miércoles, 16 de marzo de 2016

El Vampiro de John William Polidori

En el verano impropio de 1816, durante las veladas literarias que se sucedieron entre el 16 de junio y el 19 de ese mismo mes en Villa Diodati, el médico personal de Lord Byron, John William Polidori, creó el primer cuento de vampiros de la literatura europea. Desde entonces se ha explotado a fondo el argumento de los no muertos en las obras de ficción, despertando una persistente fiebre entre numerosos adeptos. Algo ha de tener por tanto la oscuridad para atraer de semejante manera al hombre de entonces y de ahora. Y es que resulta indudable que para muchas personas la figura del vampiro no carece de atractivo.

El Vampiro en sí es un relato breve que no tiene mayor interés literario. Fue pionero en el género y puso el embrión para que Bram Stoker y otros cuajaran mejores proyectos. Éste es quizá su principal mérito. 


El protagonista de la obra, Aubrey, un joven que narra en primera persona su experiencia con un extraño individuo con el que al principio entabla cierta amistad pero del que más tarde se aleja espeluznado, es la voz misma del autor del relato. Por el contrario, el antagonista, Lord Ruthven, es el propio Byron, al que Polidori acabó odiando, dejando traslucir en su obra los sentimientos que abrigaba contra su amigo. Esta sospecha, que poco a poco se va confirmando cuando se tiene noción de la relación entre ambos, me ha divertido bastante. 

Yo destacaría de este relato, sin embargo, en relación con el argumento del mismo, la capacidad que tiene el vampiro para ser agente de desgracias. Lo cierto es que cuantos tienen contacto con el vampiro encuentran su ruina antes o después, de una u otra manera, como si pesara sobre ellos una calamidad inevitable.


El vampiro es una especie de maldición andante. O bien lleva al cadalso a sus víctimas o las hunde en la miseria más abyecta. Es curioso, además, constatar que el vampiro establece una relación de dependencia con sus presas. Un lazo invisible une a víctima y depredador, que normalmente son mujer y varón, respectivamente. Se podría inferir de esta idea la tensión entre lo femenino y lo masculino que, de forma latente, se aprecia en el mito del vampiro. Más aún. También se encuentra implícita en el mito la angustia sexual, pues el medio que tiene el vampiro de succionar la sangre a sus víctimas, a través de un mordisco en el cuello, alude sin duda al placer voluptuoso.

Más allá de esto, a mi modo de ver dos son los elementos que constituyen al vampiro. 1) Su condición de criatura nocturna y 2) su necesidad de beber sangre. Con estas claves en mente, noche y sangre, aparece claro el significado del vampiro como ser mítico o fantástico. 

Por un lado la noche sugiere la muerte, la enfermedad, lo desconocido, el inconsciente, el miedo, los vicios, el peligro, lo que no se ve, el mal. Por otro, la sangre hace mención a la vida y a la muerte, al dolor, a los malos augurios. Es un elemento vital, sin duda, pero no hay muerte sin derramamiento de sangre. Por eso la sangre insinúa aquí, y no creo equivocarme demasiado al decir esto, la idea del sacrificio, como así la han tratado a su vez infinidad de religiones. ¿Por qué necesita entonces el vampiro beber sangre? ¿De dónde procede esa necesidad? ¿Qué significado posee esta conducta más animal que humana?


Pues bien, en mi opinión beber sangre significa en el fondo apropiarse de vida. Y esa búsqueda incesante de vida revela una necesidad del corazón humano más profunda: la necesidad de vivir siempre, la de lograr la vida eterna, o en su caso, la inmortalidad. Ésta es la razón de ser del vampiro, lo que el vampiro como símbolo comunica. Ahora bien, ese anhelo violento resulta siempre infructuoso, porque jamás es saciado completamente, porque el hambre siempre regresa y la sed nunca se apaga del todo. 

Uniendo por tanto las dos claves de las que hablaba un poco más arriba, noche y sangre, se comprende que la razón de ser del vampiro es perversa, pues éste busca apropiarse de la vida de otros en beneficio propio. Hace falta un sacrificio, así pues, para que el vampiro siga lozano. Por eso el vampiro es portador de desgracias, y por eso representa la maldad y la muerte. Ahora bien, también encarna el vampiro el deseo animal del hombre por sobrevivir y escapar a la muerte, ese anhelo feroz, enraizado en lo más oscuro de su alma, de vivir a cualquier precio. 


