viernes, 7 de noviembre de 2025

La venida del Anticristo | Jesús María Silva Castignani | Reseña

A lo largo de la historia cristiana, numerosos teólogos han sostenido que el Anticristo será una persona real que aparecerá antes del regreso de Cristo. Según la tradición, este ser —humano, pero profundamente influido por Satanás— representará la culminación del mal organizado y el intento último de suplantar a Dios. No se presentará como enemigo, sino como redentor: un falso mesías capaz de seducir a las multitudes con promesas de paz, prosperidad y unidad.

En el fondo, el poder del Anticristo residirá en su capacidad para cautivar al mundo: ofrecer respuestas que parezcan satisfacer los anhelos humanos más profundos, pero sin referencia a Dios. Su figura encarnará el gran engaño espiritual: una salvación sin cruz, una gloria sin sacrificio, una fe sin verdad. Será la exaltación de la humanidad sobre su Creador, el triunfo aparente del yo convertido en ídolo.

Sin embargo, la Sagrada Escritura advierte que este poder maléfico no aguarda un tiempo futuro para manifestarse, pues el espíritu del Anticristo ya actúa en la historia cada vez que el ser humano pretende ocupar el lugar de Dios; cada vez que la mentira se reviste de luz y la tiranía se disfraza de libertad.

A propósito de esta figura y de su interpretación a lo largo de los siglos, ha aparecido recientemente un libro interesante publicado por la editorial Palabra. Su autor es Jesús María Silva Castignani, un joven sacerdote que aborda el tema desde la Biblia, la Tradición y el Magisterio. El volumen lleva por título La venida del Anticristo, y su mayor aportación reside en la sabiduría patrística que recupera, así como en su tono instructivo y ponderado.

Es, además, todo un acierto subrayar la impostura religiosa que, según el Catecismo de la Iglesia Católica, acompañará al final de los tiempos. Tal vez habría sido interesante que el autor explorara algunas interpretaciones más audaces de esa impostura final —como las advertencias marianas de La Salette o la posibilidad, apuntada por ciertos autores, de una crisis espiritual interna en la propia Iglesia—, aunque quizá ese terreno exceda los límites del ensayo. Con todo, la obra habría ganado hondura si hubiese desarrollado más a fondo el pensamiento de San Agustín, Santo Tomás de Aquino y las aportaciones de las confesiones ortodoxas. Por no hablar de la joya escondida de Charles Arminjon, El fin del mundo y los misterios de la vida futura, una verdadera delicia teológica.

Así pues, con el paso del tiempo, y como es lógico, la reflexión teológica sobre el Anticristo se hizo más profunda y serena. San Agustín, al contemplar el ocaso del Imperio Romano, comprendió que el mal no se concentra en una fecha ni en una persona, sino que recorre la historia como una sombra obstinada. En La Ciudad de Dios, el obispo de Hipona situó la figura del Anticristo en el corazón de la batalla espiritual entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre. Una batalla que se libra silenciosamente en cada alma.

Más tarde, Santo Tomás de Aquino, fiel a su método, reconoció la posibilidad de un Anticristo real, un individuo concreto que, al final de los tiempos, encarnaría la rebelión definitiva. Pero al mismo tiempo insistió en que el verdadero peligro no es ese enemigo futuro, sino la ceguera moral que prepara su llegada. La soberbia, decía, es la semilla de su poder.

En Oriente, los padres de la Iglesia y los monjes del desierto hablaron menos de cronologías y más de vigilancia interior. Para la espiritualidad ortodoxa, el Anticristo no es solo el que vendrá, sino el que susurra ya en los corazones: cada vez que el hombre sustituye la humildad de Cristo por la ilusión de dominar, el espíritu anticristiano se levanta. La oración del corazón, la Eucaristía y la comunión viva con la Iglesia son el verdadero antídoto.

Así, a través de los siglos, la figura del Anticristo se ha convertido en un espejo en el que la humanidad contempla su tentación más profunda: construir un mundo sin Dios, adorar el poder disfrazado de bondad, llamar a la verdad mentira y a la mentira verdad.

El libro ofrece también reflexiones de esperanza. En la página 156, el autor cita a Hans Urs von Balthasar y al entonces cardenal Joseph Ratzinger en relación con la visión de Fátima, subrayando la llamada universal a la salvación y la confianza en la posibilidad de conversión de cada persona. No obstante, esta cita resulta problemática si se interpreta como una duda sobre la existencia de la condenación, pues la doctrina cristiana afirma que sí existen almas definitivamente separadas de Dios, fruto de una libre obstinación en el mal.

Más allá de este matiz, la obra sobresale por su capacidad de hacer accesible un tema a menudo tratado con sensacionalismo: la escatología, la figura del Anticristo, el Falso Profeta y los signos de los tiempos. Silva Castignani no se limita a exponer teorías, sino que invita al lector a reflexionar sobre los desafíos espirituales de nuestro tiempo y sobre el modo en que el mal se reviste de aparente bien.

Al cerrar el libro, el lector debería queda con una inquietud: ¿hasta qué punto el espíritu del Anticristo está ya presente entre nosotros, disfrazado de progreso o de libertad? Tal vez ese sea el mayor acierto de la obra: recordarnos que la vigilancia no es una tarea del futuro, sino una urgencia del presente.


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