viernes, 1 de enero de 2016

Irène de Pierre Lemaitre

Desde luego el género negro, que tanto auge está cobrando en los últimos decenios, no supone nunca una lectura provechosa, al menos en términos espirituales. Aunque hasta del mal sabe salir el hombre fortalecido. Pero es cierto que normalmente las novelas de esta clase perturban y sobrecogen. Acaban dejando sabores amargos, provocando sensación de impotencia, suscitando irritación, causando asombro, extrañeza, aturdimiento. Eso las novelas que son buenas. Las malas las más de las veces son directamente inmundas, detestables. Irène en cambio es una joya del género. A pesar de su dureza, a pesar de los pesares y de que el mal acaba superándose en el último momento. Pues bien, un poco por todo esto, me pregunto por qué me interesan esta clase de historias espeluznantes.

Es conocido por todos que son las mujeres las que sustentan hoy en día la industria de los libros. Ellas leen mucho más que los hombres, principalmente literatura popular y bestsellers. ¿Pero también este tipo de obras? Me cuesta creer que en la misma medida que otros géneros. La novela negra es, sobre todo, una lectura masculina, porque la violencia le atrae al hombre de modo irresistible; porque en muchos casos se trata de historias despiadadas, diabólicas, delirantes, que tienen por objeto, en su mayor parte, a mujeres. Es el caso de la historia que me ocupa ahora. Brillante en todos los sentidos, sin duda, pero también capaz de dejarme desconcertado y encogido al pasar la última página del libro.

De principio a fin Pierre Lemaitre, que no está considerado injustamente el mejor novelista francés de novela negra, logra aquí un trabajo elegante y de una pureza inusual. Irène desprende el aroma de un clásico del género. Lemaitre no esconde nada, y es tan honrado en su apuesta, que se puede prever el final con relativa facilidad e incluso —con algo más de sagacidad— descubrir al asesino; sin que esto reste un ápice de valor al trabajo impecable, en términos literarios, de esta formidable novela.

También en este caso el argumento, como siempre, es sencillo. Un bestial asesino pone en jaque a la policía de un determinado lugar. Pero no sólo en la escritura percibe el lector que Lemaitre ofrece mucho más que cualquier otro, pues éste hombre escribe muy bien y es capaz de sostener un ritmo endiablado y una tensión insoportable durante toda la obra, haciendo la lectura una carrera emocionante a través de las páginas. Es que los personajes, sobre todo el comandante Camille Verhoeven, pero también algún otro miembro del equipo policial (estoy pensando en Louis), han sido perfilados con algunos detalles geniales. En concreto, Camille Verhoeven sigue los pasos —y quizá algún purista se extrañe al leer esto— de Philip Marlowe, Sam Spade o Hércules Poirot. Palabras mayores, sin duda, y por eso referentes del pequeño comandante parisino, que en esta obra es apenas esbozado, y, adivinamos, pulido en sucesivas entregas.

Quisiera hacer una mención especial antes de dar por concluida esta redacción al trasfondo libresco que ofrece Irène, que me ha parecido enormemente atractivo y me ha hecho gozar de la lectura, a veces excesivamente dura, proporcionándome alivio en tramos muy empinados.

Y por último, rematar el comentario con lo apuntado al principio. Soy consciente de que este tipo de obras no son saludables, por los hechos que describen principalmente, pero mi interior se remueve, y se ha removido siempre, con la violencia satánica que late en todas partes y que ocasiona tan terribles muertes. Todos aquellos trastornos que produce el mal, las pobres víctimas que mueren, los familiares que viven consumidos para siempre por pérdidas incalculables. Quizás por eso a veces hay que acercarse a estos libros para no olvidar que el mal en estado puro existe. Y quizás, entonces, y por idéntico motivo, no haya que acercarse demasiado a ellos. Pues el mal es capaz de ofuscar las mentes más robustas, y de corromper las más inocentes. 

Desde luego, de lo que no tengo la menor duda, y de ahí no me va a mover nadie, es que crímenes como los que Camille Verhoeven persigue en esta gran novela negra, crímenes por cierto que acontecen a diario realmente, son inspirados por el ángel caído.

El corazón humano es capaz de lo peor, es cierto. Pero el ensañamiento de algunos crímenes tiene otro origen. A la fuerza ha de tenerlo. Y así lo creo. Así lo creo porque el odio que se puede oliscar en las crónicas negras de la humanidad tiene una raíz no humanza. Hay algo más en ese odio. Un desprecio por el hombre que es antinatural. ¡Una obra, a todas luces, infernal!



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