sábado, 13 de agosto de 2016

El despertar de la señorita Prim de Natalia Sanmartin Fenollera

Cuando en 2013 apareció El despertar de la señorita Prim ya era un hecho que muchas almas anhelaban encontrar su particular San Ireneo de Arnois, un lugar donde ponerse al abrigo de este manicomio que es el mundo moderno. El libro pronto se convirtió en un terremoto literario, porque era un refugio en sí mismo, y porque desplegaba entre sus páginas una historia pletórica, hermosa y delicada. Reconozco orgulloso que a mí la exquisita e inusual ópera prima de Natalia Sanmartin Fenollera me encandiló. Me pareció redonda, primorosa e ilusionante. Pero por encima de sus enormes cualidades literarias, que me hicieron gozar como pocas veces del placer de la lectura, destaco su esperanzador horizonte, pues con toda seguridad el mundo no será salvado por la belleza, pero sí lo serán las almas más puras, aquellas que tienen la valentía de dejar atrás su atribulada vida y cobijarse en las delicias naturales de San Ireneo de Arnois.

Hasta ese pueblecito, atraída por una insólita oferta de empleo, llega la señorita Prudencia Prim. Ella, como muchos otros espíritus contemporáneos, ha vivido con «la permanente sensación de haber nacido en un momento y un ambiente equivocados. Ni siquiera todo el mundo podía ser consciente, como ella lo era, de que todo lo que valía la pena admirar, todo lo hermoso, todo lo excelso, parecía estar desapareciendo sin apenas dejar rastro». Poco a poco, y no sin dificultades, la señorita Prim irá descubriendo que San Ireneo es una especie de Arcadia, el viejo paraíso, perdido y de nuevo encontrado.

Otros antes que ella han acudido a San Ireneo de Arnois, llegados de todas partes de Europa. Cuando la protagonista llega a ese precioso lugar éste es «una floreciente colonia de exiliados del mundo moderno en busca de una vida sencilla y rural», «un pequeño reducto para exiliados de la confusión y agitación modernas». De entre todos ellos sobresale un caballero, el hombre del sillón, la cultura personificada, que huye del dragón y sólo desea proteger a los niños del influjo moderno, volver a la pureza de costumbres y recuperar el esplendor de la vieja cultura.

Por momentos parece una utopía lo que plantea la excelente autora. Pero como reconoce uno de los personajes de la novela, Horacio Delás, «utopía sería pensar que el mundo puede dar marcha atrás y reorganizarse de nuevo en su totalidad. Pero no hay nada de utopía en este pequeño pueblo, Prudencia, lo que hay es un enorme privilegio. Hoy en día para vivir de una forma tranquila y sencilla hay que refugiarse en una pequeña comunidad, en una aldea, en un pueblecito adonde no lleguen el estruendo y la hostilidad de esas urbes desmesuradas».

Y sin embargo la sola huida del mundo no basta. Para la señorita Prim no es suficiente vivir en un lugar como San Ireneo, porque para lograr la armonía que precisa el bienestar interior que deseamos se necesita una mirada nueva y radical, un espíritu renovado, una conversión profunda y un coraje fuera de lo común. Porque la existencia humana es un despertar, el esfuerzo por salir de la cueva platónica para hallar la verdadera realidad.

El despertar de la señorita Prim es una novela grandiosa. Una profunda historia de amor, de amor a la tradición, a la naturaleza, al saber auténtico, a las personas nobles y buenas. Por eso también es una novela reaccionaria, incómoda y provocadora; por el hecho de ser sencilla y deliciosa, por el hecho de abrirse a lo invisible, por despreciar la educación institucionalizada, por el atrevimiento de establecer jerarquías entre lo aparente y lo real, por la audacia de plantear la superioridad del espíritu sobre la mundanidad generalizada, y por considerar que la fe es un valor inapreciable y el matrimonio un asunto de tres personas.

Hermann Hesse dijo que el arte consiste en mostrar a Dios dentro de cada cosa. Y Natalia, sin nombrarlo siquiera, hace que todo esté impregnado de su persona, pues como declaró mi admirado San Agustín, Dios es la fuente de cualquier otra belleza. En fin, no ha disminuido un ápice mi asombro desde que leí esta obra, porque parece mentira que hoy en día alguien sea capaz de escribir algo con tanta clase y delicadeza.


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