martes, 18 de agosto de 2015

Rurouni Kenshin de Nobuhiro Watsuki

En los años 90 del pasado siglo se produce en España una verdadera invasión del llamado manga, o cómic japonés. Acaudillaba ese asalto al Viejo Continente una obra que ha marcado a varias generaciones de jóvenes y que hoy es mundialmente conocida, para regocijo de Akira Toriyama, su creador. Me refiero, claro está, a Dragon Ball, o Bola de Dragón en castellano. Mi juventud desde luego no habría sido la misma sin personajes como Son Goku o Vegeta. Y sin la alegría que acompañaba la llegada de un nuevo número a los quioscos. El alma de esa historia, y su verdadero protagonista, Son Goku, se convirtió en ídolo para millones de jóvenes, precisamente por defender a cuantas personas lo necesitasen. Su inocencia, o pureza, todavía me conmueven; por no decir que lo hacen ahora, ya alcanzada la treintena, con mayor fuerza que antes. Pues bien, no menos quijotesco es Kenshin Himura, protagonista de otro manga delicioso y también de gran éxito: Rurouni Kenshin. Magnífica obra que a pesar de su realismo sigue señalando claramente las diferencias entre los buenos y los malos, representantes de esas dos fuerzas que desde tiempo inmemorial chocan por un designio impenetrable.

Nobuhiro Watsuki concibió esta epopeya del guerrero samurai entre los años 1994 y 1999, dando lugar a 28 volúmenes repletos de aventuras y grandes personajes. Entre las virtudes de esta gran obra destaca el dibujo. También una magnífica ambientación del periodo Meiji, pues arranca la historia en el año 1878, con Tokio abierta al trato con los barcos occidentales. Existen a mi juicio tres grandes divisiones, marcadas por los enemigos de Kenshin (los espías del Oniwabanshu, Makoto Shishio y Yukishio Enishi). Shishio será con diferencia el adversario más temible, y con su entrada en escena (conspira para hacerse el amo absoluto de Japón) la historia se oscurece y madura, lo que le infunde mayor dramatismo. Shishio es, sin duda, uno de los antagonistas más atractivos de la ficción popular que se recuerdan. A la altura de Sefirot en la obra maestra de los videojuegos de rol (Final Fantasy VII) o el propio Freezer en Dragon Ball Z. El humor, finalmente, trasciende la seriedad de la obra y alivia su carga dramática con verdaderos momentos desternillantes.

Todo gira sin embargo en torno a la figura de Kenshin. La época anterior a la narrada en este relato, conocida como Bakumatsu, donde todavía los señores feudales hacían y deshacían en el país a sus anchas, concluye en una guerra civil espeluznante en la que el propio Kenshin toma parte. Entonces se le conoce como Battosai, un guerrero invencible que derrotó a cientos de hombres y regó las entrañas del país del Sol Naciente con la sangre de sus connaturales. Pero al acabar la contienda se lo traga la tierra. Kenshin será tras el conflicto un espadachín errante. Hasta conocer a Kaoru, Yahiko y Sanosuke, y se asiente en el dojo de la joven y bella maestra de esgrima.

Lo interesante de Kenshin y Kaoru, más allá de que su relación permita hablar de este manga como una epopeya romántica, son los contrastes temperamentales que existen entre ellos. En el fondo comparten un carácter noble y generoso. Siendo ella, por motivos obvios, mucho más ingenua. Kaoru, en la reciente época de paz, mantiene un dojo para adiestrar a personas en el arte de la esgrima, cuyo lema es «esgrima humanizadora». Kenshin le hará comprender, a pesar de sus nobles ideales, que «la espada es un arma. Y la esgrima es el arte de matar con ella». 

Se resiste sin embargo Kenshin en aplicar esa máxima. Dominándose por tanto a sí mismo. Así, utilizará su espada únicamente para defender a sus amigos o a las personas que se cruzan en su camino y solicitan auxilio o han sufrido alguna injusticia. ¡Ha jurado no volver a matar a nadie! No obstante, un rosario de enemigos ponen a prueba al nuevo Kenshin, y también su particular filosofía pacifista. Renunciar a la espada conllevaría dejar a los que quiere a merced de los que desean hacerle daño. El pasado sigue marcando el presente del héroe. Señal de que nuestros actos generan un eco que no controlamos.

Y a pesar de todo, se puede empezar de cero. Kaoru no necesita conocer el pasado oscuro del espadachín errante para aceptarlo a su lado. Le basta con saber que ha renunciado a la parte de sí mismo que no le agradaba. Es suficiente para ella el hombre que tiene delante, del que nada podría decirse malo. En eso consiste la compasión y el perdón de los pecados. Sólo que el pecador, es decir, el que ha hecho daño, ha de sentir repugnancia por lo que ha hecho y ordenar su vida de acuerdo a los nuevos criterios o valores humanos. Con todo, el mal engendrado previamente seguirá extendiendo su eco y resonando conforme a sus leyes internas, pues el misterio del bien y el mal es algo que nos supera.

Shishio, entre alguna de sus frases memorables, dirá: «El mundo está lleno de gente violenta que lava la sangre con más sangre, ¿no es apropiado llamarlo infierno?». «Para poder sobrevivir, nunca puedes ser puro; esa es la dura realidad». O, «para mí el poder es algo muy natural. Si eres fuerte, vives; pero si eres débil, tu destino es la muerte. ¿Entiendes el poder de la naturaleza?». Kenshin en cambio cree que ni los muertos desean venganza, sino la felicidad de los que viven.

Los contrastes que decía al principio entre dos fuerzas que desde tiempo inmemorial chocan y se repelen. Y que cuentan con nosotros para participar en su coreografía.

Por eso tendrá razón Kenshin al decir que se puede morir en cualquier momento, pero sobre todo que vivir requiere valentía.





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