sábado, 6 de junio de 2020

Juego de Tronos: temporadas quinta y sexta

En sus cuatro primeras temporadas, la serie de televisión Juego de Tronos se ofrece al gran público como espectáculo pornográfico, sádico y gore, vertebrado por una red de intrigas políticas que tienen por fin la conquista y la conservación del ansiado trono de hierro. En las temporadas quinta y sexta disminuye en buena medida el ingrediente sexual pero se mantienen los ardides y las pugnas diplomáticas, y por supuesto las matanzas y los baños de sangre. Se añade a la mezcla el elemento religioso, cuya ausencia en las anteriores temporadas critiqué, empieza a regir cierta justicia y se obsequia al espectador con varias escenas bélicas memorables. 

En primer lugar, en Juego de Tronos se aplica el principio de dar al menos una de cal y otra de arena. Aunque en realidad son más numerosas las desgracias y las injusticias, y no hay resarcimiento sin pérdida, es decir, que sea completo, sino parcial y agridulce. Al menos parece que la honorable casa Stark, por fin, levanta cabeza.

Con la ausencia del elemento religioso en la primera mitad de la serie no me refería, por supuesto, a la falta de sentimiento religioso de los personajes, pues los dioses están en la boca de todos desde el primer momento. Que los desprecien muchos de ellos no significa, claro está, que no tengan la facultad de concebir al ser que está en el origen del hombre y es su fabricante. Lo contrario hubiera sido una obra inverosímil y nada interesante. En cualquier caso, lo que se plantea, también desde el primer momento, es por qué los dioses no protegen a sus devotos; qué dios o dioses son los verdaderos; cómo influyen los reveses en la fe individual; y, a partir de la quinta temporada, las relaciones entre una determinada religión institucionalizada y el poder civil. Respecto a este último punto, hay que hacer un breve comentario sobre el Septón Supremo, parodia de la clerecía católica medieval que cuenta con un siniestro doble del papa Francisco que aspira a purificar a la humanidad por medio de la coacción y el terrorismo. 

En mi opinión, la quinta temporada es demasiado aburrida, y sólo los tres últimos episodios merecen la pena (lucha a tumba abierta entre los cuervos y los salvajes contra los caminantes blancos en Casa Austera, y el estreno del dragón de Daenerys contra los hijos de la harpía). La historia de Arya es un relleno, pensado únicamente para que logre la venganza contra todos los que se han rebelado contra su familia. La sexta temporada, por su parte, tiene un momento épico especialmente memorable: la guerra de los bastardos, con un final apropiado para el monstruoso bastardo de lord Bolton, Ramsay el psicópata.

Y por fin se pone en marcha Daenerys hacia Poniente, para recuperar el trono que cree suyo, y que disputará en primer término a los Lannister. En este pulso, Jon Nieve jugará seguro un papel importante. Antes de que la muerte que viene de más allá del muro avance contra todos e intente llevárselos por delante. 



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