miércoles, 29 de agosto de 2018

Matanzas en el Madrid republicano de Félix Schlayer

Leí este libro hace bastantes años, pero he sentido la necesidad de volver él, zaherido por la situación prerrevolucionaria que vive mi país, bajo la dudosa autoridad de un Gobierno apócrifo y usurpador y un Presidente nefando y execrable, que además de indecente es psicópata. Y como el error que no es combatido termina siendo aceptado, me veo en la obligación de recomendar este extraordinario testimonio —que tiene por título Matanzas en el Madrid republicano— a toda persona de bien que desee conocer la ascendencia ideológica de los inmundos roedores que hoy controlan España.


Si el relato en cuestión sobresale entre la abundante literatura histórica que revela la genética criminal de las izquierdas españolas y su falsa propaganda, se debe a que la voz de este relato es la de un observador extranjero, que fue cónsul de Noruega en el Madrid dominado por los bolcheviques, y que se jugó la vida para salvar físicamente del terror a cientos de personas, desviviéndose por impedir las ejecuciones clandestinas, y obtener la libertad de personas contra las que no pesaba ninguna acusación formal.

El diplomático publicó sus impresiones de la Guerra Civil muy pronto, en 1938; pero su relato, escrito en alemán, no llegó a España hasta mucho después (2005). Esa circunstancia impidió que supiéramos que fue de los primeros, si no el primero, en contar al mundo el horror de las persecuciones, de los asesinatos masivos, de las salvajes torturas de las checas en el Madrid de la revolución. También fue quien descubrió la matanza de Paracuellos del Jarama, en la cual perecieron unos cinco mil presos de diversas cárceles de Madrid (a los que habían arrestado por no ser lo suficientemente izquierdistas) asesinados a sangre fría en la mayor carnicería colectiva de la guerra. Y fue, asimismo, quien probó la implicación directa de Santiago Carrillo en dicha matanza.

De la horrible hecatombe cuenta Félix Schlayer que a diario llegaban autobuses abarrotados de personas, y que durante todo el día se escuchaban las ametralladoras (p. 155). El procedimiento era el siguiente: diez hombres atados entre sí, de dos en dos, eran desnudados —es decir, les robaban sus pertenencias— y les hacían bajar a la fosa, donde caían tan pronto como recibían los disparos. Después tenían que bajar los otros diez siguientes, mientras los milicianos echaban tierra a los anteriores. Lo cual implicaba que como los presos eran asesinados de diez en diez y caían unos encima de otros, gran número de heridos graves que aún no estaban muertos quedaron sepultados bajo el resto de cadáveres. En el fondo, dice el cónsul, «el Gobierno aprobaba los horrores de las bandas asesinas, pero creía salvar su responsabilidad haciendo como que no podía dominarlas» (p. 83).

Por supuesto, en el primer capítulo de su libro, Causas y telón de fondo de la Guerra Civil, Schlayer responsabiliza de la contienda fratricida al Frente Popular y a la maldita ideología socialista. Era ya muy consciente por entonces el diplomático noruego nacido en Alemania de que las izquierdas no aspiraban a ningún tipo de democracia, sino a la dictadura del proletariado (p. 23).

Schlayer, además, distinguió inmediatamente entre la locura atroz de unos, y los actos de venganza de los otros, que estaban siendo perseguidos, asesinados, y arrastrados a una guerra que no deseaban. «Así es como al principio se cometieron, por desgracia, graves delitos contra el prójimo, también en la zona nacional. Pero en ésta se reprimían tales brotes de bestial salvajismo y, una vez pasado el desorden inicial, no sólo se restableció la disciplina legal, sino que se ajustaron las cuentas a los transgresores, aunque fueran miembros de las organizaciones “blancas”. Yo mismo asistí en Salamanca a un juicio, en un Tribunal de Guerra, en el que condenaron a muerte a ocho falangistas de un pueblo por crímenes que habían cometido en las primeras semanas contra otros habitantes del lugar. Los sacaron encadenados. En cambio, en la zona dominada por los rojos, estos crímenes, producto de la ferocidad de las masas, iban en aumento semana tras semana, hasta convertirse en una espantosa orgía de pillaje y de muerte, no sólo en Madrid, sino en todas las ciudades y pueblos de dicha zona. Aquí se trataba del asesinato organizado. Ya no era sólo el odio del pueblo, sino algo que respondía a una metodología rusa: era el producto de una “animalización” consciente del hombre por el bolchevismo» (p. 31-32). Y concluye Schlayer: «Lo que desde siempre ha dominado políticamente en la amplia masa del pueblo español ha sido el sentimiento y nunca la razón».

Para acabar, cuenta el propio autor del libro que se entrevistó con Dolores Ibárruri, la gran dama roja. «Hacia el final le pregunté a La Pasionaria cómo se imaginaba que las dos mitades de España, separadas entre sí por un odio tan abismal, pudieran vivir otra vez como un solo pueblo y soportarse mutuamente. Entonces estalló todo su apasionamiento: ¡Es simplemente imposible! ¡No cabe más solución que la de que una mitad de España extermine a la otra!»

La verdad, no sé si los feligreses de izquierdas simpatizan con esta ideología satánica por maldad o por ignorancia. Sé que a Franco no le hizo falta exterminar a media España, que los españoles se reconciliaron finalmente bajo su mando, y que más de media España lo acabó venerando (ahí están los documentos históricos para corroborarlo: en su muerte, sin ir más lejos, en vez de darle la espalda, el pueblo español salió a la calle en masa a demostrar su pésame ante los restos de su gran bienhechor).

Respecto a la sanguinaria Dolores, he leído que al final de su vida se convirtió y que murió recibiendo los santos sacramentos. Ni me lo creo ni me lo dejo de creer. De ser así, no me quiero imaginar el duro purgatorio que estará padeciendo ahora esa mujer. En ese caso, Dios tendrá que perdonarme a mí también, porque no pienso rezar por ella ni un Padrenuestro para aliviárselo. 


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