miércoles, 22 de abril de 2015

La caverna de José Saramago

En atención a una persona que aprecio singularmente, he decidido comentar este libro del escritor portugués y Premio Nobel de Literatura (1998) José Saramago. En su día leí del mismo autor Ensayo sobre la lucidez, que me pareció un ladrillo infumable, aun contando con un planteamiento muy interesante. No había vuelto a leer nada de José desde entonces. Pues bien, siendo en lo formal ambas obras del mismo estilo, La caverna, que es la que ahora tengo intención de comentar, me ha parecido de mayor sustancia y relieve. Por eso me centraré únicamente en su mensaje, que supone en realidad toda una crítica a la sociedad de Occidente.

En La caverna los personajes de carne y hueso juegan un papel secundario en una trama salpicada de alegorías y reflexiones morales. La novela es en el fondo una fábula que pretende abrir los ojos de una sociedad anestesiada e indolente. Pero las buenas intenciones nunca han sido suficientes.

Cipriano Algor, de 64 años, y con toda una vida como alfarero a sus espaldas, ve de repente cómo una terrible amenaza se cierne sobre su negocio y su ecosistema familiar. Su longevo establecimiento pierde de la noche a la mañana su vitalidad pasada con motivo de la apertura de un gigantesco centro comercial (en una ciudad sin nombre) que está eclipsando a los pequeños comerciantes de siempre, engullendo las ilusiones de familias que han sobrevivido desde tiempo inmemorial con los frutos obtenidos de los oficios tradicionales. Para cuando Cipriano comprueba que su loza ya no es demandada como antes, y que el Centro tiene decidido prescindir de su trabajo, las esperanzas recaen sobre su hija Marta, y sobre todo sobre su marido, Marcial Gacho, que ha recibido una oferta muy atractiva para trabajar precisamente en el Centro que está sofocando la industria familiar. Este nuevo panorama ofrecerá una serie de contrastes suculentos de los que podrán extraerse conclusiones sobre nuestros males presentes. 

Comentar que La caverna es un estacazo a la sociedad consumista, caprichosa y necia, que no ve lo que tiene delante ni distingue lo que vale, es apenas quedarse en la superficie del mensaje. Saramago recurre a la metáfora del centro comercial para expresar la oferta infinita y alcaloide que propone hoy el Sistema a los hombres y mujeres de Occidente, de tal manera que el Centro «no es sólo un distribuidor de bienes materiales sino también un distribuidor de bienes espirituales». Así pues, la realidad virtual propuesta por la Matrix se encarga también de indicar cuáles deben ser las necesidades humanas, que van más allá por supuesto, como ella bien sabe, de las preocupaciones banales.

De esta manera, el Centro se convierte para los habitantes de la ciudad anónima de La caverna, o lo que es lo mismo, para Occidente mismo, en un carnaval de máscaras y espejos distorsionados que sirvan para alienar a los hombres y mujeres de nuestra época mientras "disfrutan" de vidas triviales y ociosas que son pura mentira.

Justamente por esto mismo Saramago recurre al mito de la caverna de Platón para insinuar que el Sistema ha fabricado para nosotros una cueva, en la cual nosotros vivimos encadenados y por tanto ajenos a las verdades que sólo son accesibles fuera de ella. Como los prisioneros del mito clásico, hoy creemos que las sombras son la realidad final, cuando no son más que apariencias, desfiguraciones, quimeras. José Saramago tuvo la osadía de pensar que al leer su libro la gente saldría de la caverna. Se equivocaba. De la caverna no saldrá quien esté a gusto en ella, quien conciba las sombras como la realidad última, quien, citando a Orwell, no comprenda que incluso ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante. 

Pero en la cueva, con el bienestar que produce el suave calor de la hoguera, la comodidad de saberse dueño de supuestas verdades definitivas, y los riesgos que se han de correr para salir del Sistema, se quedarán las generaciones hasta el fin de los días, principalmente porque ya nos han inculcado todo lo que podemos desear y cuáles son los remedios para tales necesidades. Definitivamente la imagen de Orwell fue profética: La humanidad se ha convertido en una granja. Y de esa granja sofocante es complicadísimo escapar, pues como el centro comercial de La caverna el Sistema es un monstruo que o bien te obliga a integrarte en el juego o te destruye de forma implacable.

Una última apreciación me gustaría hacer a esta novela antes de concluir el comentario. Sobre el contraste entre el campo y la ciudad que plantea aquí Saramago, quiero destacar que nunca como hasta ahora el hombre ha vivido tan encerrado, literal y metafóricamente. Jamás el hombre ha prescindido tanto como en nuestros días de la belleza de la naturaleza y del silencio y la armonía que se desprenden de ésta. Campo y ciudad que son dos extensiones en realidad de los oficios artesanales y las nuevas industrias del entretenimiento, nacidas para matar el hambre espiritual de nuestro infeliz linaje. 

Finalmente, el ser humano no saldrá de la cueva virtual que han diseñado los expertos de la Matrix sólo con información y un conocimiento especial de los hechos. Para bregar contra el Sistema y vivir felizmente al margen de él hace falta, además de abrir los ojos y descubrir que en la cueva las cosas se ven borrosas y no como son realmente, voluntad para rebelarse y no temer ser diferentes, madurez y no complacencia, en vez de mezclarnos cómodamente entre la gente y vivir en serie, vidas corrientes gastadas infructuosamente por la falta de un verdadero horizonte tracendente.