domingo, 14 de junio de 2020

El vicio español del magnicidio de Francisco Pérez Abellán

Se ha dicho que la guerra es la continuación de la política por otros medios. También puede decirse lo mismo del asesinato.

Los últimos ciento cincuenta años de la historia de España no se entienden, si al tratar de ser comprendidos, se ignora el uso reiterado del crimen de Estado. El vicio español del magnicidio es un libro fundamental para entender este período histórico, pues es un trabajo de investigación que no sólo desmonta la versión oficial sobre las muertes de los presidentes de gobierno Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco, y el atentado frustrado contra la vida del rey Alfonso XIII, sino que además las relaciona, señalando a las sociedades secretas como responsables de dichos magnicidios y por tanto golpes de Estado.

Su autor, el respetado periodista de sucesos, Francisco Pérez Abellán, con una trayectoria inmaculada en el campo de la investigación histórica y sobre todo criminológica, murió pocos meses después de haber sido editada esta obra (2018), que sin duda supone su última y mayor contribución al esclarecimiento de la verdad histórica.

Para Abellán, «todo magnicidio surge del núcleo duro del poder». Estas sociedades que fomentan el asesinato desde las sombras del poder están formadas por «personajes poderosos que descubren una forma nueva de hacer política eliminando los obstáculos con el asesinato como gran regulador». Como sin duda expone el autor, «desde finales del siglo XIX hasta muy avanzado el XX, en España la forma nueva de forzar el destino colectivo era matando a un solo hombre. Desde luego, las conexiones que establece Abellán entre los cinco presidentes de gobierno asesinados, son reveladoras. «En todas las ocasiones se detectan grupos de ejecutores manejados en la sombra por quienes se benefician de la acción y encubren la verdad revistiéndola con la supuesta ideología revolucionaria de los asesinos».

Y es que hay sorprendentes «constantes que se repiten en todos los crímenes: la primera es que siempre los facilitan grandes fallos de seguridad, que dejan a los presidentes prácticamente indefensos ante los criminales, que actúan como si no existiera la policía. La segunda es que ninguno de estos crímenes ha sido convenientemente investigado. En ocasiones, las investigaciones se han desviado adrede, llevándolas a un callejón sin salida. La tercera es que los ministros de Gobernación, sin excepción, pese a su flagrante fracaso, no solo no fueron destituidos, sino que, salvo uno que murió prematuramente, fueron ascendidos y puede decirse que recompensados por tan brillantes servicios. La cuarta constante es que los asesinos fueron tildados de libertarios o revolucionarios, enmascarando con ello maniobras políticas que, al investigar, puede verse que llevaron a cabo criminales a sueldo, de perfil idéntico. Tal cosa eran los supuestos anarquistas del regicidio frustrado del rey Alfonso XIII y el atentado de Canalejas, simples aventureros bajo soldada, a los que además se maquilló y preparó para que dieran el pego. Al asesino de Canalejas hasta le pusieron en el bolsillo la fe de bautismo para que lo identificaran enseguida»... Además, todos los asesinos estaban suficientemente financiados, siendo posteriormente eliminados de la escena, como ocurrió con el supuesto asesino de Kennedy.

En definitiva, todos estos asesinatos estuvieron cuidadosamente escenificados, para cambiar la estrategia política según conviniera a intereses ocultos pero identificados siempre con determinados políticos contemporáneos. Lo fundamental de este libro, en cualquier caso, es que denuncia la existencia de un Estado profundo, revelando cómo ha actuado éste por medio de sicarios a lo largo del último siglo; lo cual fundamenta la frase que improvisaba al inicio, pues ciertamente el asesinato es para algunos la continuación de la política por otros medios; aunque ahora el poder oculto tiende más a fabricar operaciones de falsa bandera, sin excluir por ello el asesinato político.


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