viernes, 25 de julio de 2025

La hija del capitán | Aleksandr Pushkin | Reseña y comentario crítico

La hija del capitán, publicada en 1836, es una de las novelas más leídas de la literatura rusa y una de las más apreciadas por generaciones de lectores. Aleksandr Pushkin construyó aquí una historia de formación y de aventuras, escrita con un estilo claro y directo, que no necesita exageraciones para mantener el interés.

La trama se sitúa en la Rusia del siglo XVIII, durante la rebelión de Pugachov, una revuelta popular que puso en jaque al ejército imperial. El joven noble Piótr Griniev es enviado a una guarnición remota para iniciar su carrera militar. Allí conoce a María, la hija del capitán de la fortaleza, y, casi sin esperarlo, se ve arrastrado por los acontecimientos. Hay traiciones, batallas, secuestros, huidas y decisiones difíciles. Pero todo se narra con una sobriedad que es parte de su encanto: Pushkin no busca impresionar, sino contar bien. Su ambición, por tanto, no es el efecto, sino la claridad.

Es, en esencia, una novela de aventuras, pero escrita con una elegancia poco común. El protagonista crece a lo largo del relato, no por medio de grandes gestas, sino aprendiendo a actuar con firmeza y verdad. El amor entre Griniev y María es limpio, sin dramatismo. Incluso el rebelde Pugachov, que bien podría ser un villano de manual, aparece lleno de matices, como alguien capaz de actos brutales y, al mismo tiempo, gestos de humanidad inesperada.

En Rusia, esta obra es mucho más que un clásico escolar. Es parte del imaginario colectivo. Se valora no solo por su estilo y sus personajes, sino porque muestra una versión del alma rusa en tiempos de crisis: la dignidad ante la violencia, la lealtad en lo íntimo, la fuerza moral frente al caos. Por eso se sigue leyendo, adaptando y citando, y por eso muchos lectores la recuerdan con afecto incluso años después de haberla descubierto por primera vez.

Por todo ello, dentro del género de la novela histórica y de aventuras, La hija del capitán ocupa un lugar especial: no tiene la extensión ni la grandilocuencia de otras obras del XIX, pero una claridad de tono y una capacidad para emocionar que la hacen única. Es una lectura breve, intensa y directa, que deja algo en quien la lee: no tanto una enseñanza, como una impresión duradera, que quizá se deba precisamente a la grandeza que percibimos en los actos realizados con nobleza.

Pues bien, aunque finalmente fue sofocada, la rebelión expuso la fragilidad del orden imperial en las zonas más alejadas de San Petersburgo y la profunda desigualdad social que reinaba en el campo ruso. Pushkin, que escribió la novela décadas después, supo captar ese ambiente de tensión y vulnerabilidad en la estructura del Estado ruso. Con todo, el campesinado vivía bajo el régimen de servidumbre, pero contaba con ciertas formas tradicionales de protección, vínculos locales y un orden previsible, aunque rígido. La violencia existía, pero también lo hacía una cierta estabilidad en las relaciones con los terratenientes. Tras la abolición de la servidumbre en 1861, muchos de esos vínculos se rompieron, y los campesinos quedaron expuestos a nuevas formas de pobreza, endeudamiento y desarraigo, sin haber obtenido acceso real a la tierra. Por eso, en algunos aspectos concretos —sobre todo en lo económico y lo comunal—, no pocos campesinos recordaron con cierta nostalgia la relativa seguridad del Antiguo Régimen.

En definitiva, La hija del capitán es una novela que encarna valores muy apreciados en la cultura oficial rusa contemporánea, más allá de que sea una obra apreciada a nivel internacional: la lealtad al deber, el amor por la patria, el sacrificio personal y el respeto por la autoridad legítima. Su protagonista, Piótr Griniev, se convierte en un modelo de firmeza moral y coraje silencioso, cualidades que se presentan como necesarias en tiempos de desorden y conflicto. El relato, situado en un momento de crisis interna, también subraya la importancia de mantener la unidad nacional frente a las divisiones, y de actuar con honor incluso cuando las instituciones se tambalean. Por eso esta obra no solo es querida por los lectores, sino también reivindicada como ejemplo de los principios que deben guiar a la sociedad en su relación con la historia, la tradición y el poder.

Aleksandr Pushkin (1799-1837)

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