miércoles, 12 de diciembre de 2018

El cumplidor de deseos o La fuente de los sueños (cortometraje de animación sobre el gran misterio de la vida y del amor)


Lo he comentado ya una y mil veces: la vida es un misterio inexplicable trenzado por fuerzas impalpables con hilos invisibles. Y nosotros somos los trebejos o juguetes que sentimos y lloramos y sufrimos y gozamos y reímos y sobre todo deseamos y apetecemos y somos movidos y arrastrados por esas corrientes etéreas. En mi caso, la vida me ha enseñado más en los últimos tres meses que en los últimos treinta años. Aunque, obviamente, para entender lo que en este momento me ocurre, fuera imprescindible toda vivencia previa.

El maravilloso cortometraje de animación del que quiero hablaros —en realidad brevísimo porque apenas dura cuatro minutos— es toda una obra de arte, una artesanal delicia con final feliz y un buen puñado de reflexiones jugosas.


El argumento es sencillo. Existe una fuente a la cual distintas personas echan monedas con la esperanza de ver cumplidos sus sueños. Bajo la fuente, un extraño operario se encarga de satisfacer los distintos deseos. El primer soñador, un hombre de mediana edad, aspira a ver prosperar su fortuna y hacerse rico. A continuación, un chico y una chica, simultáneamente pero por separado, arrojan sus monedas a la fuente en busca del amor verdadero. Sin embargo, las expectativas de los jóvenes se ven de momento insatisfechas al quedar sus monedas atascadas en las tuberías de la fuente. Y es entonces cuando el misterioso funcionario se implica personalmente para que los deseos de los jóvenes prosperen.


Después de todo, las vidas de estos chicos se ven unidas súbitamente, siendo arrastrados el uno hacia el otro de forma ineludible. Pero no cuando ellos quieren, sino cuando llega realmente su hora. He aquí, en efecto, un misterio inescrutable (las monedas son echadas en un determinado momento, y sin embargo, por distintas circunstancias, la suerte se retrasa hasta el instante propicio). Y es que no sabemos por qué nos ocurren ciertas cosas, ni por qué en momentos concretos; y a veces no reparamos en que las personas llegan a nuestras vidas cuando tienen que llegar, y no cuando a nosotros se nos antoja. Lo cual no quiere decir que no haga falta el deseo previo, el anhelo noble y sincero y vehemente y terco, además de las condiciones humanas adecuadas para recibir el gran premio. Tampoco sabemos, en fin, qué desencadena esa maquinaria y quién pone los mimbres para el encuentro. No en vano, El cumplidor de deseos desliza una idea deliciosa: la pareja ha podido reunirse al fin por un acto de amor, un acto de bondad, un gesto de piedad del hombre adinerado con el técnico de la fuente. Y esa limosna, que en principio nada importa a los enamorados, hace posible, oh milagro, la unión más feliz y dichosa.

Nadie sabe a fin de cuentas qué fuerzas impalpables trenzan el mundo ni de qué hilos invisibles está urdido éste. Sabemos sin embargo que en la raíz del alma humana hay una profunda necesidad, un sagrado apetito interior que nos hace ir en busca del encuentro y la unión con otro ser, el ser amado, ese que nos completa, alegra y da energía para convivir y regocijarnos en la verdad. Y ese amor, finalmente, es todo lo que el ser humano, ser hecho de barro y aliento divino, necesita para vivir en paz.



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