En este sentido, esas ansias tan grandes del vampiro por vivir, esa sed inhumana y animal que le lleva a apropiarse de la vida de un tercero sin el menor escrúpulo, engendra un círculo vicioso, necesariamente violento y sanguinario, que ya no es posible romper, salvo con la muerte del vampiro.

Esto merece desde luego mayores y más sabrosas reflexiones. En fin, numerosas cuestiones que el mito del vampiro plantea y que suponen un importante desafío.

No obstante, me parece importante hacer un observación antes de cerrar esta reflexión sobre los vampiros con una sencilla conclusión. No me he cuestionado aquí sobre la posibilidad de que el vampiro sea un ser histórico, un ente real y no figurado, sino acerca de la figura mitológica del vampiro. Sin duda este interrogante no carece tampoco de atractivo, pero el problema habría de enfocarse de otro modo. De cualquier manera, real o fruto de las fantasías del hombre, la realidad del vampiro conecta con oscuros terrores humanos y, sobre todo, nutre generosamente lo que hoy se conoce como cultura de la muerte.



3 comentarios:

  1. Cabría comentar, que el exitoso "Drácula" al presentarse como dossier,para dar un mayor tono de credibilidad, es muy deudor de Wilkie Collins, cuya técnica copió Stoker.

    Dicho esto, creo que la fascinación que produce la figura del vampiro, es debido a que nos habla de una verdad profunda. El atractivo señor (o señora) del balcón, no tendrá ningún poder sobre nosotros si no le abrimos la ventana. Si lo hacemos, seremos esclavos para siempre. Los que pudimos esquivar la droga de los 80, corrientes terroristas, y actualmente ideologías satánicas, reconocemos su particular batir de alas.
    El suicida Polidori, Stoker, LeFanu, (y hasta Mircea Eliade con su "Señorita Cristina") trataron un tema con el que no pudieron vislumbrar su meollo más íntimo.

    Haddock.



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    1. Estimado Haddock, como siempre, muy acertado.

      Creo sin embargo que muchos de los autores que cita, y otros que no, sí vivieron en sus carnes la potencia del mal. En concreto Stoker murió sufriendo indescriptibles terrores, naturalmente inspirados por el maligno.

      Al margen de esto, pero comentando asimismo una observación suya, ciertamente el demonio no tiene poder sobre nosotros si no lo invitamos a formar parte de nuestra vida. Stoker dejó para la posteridad un pasaje en su famosa novela que muestra el exacto conocimiento que tenía de esa realidad maligna y personal que recibió entre otros el nombre de Satán:

      —¡Bienvenido a mi casa! ¡Entre libremente y por su propia voluntad!

      Es el conde Drácula dirigiéndose a Jonathan Harker. Palabras que en seguida repetirá. Antes, el propio Harker cuenta: «No hizo ningún además de acercarse a recibirme, sino que permaneció inmóvil como una estatua, como si su gesto de bienvenida le hubiera transformado en piedra. En cualquier caso, en el preciso instante en el que traspasé el umbral, avanzó impulsivamente»...

      Está todo dicho.

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  2. Hoy, en este día tan luctuoso para la patria de van Eyck, de van der Weyden, de van der Goes y de Tintín, y del mundo civilizado (o los restos de que de él quedaren) he reflexionado sobre la dimensión social (además de la personal) que tiene el abrir la ventana al vampiro.
    El emperador Caracalla en el 212, abriendo sus fronteras, lo hizo dando la ciudadanía romana (tan importante para San Pablo) a todo tipo de gentuza que el imperio neciamente pensaba que podría sustituir a los antiguos romanos de tan recias virtudes. Alarico, cuando en el 410 entró a sangre y fuego en Roma, era un "integrado" que había combatido por Roma, pero que no dejaba de ser una bomba latente.
    Antes de recibir con los brazos abiertos -a veces con nuestras piernas abiertas en decúbito prono- a nuestra perdición ¿No podríamos aprender a esquivar estos males en "las cuevas de los libros" ?

    Aecio, el último romano.:(





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