domingo, 16 de noviembre de 2025

El padre Sergio | León Tolstói | Reseña y comentario crítico

Entre las últimas obras de León Tolstói, El padre Sergio ocupa un lugar singular por la hondura espiritual con que está concebida. Escrita entre 1890 y 1898 y publicada de manera póstuma en 1911, pocos meses después de la muerte del autor, esta novela breve surge en un momento de madurez moral en el que Tolstói había dejado atrás la estética de Guerra y Paz y Anna Karénina para volcarse en un arte despojado, austero, al servicio de la verdad interior. Si en sus grandes novelas anteriores la belleza y la psicología dominaban la narración, aquí todo queda subordinado a un fin más severo: mostrar la lucha del alma humana contra el orgullo, la vanidad y la ilusión de grandeza.

Stepán Kasatsky se nos presenta primero como un joven noble y oficial brillante, destinado al éxito en la corte. Sin embargo, su prometedora carrera se derrumba al descubrir que Mary, su prometida y a quien tenía por su ángel, ha sido amante del zar. La herida infligida a su orgullo lo conduce a la desesperación y lo impulsa a regresar a la fe de la infancia, intacta en su interior. Esta fe transmitida de generación en generación actúa en su caso como un salvavidas, un hilo invisible que sostiene el alma cuando todo lo mundano se desmorona. Tolstói por tanto sugiere que la transmisión de la fe no es meramente educativa ni abstracta: es una fuerza concreta que puede sostenernos en los momentos de mayor desorientación moral y emocional.

El caso es que con el nombre de Sergio, Kasatsky inicia un camino de renuncia y oración que pronto se revela atravesado por la misma tentación de prestigio espiritual que pretendía dejar atrás. Tolstói describe con precisión cómo incluso en el ascetismo más severo puede ocultarse el deseo de admiración, y la soberbia disfrazada de virtud. Las tentaciones, así pues, estructuran la narración: la primera llega en la figura de Makóvkina, que intenta seducirlo; para resistir, Sergio recurre al gesto extremo de mutilarse un dedo. Más adelante, su resistencia se quiebra ante la ingenuidad de una joven campesina, lo que lo impulsa a abandonar el monasterio y comenzar una vida errante. Pero lo que parecía un descenso es, en realidad, el inicio de su verdadera purificación. Ya sin hábito ni prestigio, Sergio sirve humildemente a los demás: educa niños, cuida enfermos y acompaña a los pobres, hasta desaparecer como figura reconocible para vivir solo como «siervo de Dios».

La tentación, en la novela, se presenta como una fuerza avasalladora que no distingue entre santidad aparente y humildad auténtica. Ni la renuncia, ni la austeridad, ni el servicio constante logran proteger completamente al alma humana de su empuje. Tolstói la describe como un poder interior que arrastra, desestabiliza y pone a prueba la sinceridad del corazón, obligando al protagonista a confrontar sus propias debilidades una y otra vez. La verdadera fortaleza espiritual no consiste en escapar de la tentación, sino en reconocerla, resistirla con humildad y apoyarse en la fe que sostiene incluso cuando todo el mundo interno parece desmoronarse. Cada confrontación revela la fragilidad humana y ofrece la oportunidad de crecer: resistir con humildad y dependencia de Dios permite al alma purificarse y avanzar en el camino de la santidad. En cierto sentido, la tentación es un fuego que prueba la calidad del oro interior.

No obstante, hay que tener presente que Tolstói propone aquí una visión de la santidad distinta de la tradición ortodoxa: no como perfección sacramental ni fruto de la disciplina ascética, sino como sinceridad absoluta ante uno mismo y servicio desinteresado al prójimo. La fe se desliga de la Iglesia institucional y se convierte en un camino ético, íntimo y universal, abierto a cualquier lector. De ahí que El padre Sergio pueda leerse en cualquier tiempo y lugar como la historia de una lucha común: la de un ser humano contra sus ilusiones de grandeza y la tentación de vivir para la mirada ajena.

Tolstói muestra finalmente a Sergio como un hombre virtuoso que solo se reconoce «siervo de Dios», entregado al servicio de los demás con humildad silenciosa. Su vida inspira, moral y espiritualmente, pero, como ya he comentado, entra en colisión con la enseñanza de Jesús: «sin mí no podéis hacer nada», dijo el Maestro. Y es que la gracia divina, necesaria para la santidad, no se obtiene solo por medio del esfuerzo humano; requiere un contacto con Dios que, según la Iglesia, se recibe a través de los sacramentos y de la comunidad eclesial. Al privilegiar la ética sobre la fe sacramental y la Iglesia institucional, Tolstói propone un cristianismo de conciencia, casi buenista, en el que la virtud personal y el servicio reemplazan la mediación de la gracia. La solución final deja al lector admirando la santidad de Sergio, pero sin ser consciente de que su ejemplo aislado de la Iglesia no coincide plenamente con la visión ortodoxa de la salvación, y, lo que es peor, sin que nada haga pensar que por este nuevo camino espiritual el protagonista hará un largo recorrido. 

Desde luego, esta fricción se debe al pensamiento último del autor, que acabó abjurando de la Iglesia ortodoxa, o considerándola prescindible para ser fiel a Dios. Sea como fuere, el final de la vida de Tolstói fue trágico, pero también coherente con su búsqueda de autenticidad: en 1910 abandonó su hogar, dejando atrás a su familia, y murió en una estación ferroviaria, lejos de su casa, tratando de vivir conforme a sus convicciones. Su vida y su obra tardía, incluida El padre Sergio, muestran una coherencia radical entre pensamiento, palabra y acción: la preocupación por la justicia, la humildad, la entrega y la sinceridad ética están siempre en el centro de su visión del mundo. No se le puede negar eso a Toltói.

En suma, El padre Sergio es una obra aparentemente sencilla, pero de gran profundidad, que revela la intensidad de la lucha del alma humana, la fuerza avasalladora de la tentación y la importancia del servicio desinteresado. Al mismo tiempo, plantea una reflexión sobre la relación entre ética, gracia y comunidad, recordándonos que la santidad auténtica requiere no solo esfuerzo y virtud, sino también la gracia que se recibe a través de Dios y de su Iglesia, y que la fe transmitida de generación en generación puede sostenernos cuando todo lo mundano parece desmoronarse. 


León Tolstói. Serie I, n.º 4 [Material gráfico: recurso electrónico]: postal / foto de V. Chertkov. (San Petersburgo: Biblioteca Presidencial Yeltsin, 2014). 
En el anverso, debajo de la imagen, se encuentra una cita de L. Tolstói: "La libertad no puede ser otorgada al hombre por el hombre. Cada hombre solo puede librarse a sí mismo... La sumisión a Dios otorga la libertad ante los hombres. No hay término medio: ser esclavo de Dios o de los hombres".

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