viernes, 25 de enero de 2019

Europa, una introducción a su historia de Pío Moa

Que el pensamiento ha muerto es una proposición tan clara y evidente que ha de admitirse sin demostración. Y este axioma, claro está, afecta a todo tipo de discursos y estudios humanísticos. Los trabajos historiográficos que llegan desde hace tiempo al público están determinados, en su inmensa mayoría, o bien por la corrección política, por lamentables prejuicios ideológicos, o por ambas cosas. Ya no existe así pues una crítica seria que tenga resonancia real, ni tampoco enfoques innovadores que aporten frescura o directamente contesten al discurso vulgar y ficticio imperante. Hoy predomina, en efecto, un discurso falaz de la historia. Y cuando surge, como en el presente caso, algún trabajo que posea interés y profundidad reales, se le arrincona o desestima y a nadie parece importarle. Sin embargo, hoy es más necesario que nunca entender que Europa es un conjunto de identidades de raíz cristiana amenazado de ruina.

Pío Moa, el autor de esta lúcida síntesis acerca de la historia de Europa, afirma aquí que es posible hablar de civilización europea y que el factor común de mayor relevancia que comparten los países que la forman es que se han considerado a sí mismos cristianos, siendo definidos durante siglos como la cristiandad. A pesar de estar históricamente dividida en tres ramas (católica, ortodoxa y protestante), en los países de la vieja cristiandad persiste el cristianismo como raíz cultural común, siendo por tanto éste el factor que ha moldeado en profundidad la historia y cultura europeas, expandiéndose posteriormente a América, Oceanía y parte de África, y en menor medida a Asia. No obstante —y aquí la lucidez de Moa se impone como un chorro de luz clarividente— «desde el siglo XVIII han cobrado empuje ideologías críticas o anticristianas: liberales y revolucionarias, marxismo, laicismo o cientifismo radicales... Tales ideologías tienen rasgos propios de religión, como una concepción del mundo y de la vida y una moralidad derivada, por lo que cabría entenderlas como religiones sustitutivas: de hecho han desplazado parcialmente al cristianismo, y hoy un alto porcentaje de europeos, variable según países, se declara agnóstico, ateo o indiferente» (pp. 18-19).

Lo cierto es que ha sido muy fuerte en la historiografía la tendencia a omitir la religión como elemento no ya crucial sino simplemente importante en el devenir humano. La mayoría de los estudios deja clara o sobretendida la idea marxista, y no solo marxista, de que es la economía la que da contenido y sentido a la historia, constituyendo la religión una superestructura fantástica, innecesaria y de algún modo parasitaria, que solo merece examinarse, a su vez, desde una perspectiva económica o política. Pío Moa, sin embargo, apuesta por otro enfoque, infinitamente más acertado desde mi punto de vista. Pues «a esa concepción cabe oponer la presencia universal de la religión en las culturas y el valor que estas le han dado siempre, un hecho que no puede ser trivial o despreciable y que los enfoques economicistas u otros llamados materialistas dejan sin explicar» (p. 19).

Por eso para el autor de este brillante trabajo, «la historia de Europa puede entenderse, hasta el siglo XVIII, como historia del cristianismo con su tensión entre razón y fe, entre Atenas y Jerusalén, etc. [...] A partir del siglo XVIII se abren paso las ideologías, igualmente basadas en diversas formas de fe, en parte de raíz cristiana, pero con varios puntos en común: el alejamiento del cristianismo o la hostilidad violenta contra él; una divinización del Hombre, con la creencia en su bondad natural, echada a perder por causas supuestamente ajenas a él, como la religión tradicional o «la sociedad»; la exaltación de la Razón como instrumento capaz de superar aquella inseguridad radical del hombre, y del Progreso como vehículo para avanzar en esa dirección. Formas de religiosidad que he denominado prometeicas, por creer que de algún modo estaban previstas en los mitos de las religiones tradicionales.

[...] Echando la vista al pasado, la civilización europea desde su lejano origen en la II Guerra Púnica, se ha caracterizado por un excepcional dinamismo e impulso creativo en todos los ámbitos de la cultura. Aun con un acompañamiento frecuente de atrocidades, tampoco infrecuente en otras culturas, ninguna otra civilización ha generado tal número de relevantes pensadores, artistas, científicos, dirigentes de pueblos, aventureros, descubridores, ni se ha planteado problemas filosóficos o existenciales con tal agudeza y audacia, aunque a veces parezca la audacia de la locura. Y tampoco ha obrado nunca Europa como un todo, sino que siempre ha sido una nación u otra la que ha tomado la delantera, seguida más o menos por las demás. Una evolución bajo el influjo enigmático, sugestivo e inspirador de la fe, tradicional o ideológica» (pp. 468-469).

Finalmente, y como colofón de lo anterior, podría resumirse la magnífica exposición de Pío Moa en esta brillante síntesis de la historia de Europa, diciendo que ésta ha destacado, en conjunto, por su productividad cultural en el pensamiento, la ciencia, la técnica y las artes —con más intensidad en unos países que en otros—, superando en todo ello a cualquier otra civilización, aun recordando los altos niveles logrados por algunas como la china, la india o en su mejor época la islámica. Pero sobre todo la citada exposición recoge, como es de justicia, las raíces cristianas de Europa, y reconoce asimismo que su auge y fulgor se debieron precisamente a ese fundamento religioso, asimilado exquisitamente por Grecia y Roma.




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