de su obra maestra, mostrar el peregrinaje del hombre hasta Dios: «a mi voluntad seguir sus huellas, como a otra esfera, hizo el amor ardiente que mueve al sol y a las demás estrellas». 

Final magnífico para la principal obra de las letras italianas, deslumbrante broche de oro para el último esfuerzo del «divino» Dante Alighieri. Perdonémosle por tanto su desmedida ambición de disponer el lugar de las almas en el más allá, de organizar Infierno, Purgatorio y Paraíso. Pues si el final de los buenos es parecido al que sueña Dante, los rigores y tristezas de esta existencia que muchos han considerado un valle de lágrimas, bien pueden ser tenidos en nada, al ser la vida, nada más y nada menos, una Divina Comedia.




DIVINA COMEDIA
3. Paraíso