martes, 8 de septiembre de 2020

Marianela de Benito Pérez Galdós

Es sabido que Benito Pérez Galdós acabó desengañándose de los que regían en su época los asuntos públicos. En cualquier caso, aunque los problemas sociales nunca dejaron de preocuparle, su obra fue madurando hacia un espiritualismo evangélico muy personal o heterodoxo. Sin embargo, antes de esa etapa final publicó Marianela (1878), una historia entrañable impregnada de caridad cristiana.

La novela debe su título al nombre de la protagonista, una muchacha humilde, huérfana y sin ninguna belleza aparente, que se enamora de su joven amo, ciego, apuesto e inteligente, sirviéndolo de lazarillo por los caminos de Aldeacorba, topónimo ficticio que recrea un pueblo minero y con grandes acantilados del norte de España. 

Entre Pablo y Marianela enseguida surge un amor platónico. Al chico, los paseos junto a su lazarillo lo colman de dicha, y no tarda en enamorarse de las virtudes sencillas de Marianela, que posee un interior de prístina pureza. Por su parte, Nela, que se resiste a creer que alguien pueda fijarse en ella, empieza a rendirse a las fantasías y promesas de su amo. Pero la realidad se impone cuando el doctor Teodoro Golfín devuelve la vista a Pablo. Éste pronto se fija en Florentina, una hermosa aldeana de gran corazón con la que el padre ha concertado su matrimonio. Pablo entonces olvida sus antiguos juramentos y Marianela muere de pena, avergonzada de su fealdad, clase social y grado de instrucción.

La publicación de Marianela fue celebrada por varios escritores, como José María de Pereda y Ramón de Mesonero Romanos, que alentaron a Galdós para que continuara por esa senda y renunciara a su miope anticlericalismo. La novela, además, fue un éxito. Galdós sin embargo tardó en evolucionar hacia el espiritualismo apuntado en Marianela, probablemente influido por su editor, Miguel Honorio de la Cámara, dueño de la célebre imprenta La Guirnalda. 

Marianela, sin duda, es una ternísima historia, que a pesar de su sencillez superficial, plantea temas tan universales como el amor y la educación; trata también sobre el concepto de belleza, sobre lo que supone ver realmente, sobre las condiciones sociales, sobre la dureza del ámbito industrial, sobre el orden admirable del universo, sobre la caridad, etc. Galdós, aunque nadie lo haya dicho, era, además de un extraordinario narrador, un gran pensador.

En cuanto a la belleza de Nela, el lector descubre que a pesar del aspecto desagradable y frágil de la muchacha, ésta es una criatura encantadora. Ciertamente, a las personas no se las mide por su belleza exterior, pero la atracción física, que empieza por la vista, hace que este sentido sea determinante para el nacimiento del amor. Con todo, en mi opinión al menos, un interior bello es el mejor esmalte de todos, pues confieso como dogma natural que la cara es el espejo del alma y los ojos son sus delatores. Por eso Pablo, antes de recobrar la vista, valora tanto las virtudes interiores de Nela, como la bondad y la pureza de su corazón: «Tu alma está llena de preciosos tesoros. Tienes bondad sin igual y fantasía seductora. De todo lo que Dios tiene en su esencia absoluta, te dio a ti parte muy grande. Bien lo conozco; no veo lo de fuera, pero veo lo de dentro, y todas las maravillas de tu alma se me han revelado desde que eres mi lazarillo...»

Un punto muy interesante que desarrolla en esta maravillosa novela Galdós es el de la necesidad de la educación. Al describir la solicitud del padre de Pablo hacia su hijo invidente, Galdós relata: «Divertíale con cuentos y lecturas; tratábale con solícito esmero, atendiendo a su salud, a sus goces legítimos, a su instrucción y a su educación cristiana; porque el señor de Penáguilas, que era un sí es no es severo de principios, decía: No quiero que mi hijo sea ciego dos veces».

Otro asunto que merece mucho la pena resaltar es el de la actitud irreprochable de Florentina. La joven es profundamente religiosa y caritativa, acoge a Nela bajo su protección y sólo recibe de ella reproches, que no comprende, pues desconoce que la ha desposeído del amor de Pablo, lo único verdaderamente valioso que poseía. Aun así, Florentina, Pablo Penáguilas y la piedad popular, encargan un magnífico sepulcro de mármol y una guirnalda de flores primorosamente tallada para honrar la memoria de Marianela, la ejemplar mujer protagonista.

Ese carácter cristiano que caracteriza a Florentina sobresale también en el médico, Teodoro Golfín, que constantemente protege a Marianela y la atiende con la mayor ternura. Diríamos que esa es su faceta religiosa. Por otro lado y paradójicamente, toda su destreza y erudición científica revelan el rostro maldito de la ciencia, que cree poder hacer que el hombre adquiera un conocimiento exacto de la realidad, apreciando así el verdadero valor de todas las cosas. En este sentido, en un momento dado, al tratar acerca de la posible intervención de Pablo, el médico comenta al padre del chico con intuición profética:

«En él todo es idealismo, un idealismo grandioso, enormemente bello. Es como un yacimiento colosal, como el mármol en las canteras... No conoce la realidad...; vive la vida interior, la vida de ilusión pura... ¡Oh! ¡Si pudiéramos darle vista!... A veces me digo: «Si al darle la vista le convertiremos de ángel en hombre!...». Problema y duda tenemos aquí... Pero hagámosle hombre; ese es el deber de la ciencia: traigámosle del mundo de las ilusiones a la esfera de la realidad y entonces, dado su poderoso pensar, será verdaderamente inteligente y discreto; entonces sus ideas serán exactas y tendrá el don precioso de apreciar en su verdadero valor todas las cosas».

No hay idea más descabellada que esta última, la de que la ciencia aporta algún tipo de sentido a la existencia. Además, el hombre aspira a ser ángel por medio de la religión, mientras por medio de la ciencia, que es un instrumento que debe estar siempre sometido a la ética, el hombre no progresa moral ni espiritualmente.

Antes de concluir el comentario de esta maravillosa novela, quizá la más entrañable de Galdós, es muy interesante hacer notar que Marianela es trasunto de Bernadette Soubirous, la humildísima joven a la que se le apareció en los Pirineos la Inmaculada Concepción, apenas veinte años antes de que Galdós publicara esta obra. En aquel entonces la noticia de la aparición de la Santísima Virgen, el 11 de febrero de 1858 en una gruta de Lourdes, impresionó a toda Europa, como impresionó la sencillez de la vidente escogida por María para transmitir al mundo un mensaje de especial importancia. Sobre la aparición, Vittorio Messori publicó en 2013 una investigación histórica muy recomendable que tituló Bernadette no nos engañó.

Desde luego, la niña de Lourdes vio algo. Vio con los ojos y sintió con el corazón. Y es que ver es percibir con los ojos o con la inteligencia, o darse cuenta de algo con el corazón. Por eso es posible ver la realidad aparente y la realidad interior. La realidad sensible y la realidad relativa al espíritu. Y, claro está, con las realidades sobrenaturales ocurre como con las realidades mundanas, que hay quien es capaz de verlas y apreciarlas en su justa medida, y quien no.


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