martes, 6 de mayo de 2014

España inteligible de Julián Marías

Julián Marías (Valladolid, 1914 - Madrid, 2005) tuvo España inteligible por su libro más querido. Su preocupación por la comprensión de la historia española por parte de sus paisanos obró este trabajo tan interesante. El filósofo castellano entendía, con la lucidez que se le supone a todo intelectual serio, que dominar el pasado es controlar el presente, y como la deriva historiográfica de la democracia española estaba corrompiendo a las generaciones presentes -formadas bajo mitos y propaganda- puso todo su empeño para convencer a los que habían caído en las redes pestilentes de la Logse (ley educativa) de que España tenía un pasado, no sólo memorable, sino perfectamente comprensible.

Sin embargo, los intelectuales de hoy no son los de antaño. Por eso Julián Marías, al contrario que Maeztu, sólo explica la historia de España, sin atender a los orígenes de la aversión a la misma, a fuerza de ser enturbiada y tergiversada. Ramiro de Maeztu, en cambio, habló de la masonería. Hoy, nadie que tenga cierta presencia mediática, o que se precie seriamente su puesto, llega a tanto. Pero vayamos al grano.

El orden expositivo de España inteligible es clásico: la Hispania romana, la visigoda, la invasión musulmana, la Reconquista, los Reyes Católicos, el descubrimiento y la conquista de Amércia, la leyenda negra -sobre la que insiste en su peso negativo-, la decadencia de España -lógicamente unida a aquélla-, la ilustración española del XVIII, la Guerra de Independencia y las revoluciones de los países americanos. Y una vez más, el filósofo español señala la leyenda negra como el germen de la propaganda antiespañola. Propaganda que sigue presente en nuestros días. Esa aversión a España que todavía pervive en suelo peninsular es la razón, según Marías, de que su propio libro no fuera bien recibido por parte de los medios españoles:

Hace quince años, en 1985, publiqué un libro por el que siento cierta predilección: España inteligible. No es que sea mi «mejor» libro –esto no tendría demasiado sentido–, pero es acaso el que ha ayudado más a que los españoles se entiendan a sí mismos. Tiene un subtítulo: «Razón histórica de las Españas», porque desde 1500 España es inseparable de América y el resto del mundo hispánico.
Este libro se ha leído bastante: diez ediciones en español, traducciones al inglés y al japonés. No se ha hablado demasiado de él, lo que puede ser explicable. Lo que me sorprende es la escasez de comentarios a su título. Dije que el libro cumple lo que el título promete: inteligibilidad. Por lo visto, esta noción irrita; se prefiere la idea de que España es un país «anormal», conflictivo, irracional, enigmático, un conglomerado de elementos múltiples y que no se entienden bien.
Mostré que España es coherente, más razonable que otros países, en suma, inteligible si se lo mira desde su génesis, sus proyectos, su argumento histórico. Como se ha decretado lo contrario, hay una manifiesta resistencia a mirar la realidad y tomarla en serio. Lo inaceptable es el título, que va contra las ideas recibidas y aceptadas sin crítica, aunque la experiencia las desmienta... (ABC, 7 de diciembre de 2000).

En fin, por más que les pese a algunos, lo que no quiere decir que no estén obrando para invertir nuestro pasado, la historia de España se entiende sólo a partir de dos palabras: Roma y la cruz. En España contra España, por ejemplo, Pío Moa no puede decirlo más claro


«Para saber lo esencial de nuestra historia solo tenemos que mirar nuestro presente: el pueblo español es muy mayoritariamente de cultura latina y cristiana, concretamente católica. Son latinos su idioma, su derecho, gran parte de sus costumbres, y a través de Roma le llegó el catolicismo, que constituye la base del concepto moral común, pese a su corrosión en los últimos tiempos. Su aspecto físico es muy homogéneo en todas sus regiones: mediterráneo con aportes menores germánicos y célticos, siendo los apellidos más comunes los mismos en todas las provincias: García y los acabados en -ez. Esta realidad es el efecto obvio de muchos siglos de historia. Importa también la posición geográfica: una península en el extremo suroeste de Europa, entre dos mares de tanta densidad histórica como el Mediterráneo y el Atlántico y separada de África por un estrecho de pocos kilómetros. Necesariamente tenía que ser, como lo fue, escenario de dramáticos enfrentamientos de civilizaciones. Y justamente en dos ocasiones cruciales su destino estuvo a punto de cambiar drásticamente, convirtiéndose en un país de cultura africano-oriental y no europea. De haber triunfado Cartago sobre Roma en el siglo III antes de Cristo, la historia de España -que ni siquiera se llamaría así- habría sido enormemente distinta, aunque no podamos especular cómo. Y si la invasión árabe-beréber del año 711 hubiera logrado permanentemente su objetivo de dominar la península como dominó el norte de África, hoy el pueblo asentado en nuestro país no se llamaría español, sino andalusí, y su religión, costumbres, moral, derecho, etc., lo distanciarían radicalmente de los europeos y lo entroncarían con el mundo islámico, lo cual habría tenido también importantes repercusiones sobre la Europa occidental». 

Yo no estoy de acuerdo con todo lo que dice Marías en su libro España inteligible, por ejemplo con su visión del pueblo godo, al que infravalora. Pero es un trabajo encomiable. Con Pío Moa coincido mucho más. Ambos, en cualquier caso, concurren en lo esencial. Y lo esencial ya lo remarcó entre otros Ramiro de Maeztu. Sin embargo, a pesar de lo visto en estos tres últimos libros que he comentado sobre la historia de España, todavía seguirá una lectora inconsciente reprochándome que acentúe las glosas de La cueva de los libros con el marchamo de la religión. Entonces me preguntaré, con razón, si no se conoce la historia de España porque no conviene reconocer que los hombres y mujeres que han forjado nuestro pasado eran verdaderos cristianos.





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